falleció este miércoles 25 de noviembre de 2020. Otro día 25, pero de octubre y de 1997, el ídolo eterno disputó sin saberlo, su último partido oficial. Aquí, la reconstrucción de aquel día que ya es leyenda.

Son las 18.15 del 25 de octubre de 1997. Hace instantes, Diego Armando Maradona ingresó al campo de juego del Monumental con la camiseta Nº 10 de Boca y la cinta de capitán en su brazo izquierdo, liderando la fila de 11 jugadores xeneizes que jugarán frente a River, por la décima fecha del torneo Apertura. Las elecciones legislativas obligaron al cambio de día. Es sábado y hace calor. Las populares cuestan 10 pesos, que en épocas del 1 a 1 vale lo mismo que 10 dólares.

Podría ser una jornada más y un Superclásico más. Pero no lo son. Esa tarde, en Núñez y ante el desconocimiento de todos los que dicen presente en el estadio Monumental, se marca a fuego un antes y un después en la historia del fútbol mundial.

Son épocas de hinchas locales y visitantes. Cánticos de un lado y del otro. Folklore del bueno. El que lamentablemente, como consecuencia de la violencia y la falta de voluntad política para erradicarla, irá quedando en el camino en las siguientes dos décadas.

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La jornada había comenzado con un momento muy emotivo. A 9 meses del aberrante asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas, sus familiares, junto a sus colegas, despliegan una bandera negra, con los ojos del fotógrafo, exigiendo justicia. El banner, atado a globos negros inflados con helio, se eleva por los cielos. Decenas de fotógrafos elevan sus cámaras al cielo, apretadas fuerte por su puño derecho. El silencio, compartido por ambas hinchadas, es estruendoso.

Entra River, entra Boca y todo es una fiesta. Hernán Díaz a la cabeza de los locales, Maradona , al frente del Xeneize. El Nº 10 arenga a sus compañeros en la manga con un "¡Huevos, huevos. Vamos!", y sale primero. Detrás, lo siguen Oscar Córdoba, el Ñol Nolberto Solano, Diego Cagna, Jorge Bermúdez, Julio César Toresani, Nelson Vivas, Rodolfo Arruabarrena, Néstor Fabbri, un platinado Martín Palermo y Diego Latorre. Enfrente, además del capitán millonario, esperan Germán Burgos, Celso Ayala, Eduardo Berizzo, Diego Placente, Roberto Monserrat, Leonardo Astrada, Marcelo Gallardo, Sergio Berti, Sebastián Rambert y Marcelo Salas. Equipazos.

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El Monumental está repleto. No cabe ni un alfiler. Cerca de 60.000 espectadores generan una recaudación de 1.182.165 pesos/dólares. Sin embargo, ninguno de ellos sabe, ni supo cuando compró su entrada, que presenciarían un partido histórico. Único. Irrepetible. Eterno.

Rodeado de cámaras, como siempre en su vida, después de persignarse y de levantar los brazos en el mediocampo para saludar a la gente, en especial a los hinchas de Boca que coparon la tribuna Centenario alta y baja, y buena parte de la platea Belgrano alta, Diego se acerca al banco de suplentes de River. Quiere cumplir lo que había prometido en la semana: saludar a Ramón Díaz. Hace años que la relación entre ambos está rota. El Pelado sigue convencido de que fue Maradona el que le bajó el pulgar y lo dejó afuera de la lista mundialista que disputó el Mundial Italia 90 hace 7 años. Pero el entrenador de River respeta la formalidad y se suma a ese saludo más mediático que sentido. Si ocurriera dos décadas más tarde, ese apretón de manos se haría viral en las redes sociales al instante, y el hipotético hashtag #DiegoRamon sería tendencia.

Son las 18.15 del sábado 25 de octubre de 1997 y el partido está a punto de comenzar. El árbitro Horacio Elizondo respira hondo para dar el pitazo inicial. Todavía faltan 40 minutos para que Salas se la baje a Berti en la medialuna del área xeneize y la Bruja, con un zurdazo cruzado, convierta el 1 a 0 y la famosa Ley del Ex se cumpla una vez más.

Falta un poco más aún para que, en el entretiempo, Héctor Bambino Veira tome una decisión tan difícil como lógica: que Maradona no salga a disputar la segunda mitad, y que su reemplazante sea Caniggia. Más allá de que al mismo tiempo ingrese por Nelson Vivas un pibe de 19 años que usa la 20, que pinta para crack y que se llama Juan Román Riquelme. Las crónicas del futuro hablarán de que el cambio fue "Román por Diego" y de que esa imagen simbolizó el traspaso del legado: la Nº 10 xeneize. No es así, pero poco importa.

Tampoco es momento para imaginar que dentro de exactamente una hora, a los 2 minutos de la etapa final, Latorre meterá un pase magistral para que Toresani defina, "de tres dedos", ante la salida desesperada de Burgos para establecer el 1 a 1. Y mucho menos pensar que 20 minutos más tarde de la paridad, Palermo escribirá el primer capítulo de una historia plagada de situaciones memorables al elevar su cabeza rubia por encima de dos defensores riverplatenses que serán apenas testigos de la situación, que Burgos no sabrá cómo hacer para esquivar la cortina que le planteará Bermúdez de espaldas y sin tocarlo, que la pelota picará una vez y se colará junto al palo derecho, a pesar del esfuerzo de Astrada, quien no terminará de decidirse a tiempo si es mejor rechazarla con el pie, con la cabeza o con la mano antes de empezar a sufrir en primer plano cómo la pelota comenzará a besar la red bajo una intensa llovizna que hará todo aún más épico. Y que será el definitivo 2 a 1, pese a los reclamos de todo River a Elizondo, que no sancionará falta del Patrón al Mono, algo que se convertirá en una polémica interminable.

Aún faltan cerca de dos horas para que el Nº 10 pierda toda la solemnidad y respeto que tuvo para con el equipo local y, ya de noche, salga al campo de juego a festejar con el torso desnudo, haciendo gestos obscenos para celebrar la victoria con su gente y declare un maradoniano: "A River se le cayó la bombacha" para la posteridad. Y faltan cuatro días para que el ídolo anuncie su retiro, ofendido por el supuesto rumor de la muerte de su padre, don Chitoro.

Ahora es tiempo de disfrutar cómo, apenas 10 segundos después del pitazo inicial, Diego Armando Maradona besa con su zurda por primera vez la pelota, en el partido que se convertirá en el último suyo como futbolista profesional.

 

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