Ricardo La Volpe
, director técnico de la Mexicana en el Mundial de Alemania 2006, escribió un largo texto para el sitio The Coaches Voice, donde habla sobre sus influencias, algunas anécdotas e historias sobre su carrera.
Habla cómo de un momento a otro, de portero del Oaxtepec, se volvió en el director técnico ; de cómo estar junto a César Luis Menotti le cambió la vida y por qué fundió su medalla de campeón del Mundial de Argentina 1978.
“Terminé el entrenamiento como arquero y el siguiente lo empecé siendo el entrenador. Yo había pasado mis últimos años como jugador en México, primero con el Atlante y luego con el Oaxtepec.
Oaxtepec era una franquicia joven y con un mal comienzo en su segundo año en la máxima competencia. Después de la quinta fecha, en una cena me atreví a decirle al presidente, Francisco Rocha Bandala, que podía ser el entrenador del equipo para lograr mejores resultados. Y aceptó. Tal vez una medida desesperada por su parte para salvar la franquicia tanto como lo fue una decisión no pensada por la mía.
Yo sabía que tenía las cualidades para ser entrenador. Aunque no tenía la experiencia como técnico, sí la de un jugador que había tenido grandes entrenadores en mi carrera.
“Sí hay algo en lo que un entrenador debe ser el primero de su equipo: el apartado motivacional. Debes ser un motivador”
. La noticia se conoció al día siguiente. Primera página de los medios.
Y aunque solo habían pasado unas horas del entrenamiento anterior, me di cuenta de que todo ya era diferente. Había pasado a otra línea. Los jugadores seguían siendo mis compañeros, mis amigos de las concentraciones, de los entrenamientos, de las cenas del equipo, pero ahora como entrenador debía poner las cosas claras sobre la mesa desde el principio.
“Señores, asumí una responsabilidad. Claro que vamos a tener un diálogo, amistad, pero también una disciplina”.
No una disciplina férrea en relación al comportamiento. Creo que todo jugador profesional debe tener por sí solo el respeto a su profesión. Hablaba, y lo sigo haciendo, de una disciplina táctica.
Siempre me ha gustado estar con los jugadores para explicarles en el pizarrón la función y el trabajo específico que tienen que hacer dentro del campo. En ofensiva y defensiva, por eso los equipos se llaman equipos. Por supuesto que creo en las individualidades, en los grandes jugadores, pero todo con un trabajo colectivo.
Los jugadores lo entendieron. Terminamos la temporada en mitad de la tabla y salvamos la franquicia. Fue un logro de ellos. Porque lo que pasa en el campo es de los futbolistas. Un entrenador puede aportar el 20%. Como mucho el 30%. Pero todo lo demás son los jugadores. Desde el sistema que eliges como entrenador a la forma de jugar. No puedes pretender hacer una cosa si no tienes las piezas necesarias para hacerla.
Pero si hay algo en lo que un entrenador debe ser el primero de su equipo: el apartado motivacional. Debes ser un motivador. No se trata solo de decir a los jugadores eso que tantas veces he oído. “Vamos, vamos a ganar”.
No, no. Ser motivador es otra cosa. Y añadiría también que debes ser el psicólogo del equipo. Debes acercarte al jugador y decirle las condiciones que tiene, los aspectos positivos de su juego para que pueda creer en sí mismo. Si lo consigues, hará mejor tu sistema de juego y la estrategia elegida.
Pude sentir eso con Menotti en el Mundial de Argentina en 1978. Aunque no fuera el portero titular en la competencia -bajo el arco estaba uno de los mejores, mi compañero Ubaldo Fillol.
El principio de mi idea como entrenador nació escuchando a Menotti durante cuatro años, desde la primera convocatoria en el 74’. Comparto su pensamiento: ser agresivo, manejo de pelota, defenderse con la pelota, salida clara y limpia… Todos los conceptos tácticos, pero también su lado de motivador. Hacía creer al jugador en sus posibilidades al cien por cien.
Te voy a contar una cosa que no muchos saben. Solo los jugadores y tal vez unos pocos más. Los que estuvimos allí las horas antes de la final de un Mundial. Seguro que te imaginas que en esos momentos los futbolistas están nerviosos. Esperando sin saber qué hacer a que llegue el partido. ¿Verdad?
Sin embargo, en nuestro caso no era así. Estábamos calmados. Obviamente con la responsabilidad de ganar un campeonato del mundo por primera vez y en casa, pero calmados.
¿Y por qué esto?
La respuesta está en lo que habíamos pasado antes. El momento más difícil llegó cuando perdimos en la cancha de River Plate -en Buenos Aires- ante Italia. Esa derrota nos llevó a jugar a Rosario ante rivales durísimos, entre ellos el gran rival, Brasil.
Esos eran partidos en donde el equipo sintió que teníamos que responder, que necesitábamos hacer un gran trabajo colectivo para pasar de ronda. Superar ese momento tan difícil nos hizo más fuertes y nos permitió jugar la final aliviados y con libertad. Ante Holanda nos soltamos. La prueba está en que la final fue nuestro mejor partido del campeonato. Al menos así lo creo yo.
Cuando acabó el partido, Menotti se nos acercó uno a uno para felicitarnos. Todo en ese momento es alegría, felicitaciones, pero también sientes que te sacas la presión de encima. Algo normal cuando se logran objetivos tan grandes. Ese triunfo no solo fue nuestro. También fue un triunfo para la gente.
Ahora con el paso del tiempo lo conocemos, pero los jugadores nunca supimos lo que pasaba fuera mientras estábamos en la concentración. Sabíamos que no estábamos en una democracia, pero no que se cometían esas atrocidades de gente desaparecida. Pero como digo, en la situación que estaba el pueblo argentino, la alegría fue darles un campeonato a ellos.
Mucho después volví a un Mundial, en 2006, cumpliendo otros de mis sueños: ser entrenador en una Copa del Mundo.
Esa selección de México tenía un sistema. Ese conocido 5-3-2, pero flexible, con capacidad para jugar en diferentes variantes. Porque el fútbol no es algo fijo. Al sistema le acompaña la idea clara de juego. En la selección de México todos los futbolistas sabían lo que debían hacer. Formaban un gran grupo.
Poco antes de comenzar el Mundial fundí mi medalla de campeón del mundo de 1978 para hacer una medallita para cada uno de ellos. Una cuestión interna del vestuario. De entrenador a jugadores. Era mi manera de darles las gracias por lo que venían haciendo.
Porque en México no se dejaba trabajar a los entrenadores. Se les cortaba casi sin tiempo para haber trabajado. No había continuidad. Del 2002 al 2006 para mí fue un período importante, cuatro años en los que pude trabajar muy feliz con grandes jugadores.
Ganamos la Copa de Oro, hicimos una Copa Confederaciones muy buena – no pasamos a la final porque empatamos con Argentina y perdimos en los penaltis- pero en el Mundial no cumplimos el objetivo. Caímos en el quinto partido.
En el vestuario las sensaciones fueron muy malas, porque verdaderamente habíamos sido superiores a Argentina. No lo digo yo, lo dijo el mundo. Pero Maxi Rodríguez decidió ese día poner el balón en un ángulo imposible para el portero en la prórroga. Eso también es fútbol.
A pesar de no poder llegar más lejos en el Mundial, sí hubo algo muy bueno: nueve jugadores se fueron a Europa. Eso demuestra que la selección jugaba bien y hubo lucimiento para los jugadores.
Para eso sirve el 20 o 30% de un entrenador en un equipo. Para que el jugador pueda expresarse con libertad. Pensando, como creo, que la mejor defensa es atacar. Fútbol sin miedo. Esa es mi idea”.