París 1900. La Ciudad de la Luz es un hervidero de experimentación creativa. Louis Cartier, un joven de 24 años, lleva meses como socio de la casa joyera más influyente de Europa y la recién estrenada sede en la rue de la Paix, la gran avenida del lujo cosmopolita, le inspira ideas nuevas.
Al mismo tiempo, Alberto Santos-Dumont, un extravagante dandy brasileño, ganaba popularidad por sobrevolar París en globo ataviado con impecables trajes a medida, sombrero de ala caída y rigurosa corbata a bordo. Dos personajes destinados a encontrarse. Ambos eran sensibles al buen gusto y coincidían en que el estilo debía apartarse del fastuoso neoclasicismo para volar alto y libre.
El primer año del siglo XX el brasileño confió a su amigo joyero la creación de un reloj de caballero pensado de origen para el brazo. ¿Una locura? Si lo pidió el piloto en busca de un instrumento funcional o el esteta como un acto provocador más nunca lo sabremos, pero el reloj, antes de gestarse, ya estaba llamado a ser un presagio de modernidad.
Santos-Dumont, que llegó a idear 22 máquinas voladoras (dirigibles, helicópteros, monoplanos y biplanos), había hecho ese mismo año historia al sobrevolar la Torre Eiffel con una máquina más pesada que el aire y él mismo colaboró en el diseño del reloj. Cuando en 1904 Louis Cartier le presentó el ‘pilot-watch’ es posible que los dos supieran que estaban ante algo que marcaría un cambio.
En un momento en el que Cartier vendía relojes monumentales de mesa o bolsillo con coloridos esmaltes transparentes pensados para sus clientes adinerados, aquello era otra cosa. Un instrumento de horas y minutos ajustado con un brazalete de piel que proponía un cambio de hábito un tanto chic.
El objeto era parco y diminuto, muy confortable, cuadrado pero con esquinas endulzadas y tornillos sobre el bisel que recordaban al progreso industrial de la Torre Eiffel porque los monoplaza de Dumont aún se hacían de seda china barnizada y contrachapado en lugar de fuselaje. Toda una sensación ‘trendsetter’ sobre el brazo del hombre que imponía códigos estéticos en la capital de la moda.
Louis Cartier intuyó rápido que la popularidad de las horas vendría a partir de ahí sobre el pulso y en una década al éxito del Santos le siguió el Tonneau, el Tortue, el Tank...
Cartier sigue convencido de que los diseños providenciales no caducan y esta temporada rescata la Santosmanía pensada para una nueva generación a la que conviene recordarle las fuentes del estilo. Y el tiempo y el escenario pueden cambiar, pero no la esencia.
El nuevo Santos de Cartier será presentando internacionalmente en una gran fiesta en San Francisco en marzo, la ciudad que en el siglo XXI simboliza la misma efervescencia de cambio social impulsada por el progreso tecnológico y las ideas transgresoras que el París que lo vio nacer.
La eternidad sigue presente en la misma forma cuadrada con sutiles cambios en el bisel y en la fijación al brazalete en las versiones ‘todo-metal’. Los mismos ocho tornillos sobre el bisel-ventana que nos remiten a un sueño nostálgico en la inconfundible versión bicolor de oro amarillo y acero, como el primer Santos con brazalete.
El Santos vuelve con la versatilidad estilística de una colección ‘a la mode’ con 24 versiones de tamaño grande y mediano a prueba del cambiante estado anímico actual. Relojes en acero, oro rosa o amarillo con piel de becerro o aligátor de varios colores y brazaletes intercambiables y de fácil auto ajuste del largo sin herramientas por dos sistemas patentados QuickSwitch y SmartLink.
En la gran relojería de hoy el rigor técnico se da por descontado. Todos los modelos son herméticos hasta 100 metros, incluyen el calibre de manufactura automático 1847 MC con componentes antimagnéticos de níquel-fósforo, un escudo de aleación antimagnética dentro de la caja y todo un kit de resistencia contra los agentes nocivos de la vida diaria.
Y como el Santos siempre remite a debuts, también se estrena la primera versión del modelo en acero con un movimiento esqueletado. Sus creadores dicen que es un reloj masculino, pero este Santos no parece que vaya a dejarse estereotipar fácilmente.