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Una manufactura de alta relojería no solo le distingue la calidad de sus productos, sino también cómo estos resisten al inexorable paso del tiempo sin perder su lustre original. Además de un excelente servicio técnico, por supuesto, hay otro desarrollo que está al alcance tan solo de los elegidos, el de la restauración. Patek Philippe ha demostrado a lo largo de su historia sus capacidades, y entre ellas se incluye un departamento de primer nivel donde todos los relojes antiguos, es decir, aquellos de más de 35 años y los modelos con complicaciones antiguos o modernos reciben desde labores de mantenimiento a procesos de restauración. Todo ello, en los talleres de la manufactura en Ginebra. El objetivo principal de los restauradores de Patek Philippe es preservar la integridad de los relojes; se trata de conservar todos los componentes de origen del movimiento y de la caja –solo se reemplazan en casos extremos–. Para ello, en Patek Philippe se han archivados los datos y diseños de repuestos y componentes, algunos de los cuales datan de 1839, así como piezas de modelos que ya no están disponibles. Estos stocks reúnen cerca de cinco millones de piezas. En el caso de que un componente ya no esté disponible puede ser recreado, pues en la manufactura se guardan todos los diseños y herramientas para hacerlos realidad, además de las habilidades y conocimientos necesarios.
El arte relojero se transmite de generación en generación, y eso hace posible que se conserven profesiones –en la restauración de Patek Philippe participa una decena de especialistas– sin las que no sería factible hoy mantener el nivel necesario para acometer estas tareas de restauración, de retorno a la vida de relojes antiguos. Uno de ellos están encarnado por el pivotador, también reconocido como el señor de los engranajes, de aquellas partes móviles del mecanismo más expuestas al desgaste. Este especialista es el primero en analizar todas las partes que han de ser restauradas.
Le siguen una serie de competencias muy especializadas que no se practican actualmente. El objetivo de Patek Philippe está centrado en preservar el estado original del reloj, tanto a nivel técnico como estético. También se trata de respetar los componentes de origen y seguir practicando los métodos ancestrales empleados. Para ello hay una formación específica que en algunos casos llega a los dos años.
La consigna es muy clara en el proceso de restauración que se lleva a cabo en Patek Philippe: debe intentarse recuperar la pieza original. Y eso también afecta a la esfera, al rostro con mayor visibilidad del reloj. Si está deteriorada, los relojeros de la manufactura suelen proponer una limpieza con la que eliminar la película de polvo acumulada –los relojes antiguos no contaban con estanqueidad–. Un proceso en el que están prohibidos disolventes u otros productos abrasivos; solo agua y jabón, y si hay un deterioro en alguno de sus elementos, se sustituye, como puede ocurrir con los números. O lo que es lo mismo, para sustituir una esfera debe presentar un estado irrecuperable.
Como decíamos, hay diferentes tareas y técnicas que protagonizan este proceso de restauración y aquí quedan plasmadas algunas de las más trascendentes. Todo comienza en el pivotaje, una minuciosa operación que se realiza con un torno de relojero. Una tarea casi microscópica que requiere de una gran destreza para coordinar la mirada y la mano. Y aunque el torno es una herramienta relativamente simple, el artesano debe practicar este oficio durante al menos una década para adquirir las competencias requeridas.
Otro especialista necesario en la restauración es el que fabrica ruedas y piñones. Para ello, debe dominar el compás de engranajes, un instrumento que permite determinar la distancia precisa entre una rueda y su piñón adyacente para conseguir una dimensión de la rueda es correcta. Algo que también ocurre con la exactitud del posicionamiento de las ruedas, los piñones y los escapes. Una simple pieza de madera, conocida como ‘bastón de oscilación’, permite asegurar el óptimo alineamiento entre ambos.
Hay actividades, como el achaflanado de los componentes, que siguen vigentes hoy día como uno de los elementos que distinguen el trabajo relojero artesanal. Platinas, puentes y otros componentes son trabajados a mano con la ayuda tan solo de una lima, que puede tener formas, dimensiones y granulado distintos. Una labor de precisión para que los ángulos sean regulares y queden perfectamente pulidos.
Precisamente el arte de pulir una superficie de metal para hacerla totalmente plana y con un acabado espejo es otro de las tareas necesarias para devolver a la vida a todas estas creaciones. La técnica dicta que para lograrlo hay que realizarlo a mano, frotando la pieza sobre un bloque de estaño o de zinc que, además, está recubierto de una fina película abrasiva. Esta técnica también recibe el nombre de ‘pulido negro’.
El movimiento de un reloj contiene numerosos engranajes (ruedas y piñones) que se deben ajustar con precisión para lograr un funcionamiento correcto y una precisión óptima. En los orígenes de la relojería, las ruedas se fabricaban a mano mediante limas y sierras. A mediados del siglo XIX, con el aumento de la demanda de componentes también los criterios de calidad se volvieron más rigurosos y exigentes. Ese es el punto de partida de la máquina para redondear, que permite modificar el perfil de piezas con el objetivo de lograr un engranaje perfecto. Aunque hay instrumentos mucho más avanzados en la actualidad para desarrollar esta tarea, en Patek Philippe sigue siendo la máquina con la que se realizan los trabajos de restauración.
Nada es por casualidad, porque cuando el trabajo de restauración finaliza el reloj debe conservar su valor, su historia y funcionar como lo hacía en su creación. Por eso el restaurador es riguroso y respetuoso con el ADN de cada reloj. Eso sí, en función de la complejidad, la rareza y la especialización, hay procesos de restauración que pueden necesitar hasta dos años de trabajo. El departamento de restauración de Patek Philippe de Plan-les-Ouates (Ginebra) guarda componentes –algunos de ellos de 1839– que permiten afrontar la recuperación de los relojes que llegan para su reparación. Un stock de piezas que reúne cerca de cinco millones de unidades.