Sebastián Castella,

Octavo García "El Payo" y Juan Pablo Sánchez se fueron de vacío en la larga tarde de toros de la decimosegunda corrida de la Temporada Grande de la Ciudad de México.

Se lidiaron ocho reses de Fernando de la Mora , de las que varias superaron los 600 kilogramos de peso. Salvo el noble séptimo de la tarde, los toros fueron de escasas fuerzas y sin casta.

Se registró un cuarto de entrada.

Abrió plaza un toro de 580 kg. Una declaración de intenciones por parte del ganadero Fernando de la Mora , con el recuerdo presente de la corrida de hace un año en la insigne Plaza México, en la que la presentación de sus toros causó gran controversia por la falta de peso.

El segundo lidiado era de 620 kg, mientras que el resto de los toros se mantuvieron en ese nivel de lastre.

Pero no fue una tarde excelsa de trapío. Además, los animales, a pesar del gran tamaño, conservaban la característica de toros sin mucha cara, propia del hierro de Hidalgo a causa de su encaste español de Santa Coloma, lo que daba un efecto de desproporción a tanto volumen de los animales.

De escasas fuerzas todos, salvo el séptimo toro que salió de toriles y con el que Sebastián Castella realizó una faena que conectó con el público, pero a la que una mala estocada privó de proporcionar un éxito al torero francés.

Antes de los dos toros de regalo, la corrida transcurrió sin grandes alardes. Los dos primeros fueron los que ofrecieron más facilidades a sus matadores por la nobleza con la que tomaban la muleta.

Sebastián Castella primero y El Payo después, se sintieron cómodos con la lentitud y claridad de los astados, pero en ambos casos la falta de fuerza hizo naufragar sus faenas en las primeras tandas.

El tercero correspondió a Juan Pablo Sánchez, el matador mexicano acreditó más razones que sus compañeros para pedir uno de regalo. Sus dos toros eran unos mansos merecedores de ser devueltos a corrales.

Los dos astados que provocaron la necesidad de Castella y el Payo de pedir toros de regalo adolecieron de falta de recorrido.

Mientras el quinto, que toreó El Payo, era un manso reservón.

El cuarto de la tarde, que correspondió al torero francés, tenía fijeza y casta que no quiso ver Castella.

Lo mejor de la corrida llegó con el primero de regalo. Este toro conservaba la embestida noble y cómoda para los de luces, propia de esta ganadería, pero a diferencia de sus hermanos el animal, de nombre Río Dulce, repetía con alegría las embestidas.

Citó con estatuarios Sebastián Castella al de La Mora. Así inició el torero una faena de muleta que consistió en una tanda bien ligada por la derecha, algún pase por la izquierda y sobre todo, mucho adorno andando.

Sin llegar a ser un prodigio de quietud, la faena tuvo buenos momentos estéticos como un cambio de mano de la muleta en la cara del toro. Castella extendió excesivamente la faena y la tardanza, que mereció alguna protesta del público, precipitó una fea estocada caída.

A pesar de la petición de oreja por parte de los asistentes, el mal uso del acero hizo que Castella no fuera merecedor de apéndice alguno.

Así lo entendió el juez de plaza que no concedió la oreja al francés, que sí dio una vuelta al ruedo.

La corrida terminó con otro burel sin brío ni bravura con el que EL Payo no pudo desquitarse.

De esta manera, se fue en silencio el torero del central estado mexicano de Querétaro

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses