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Dice la leyenda que Boca Juniors y River Plate están separados por la clase, incluso más que por el futbol.
Cada vez que se enfrentan, las conversaciones en Argentina exceden lo deportivo, para dar pie a lo económico, lo político, lo antropológico.
Y más ante el "superclásico" de este sábado, que definirá al campeón de la Copa Libertadores.
Boca, se dice, es el equipo de los trabajadores, de lo popular; y River, el de los empresarios, de la elegancia, de la compostura.
En sus inicios, a comienzos del siglo XX, el hincha de Boca era ilustrado como un pizzero sucio, gritón y barrigón de origen genovés. El de River era un señor de porte inglés, flaco, con traje y sombrero alto.
Los imaginarios persisten.
Muchas otras rivalidades del futbol mundial separan los equipos con características socioeconómicas.
Pero a juzgar por los superlativos que se usan por estos días para hablar de la final de la Copa Libertadores, pareciera no hay nada como un Boca-River, conocido como el "superclásico", pero esta vez catalogado —no solo en Argentina— como "la final de todos los tiempos", la "súperfinal" y "la final del mundo".
Las exageraciones son parte del espectáculo, así como los mitos son un pilar de la rivalidad. Por eso es que hay algo de cierto, pero también mucho de equivocado, en la leyenda según la cual Boca es pueblo, y River élite.
Las pruebas
Lo primero que dicen los conocedores es que los barrios donde están los estadios muestran de qué están hechas sus identidades.
El estadio de la Bombonera, de Boca, está en La Boca, un barrio popular que lleva 100 años siendo feudo de trabajadores no calificados, primero de inmigrantes y hoy de clase media-baja. Queda al sur de Buenos Aires, zona típicamente pobre.
Aunque las calles no están perfectamente pavimentadas ni las casas sean del todo seguras, la magia de La Boca es precisamente su carácter rancio y ordinario: que se escuche cumbia a todo volumen, que huela a parrilla, que los niños jueguen futbol descalzados en la calle.
Esa mística ha convertido a La Boca en un ineludible sitio turístico, que además se está colmando de galerías de arte por una ley de 2012 —durante la alcaldía de Mauricio Macri— que lo declaró Distrito de las Artes.
Al otro lado de la capital está el Monumental de River, el estadio más grande del país, sede de la selección nacional y del Mundial de 1978, ese que organizó polémicamente la Junta Militar.
El Monumental está en Núñez, un barrio residencial de clase media alta, silencioso y sin basura en las calles; lejos del circuito turístico.
En Núñez es más difícil que en La Boca ver hinchas del equipo en la calle, en parte porque la vida social en torno a River se da dentro de las instalaciones del club, que cuenta con canchas de tenis, restaurantes, salas de eventos.
Los hinchas de Boca, en cambio, comparten su colectividad en la calle.
Y por eso algunos lo relacionan con el peronismo, un movimiento político considerado popular que, sin embargo, estuvo en el poder más que nadie.
En contraposición, River, el equipo de las instituciones, se relaciona al radicalismo, otra prominente corriente política reconocida por el respeto a las formas, al republicanismo.
En esta instancia del debate es cuando muchos citan las encuestas de Artemio López, director de Equis, que muestran que el único estrato social en el que River tiene más hinchas que Boca es el alto.
Pero, como le dice López a BBC Mundo, más relevante estadísticamente que ese dato es el hecho de que más del 70% de los argentinos es de uno de estos equipos: 40% de Boca; 32% de River.
"River y Boca están más juntos de lo que parece", dice López.
Son, de lejos, los equipos más populares, los más ricos, los más privilegiados, los más ganadores. Son los equipos del poder.
Los contraargumentos
Y quizá nunca antes eso fue tan claro como ahora, cuando Macri es presidente de la nación.
Exitoso empresario, miembro de la burguesía, aliado del radicalismo y residente de los barrios del Norte, Macri no solo es hincha de Boca, sino que armó su capital político en la presidencia del equipo (de 1995 a 2007).
Quizá nunca antes fue tan difícil sostener que Boca es pueblo. Aunque ya hubo presidentes peronistas de River (Carlos Menem) y presidentes radicales de Boca (Fernando de la Rúa).
Pero también está el hecho de que River, si bien hoy es presidido por el exitoso empresario Rodolfo D'Onofrio, también fue un equipo de laboriosos inmigrantes italianos. Sus colores son los de la bandera de Génova.
River, de hecho, también nació en La Boca y se afincó en el norte cuando Núñez era un suburbio hecho de potreros.
Los hinchas suelen decir que la gran diferencia entre River y Boca es su forma de jugar futbol: los primeros dicen ser "paladar negro (fino)", los segundos que "jugamos con el corazón".
Pero las largas listas de jugadores elegantes de Boca (Ángel Rojas, Alberto Márcico, Mario Zanabria, Carlos Veglio, Diego Maradona, Román Riquelme) y de jugadores vigorosos de River (Reinaldo Merlo, Americo Gallego, Daniel Passarella, Carlos Rodríguez, Matías Almeyda, Javier Mascherano) matizan la dicotomía entre belleza y corazón.
Cuando uno les pregunta a los hinchas cómo definen al otro, sorprende que los dos lados recurren al mismo ataque: a la falta de fidelidad, a que "solo alientan cuando ganan", a que "abandonan cuando pierden".
En ambos casos es mentira: en la cancha, estas hinchadas son ejemplos extraordinarios de adherencia e insistencia.
Por eso, aparte de los colores, los cánticos y del estadio en sí, en las gradas es difícil encontrar diferencias: ambos tienen una sección de la hinchada que no ve el partido sino que canta los 90 minutos sin importar el resultado; y en ambos casos se ve, a ojo, la misma heterogeneidad demográfica, que va de blancos ojiazules a morochos de corte andino.
La gente que va al estadio, en realidad, dejó de ser representativa de la hinchada, porque obtener una entrada se determina por poder adquisitivo, antigüedad como socio o influencia en la "barra brava", la hinchada más radical.
Más leyenda que real
En los años 30, cuando estos equipos pasaron de ser vehículos de identidad a identidades en sí mismas, a River se le graduó de "millonario" porque compró un jugador costoso (Bernabé Ferreyra) y a Boca de "bostero" porque su cancha olía a "bosta" al ser vecina de una fábrica de ladrillos que usaba excremento de caballo (bosta) como combustible.
Así se fundaron las leyendas.
"Y eso es lo que son: leyendas", dice Rodrigo Daskal, sociólogo y director del museo de River.
"Como toda cuestión mitológica o folclórica, esto se agarra de algunas cuestiones reales o históricas, pero no hay nada que sostenga estos estereotipos en lo real", asegura a BBC Mundo.
Coincide el escritor e hincha de Boca Juan Sasturaín: "La composición real de clase de las hinchadas es mucho menos importante que el desarrollo del imaginario".
Para él, a Boca le vino bien capitalizar esa idea de pueblo, porque "le permitió, como al peronismo, mantenerse siempre en el poder".
Incluso Macri ha hablado de esto: en Boquita, un libro de Martín Caparrós, asegura estar "orgulloso" porque durante su presidencia en el equipo —cuando Nike los empezó a patrocinar y ganaron importantes títulos— "revertimos" la leyenda de que Boca es un equipo que "huele feo".
El hoy presidente no ve contradicción de clase: "Yo soy millonario, pero de Boca".
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