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Cuando se anunció que el partido entre Chiefs y Chargers se jugaría en la Ciudad de México, de inmediato se asoció a los segundos con la localía.
Pero Los Ángeles fue anfitrión únicamente en el ámbito administrativo; se topó con un Estadio Azteca convertido en sucursal de Arrowhead.
Los Chiefs encontraron en México una base de aficionados que parecía no existir, pero simplemente estaba oculta, en espera de poder alentar a un equipo protagonista.
Como es costumbre en la NFL , antes de comenzar el encuentro, la voz oficial de los Bolts pidió a los asistentes que elevaran los decibeles cada que su defensa estuviera en el emparrillado, invitación que pasó de noche y hasta tomó sentido inverso.
El color rojo se apropió de la tribuna capitalina y la "cercanía" entre la ciudad californiana y nuestro país pasó a segundo plano, porque el azul de los Chargers no sólo resultó poco estridente, sino contundente minoría.
Cada vez que LeSean McCoy lograba un acarreo y movía las cadenas o Travis Kelce recibía el ovoide, el Coloso de fundía en palmas para los dirigidos por el experimentado Andy Reid.
A las afueras del inmueble, los de jersey color cielo hablaban parcamente de su equipo, alegres por poder verlo, aunque la emoción los invadía cuando el apellido 'Mahomes' aparecía en la conversación.
La resignación por una escuadra a la que poco a poco se le escapan los Playoffs era palpable y, aun con ‘Rivers', 'Gordon' o 'Bosa" en su espalda, manifestaban mayor admiración por el quarterback rival.
Los cambios de sede que han sufrido los angelinos han golpeado el sentido de identidad que toda afición de la NFL busca, y el Monday Night Football en México indica que el sentimiento de muchos en San Diego rebasó la frontera hacia el sur.