Soy un escéptico de que el arte tenga que ser explicado”, dice Isauro Huizar. Para este artista originario de Culiacán, que vive y trabaja en la Ciudad de México, su trabajo no está hecho para ser entendido, sino para ser experimentado. “Hay gestos y sutilezas que parecen fáciles, pero esa aparente simplicidad conlleva una gran dedicación”.
Se describe a sí mismo como un organizador compulsivo. Su estudio lo confirma: las obras están perfectamente ordenadas y también lo están los botes de pintura, los plumones, los lápices de colores, las colecciones de objetos hallados en la calle que conserva en una habitación que ha designado gabinete de curiosidades. Todo lo que habita entre esas paredes blancas con muebles ídem está organizado por tonos. En contraste, el artista solo viste de negro. “Me ayuda a ser eficiente”, dice. Asegura que tiene un guardarropa limitado. Acaso tres pantalones y seis camisetas. A eso se suma un conjunto igualmente negro que utiliza como uniforme de trabajo y que se ha salpicado de colores. Ahora se agrega un reloj también negro. Para ser específicos, un Code 11.59 by Audemars Piguet de cuerda automática, parte de la colección más joven y retadora de la manufactura de Le Brassus.
La elección del reloj, la vestimenta, la distribución de las herramientas de trabajo y hasta una dieta exigente en ingredientes y horarios, son parte de los hábitos peculiares que posee y que lo poseen. Estos le ayudan a, por medio del arte, desarrollar sistemas con los que busca comprender su mundo. “Un sistema permite encontrar lógica dentro de ciertos contextos. Para mí, un sistema es una herramienta”. Pero esa herramienta cambia. Para Huizar, una vez que una técnica o una idea comienzan a ser parte de su zona de confort, tienen que modificarse. “Desarrollo sistemas y luego, para tratar de romper mis propias tendencias, altero esos sistemas y rompo esas reglas”.
En sus obras —muchas de las cuales se han expuesto en muestras tanto individuales como colectivas en ciudades como Londres, Los Ángeles, Seattle, Filadelfia, Dublín y la Ciudad de México— toma en cuenta elementos del proceso artístico como composición, estructura, entorno, proceso y forma para practicar “una postergación productiva entrelazando trabajo, ocio y cuidado”. Ocio es una palabra importante. Inspirado en su vida cotidiana y en rutinas que siempre están cambiando, su tiempo libre y actividades recreativas forman, de manera inevitable, parte de su trabajo. El resultado se nota en las obras: “algunas son más íntimas, en relación con esa cotidianidad, y otras son más abstractas o distantes, pero todas están basadas en la contraposición del orden y el caos”.
Es curioso al estar en su estudio, encontrarse con un sitio tan ordenado y categorizado. Un piso amplio y luminoso que contrasta con la imagen típica de los artistas desordenados, con una vida sin reglas en absoluto. “Un artista es un miembro más de la sociedad, no es un vago, bohemio, marginal ni un ídolo o una celebridad o un iluminador; es alguien a quien recurres para satisfacer la necesidad de una experiencia artística”. En ese sentido —y en muchos otros cuando se ve su cuerpo de obra— Huizar considera que uno de sus mayores retos es escapar de las etiquetas. “Siempre habrá alguien que quiera explicarte lo que estás haciendo o lo que tienes que hacer. He aprendido a escuchar eso de manera abierta; sin embargo, trato siempre de huir de toda etiqueta o categoría que se me trate de imponer”.
De este modo, el artista busca nuevos desafíos, ya sea con nuevos recursos, materiales o ideas. Estas últimas funcionan, dice, como una bola de nieve. “Pueden comenzar como algo muy sencillo, simple, incluso banal. Pero van avanzando y nutriéndose de diferentes capas de información, de tradición, de historia, de cuestiones prácticas, de otras disciplinas”. Cuando la bola se ha alimentado suficiente y tiene un cuerpo más grande, Isauro puede hacer exploraciones con materiales, ponerla a prueba, exponerla a las opiniones que considera relevantes, confrontar todo lo hecho hasta presentarlo y reconocer que el trabajo ha llegado a su límite, que está terminado y que ya no se puede hacer nada. “Y entonces alguien lo ve, lo experimenta y puede decir que le interesa o que no le encuentra sentido. No importa. Lo que importa es admitir que la obra llegó a su límite. Porque son los límites, y solo los límites, los que nos ayudan a reconocer nuestro centro”.
Fotos de Dorian Ulises López