Todo estaba bien en la carrera de Raúl Jiménez. Era delantero del Wolverhampton, titular indiscutible en la Selección Mexicana, casado con una hermosa mujer y padre de una bella hija.
Pero llegó esa noche del 29 de noviembre de 2020. Los Wolves frente al Arsenal.
Apenas iniciaba el juego y los Gunners tenían un tiro de esquina. Raúl bajó a defender. La pelota fue a primer poste. Jiménez no vio llegar al defensor David Luiz, quien iba como bólido, trató de golpear el balón con la cabeza, pero falló y encontró el cráneo de Raúl.
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Silencio en el estadio. El mexicano estaba inerte en el césped. Sangre, mucha. Se lo llevaron en camilla.
El diagnóstico: Fractura de cráneo. Había que operar.
La lucha comenzaba. El esfuerzo médico fue exitoso, faltaba el esfuerzo humano.
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Primero, paciencia para recuperarse. Después, confianza para volver a intentarlo. El espíritu para no vencerse.
Había que volver a comenzar.
Raúl volvió a las canchas, con el mismo ímpetu que cuando inició en Tepeji del Río, o con el América, el Benfica, el Atlético de Madrid y la Selección Mexicana.
Lo mejor: Volvió para su familia.
Pero la lucha no termina. A casi dos años, la vida le puso otra prueba: Una pubalgia lo ha hecho volver a luchar para convencer a todo el mundo de que puede.
Dicen que Qatar es la prueba de fuego para Raúl Jiménez. Otros dicen que Raúl, el valiente Raúl Jiménez, el medallista de oro en los Juegos Olímpicos Londres 2012, ya no tiene nada que demostrarle a nadie.
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