Los Nationals de Washington demostraron una vez más que destino, es destino.
Cuando por no firmar a Bryce Harper los destinaban al fracaso desde antes de comenzar la temporada, cuando en mayo se criticaba su bullpen y se pedía la cabeza del manager Dave Martínez y cuando perdían el juego de comodín del que muchos pensaron que no iban a salir vivos, se olvidaron de que la virtud de no bajar los brazos en la adversidad en este negocio es el intangible que no mide y jamás medirá la estadística, que desde hace dos décadas es obsesión y gobernante del juego.
Todo comenzó con un Max Scherzer por los Nationals , sobreponiéndose al dolor que lo marginó de su apertura programada para el quinto de la serie, haciendo demasiadas pichadas para pocos outs y un Zack Greinke por los de casa, al que se le subió el muerto y fue hasta la sexta un encantador de serpientes indescifrable para la ofensiva de los de la capital.
En la segunda entrada se abría el marcador con tanganazo por todo el izquierdo del cubano Yulieski Gurriel sobre un sinker que le quedó cómodo en exceso y en la quinta todavía lograría Houston una más remolcada por sencillo del boricua Carlos Correa.
2-0 ganaba Houston y muchos bailaban de gusto pensando por adelantado en la champaña y en la miel del triunfo, que habría de convertírseles de pronto en hiel con velorio sin bebidas.
Scherzer salió después de laborar por 5 episodios de siete hits, dos carreras, solamente 3 ponches y 4 bases por bolas. Tomaría su lugar el tercer abridor de Washington , el zurdo de 140 millones de dólares Patrick Corbin, quien a base de rectas, sliders y cambios trajo en un puño a la ofensiva texana por 3 entradas, en las que admitió dos imparables, no dio bases, ponchando a 3 sin permitir más carreras, labor que le permitió agenciarse la victoria.
En la "Masacre de Houston" pues de tal puede tildarse la debacle de un equipo que en su casa ganó el 75 por ciento de sus encuentros y que perdía muchos menos cuando llegaba con ventaja a la séptima, esta entrada le hizo honor al sobrenombre que suele ponérsele: La Fatídica.
Tras dominar a Adam Eaton con rola al short, Greinke perdió la magia ante Anthony Rendón, quien le puso en órbita la esférica por todo el izquierdo para acercar 2 a 1 a los Nationals.
Tras una base a Juan Soto, el manager Hinch trajo la grúa para remover a Greinke en favor del hombre de su confianza en el bullpen, Will Harris, quien entró a enfrentar al MVP de la Serie de Campeonato de la Liga Nacional, Howie Kendrick y que sería a la postre el lanzador derrotado.
El veterano segunda base se dejó pasar un strike y con el siguiente, pegó el batazo de la diferencia en forma de cuadrangular por el derecho que impactó la malla del poste de fairball. 3 a 2 viraban la tortilla los representantes del Viejo Circuito.
Todavía los Nats lograrían una más en el octavo con hit del quisqueyano Juan Soto y dos más en el noveno con sencillo de Adam Eaton y error del jardinero central Jake Marisnik.
Entró a salvar el juego Daniel Hudson que sacó el último out ponchando al Astro más difícil de pasar por los strikes, Michael Brantley, con un slider que vino no sólo a romper la espalda de Brantley, sino una sequía de 95 años sin campeonato en el béisbol para la capital de los Estados Unidos.
Así, queda demostrado que, aunque ahora es más complicado reunir una rotación de 4 abridores confiables, quien lo hace, como en los viejos tiempos y al margen de la sabermentira, ganará ahora y siempre, como era en un principio y por los siglos de los siglos, Amén.
Merecidamente, uno de esos abridores, Stephen Strasburg, fue nombrado Jugador Más Valioso de la Serie Mundial, llevándose a casa un automóvil deportivo en rojo. Si, ese que atropelló a los sabermétricos Astros que de tanto hacer numeritos se quedaron sin verle siquiera las placas..