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El juego de su vida no ha llegado a la novena entrada y 'el manager' no lo ha retirado aún, pero Esteban Loaiza pasó de ganarlo con claridad a permitir dos hits que han invertido la pizarra. El primero, cortesía del derroche y, el segundo, de la ley.
Como muchos peloteros que irrumpen en las Grandes Ligas , el mexicano engrosó su cartera durante los 14 años que lanzó en equipos de la Gran Carpa. Pero una mala administración y un corazón —algunos dicen— demasiado grande desaparecieron los más de 40 millones de dólares que ganó en el diamante.
Fue entonces que incursionó en el crimen organizado y, en 2018, fue capturado por la ley, para ser sentenciado a tres años de prisión en 2019. Al momento de reportar sus bienes ante el juez, Loaiza se declaró en bancarrota y dijo poseer sólo cuatro automóviles y ninguna propiedad.
Con una mano tan precisa, ¿cómo se deslizó el dinero con tanta facilidad?
La aventura del oriundo de Tijuana en la Gran Carpa comenzó con los Pirates de Pittsburgh en 1995, donde, más adelante, coincidió con José Silva, su amigo de la infancia y quien —él mismo cuenta— fue de los primeros beneficiados por la solidaridad del fronterizo, aunque no por sus billetes, sino por sus consejos, a diferencia de la familia del jugador.
"Tienes todos esos millones, y viene el tío Sam y toma una parte, y quieres ayudar a tus padres, a tu familia. Tal vez tu familia sea increíble, pero debes mantenerlo para la que es directa. No puedes apoyar a todos. Si tuvieras un tío rico, ¿se haría cargo de ti?", explicó Silva, en entrevista con el portal Bleacher Report, sobre lo que percibió de su excolega.
De acuerdo con varios testigos de la época, el entonces jugador solía 'vestir' a su familia con artículos de alto lujo, al igual que los automóviles que les obsequiaba continuamente.
Su matrimonio de finales de los 90 con Teadora Varrasso también derivó en una salida patrimonial relevante, pues él comenzó una aventura con Ashley Esposito —con quien poco después tendría un hijo—, y ambos se convirtieron en el principal destino de sus quincenas.
Cuando se divorció de Varrasso en 2004, ésta lo acusó de utilizar fondos de pareja (tenían una fundación) sin su consentimiento y, entre los gastos que refería, se encontraban los siguientes:
64 mil 700 dólares en un Lexus para Ashely (por entonces su amante), además de 145 mil en viajes de lujo para la familia Esposito; 78 mil 400 dólares para la mamá de Ashley por el cuidado de su hijo (nieto de la mujer) y seis mil 500 más en aportaciones adicionales; múltiples pagos de 30 mil dólares por autos de sus familiares; 82 mil 500 para su propia madre y casi 120 mil en regalos y préstamos para miembros de su familia.
De acuerdo con Rodrigo López, quien lanzó 11 años en las Grandes Ligas, reveló que Loaiza se caracterizaba por cubrir muchos gastos de compañeros más jóvenes y de los peloteros mexicanos, además de visitar lugares de lujo que luego les mostraba, llegando incluso a impresionar por su exorbitante estilo de vida.
"Era el tipo de chico que se hacía cargo de los novatos y de sus paisanos. Además, conozco el créeme brûlée por él. Me introdujo a algunos de los placeres de la vida", dijo, al tiempo que recordó cuando Loaiza lo invitó a una fiesta de dos días en Tijuana para festejar los 50 años de matrimonio de sus padres, o cuando invitó a los López a comer cortes de muy alta calidad en Baltimore, mientras él pasaba su primer año en los Orioles.
Su espléndida forma de ser es recordada por varios compañeros, que atestiguaron cómo lavaba sus muchos automóviles de lujo aun en el estadio y con la franela del equipo en turno puesta. Dicen, gustaba de lucir coches de altísimo costo en las calles de la ciudad y organizaba fiestas ostentosas.
"Era el anfitrión de todo. Nada que no se viera. Era sólo un vecino rico que quería ser un buen anfitrión", rememoró Josh Lewin, narrador de los Rangers de la época en la que Loaiza jugó en Texas.
Luego vino la lujosa boda con la cantante Jenni Rivera. A la fiesta, él llegó en helicóptero. Y así fueron sus dos años juntos, llenos de excentricidades que terminaron cuando ella solicitó el divorcio semanas antes de morir en un accidente.
Tras algún tiempo, el exlanzador se
vio ligado a investigaciones sobre cárteles de drogas, y ese episodio se empalmó con una estrepitosa caída en su patrimonio.
Su costumbre de donar, gastar excesivamente o malgastar también brotó durante el juicio en el que perdió su libertad. Sus abogados extendieron notas al juez, recordándole varias de las aportaciones voluntarias que hizo durante su carrera, como cuando donó 50 mil dólares a la construcción de un estadio para niños sin recursos en Tijuana.
Antes de ir a la cárcel y ya sin los lujos a los que se hizo adepto, Loaiza trabajó en la cocina, en una cadena de restaurantes de un centro comercial en San Diego, donde aún lo recuerdan con cariño, como un tipo más que agradable.