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La unicidad de Jaquet Droz se descubre nada más pasar por la puerta de su flamante edificio en La Chaux-de-Fonds, a escasos metros de gigantes como Cartier y Patek Philippe. Increíble que, al doblar la esquina del pasillo central, hay un autómata de tamaño natural.
Su nombre es Charlie y fue creado en 2013 con motivo del aniversario de la casa. Lo más fascinante de su compleja maquinaria, cuyos movimientos imitan fielmente los gestos humanos, es que usa una técnica mecánica con más de doscientos años de existencia.
Es ahí donde radica la exclusividad de Jaquet Droz: mientras el resto de las firmas tienen su origen en la fabricación de relojes, esta asienta sus raíces en la fabricación de los autómatas que hicieron de su fundador toda una leyenda en las principales cortes europeas del siglo XVIII.
Jaquet Droz renació en el año 2000 al ser adquirida por Swatch Group. “Nicolas Hayek siempre se interesó en que recuperáramos nuestro legado y nos dio la infraestructura para conseguirlo”, apunta su CEO Christian Lattmann.
Sin embargo, mantienen un perfil bajo en comparación con otros nombres del grupo como Omega o Breguet. “No dejamos de ser una firma pequeña”, aclara. “Esto está bien porque nos deja centrarnos en lo que nos define sin la urgencia de llegar a un gran número de clientes”, sostiene Lattmann.
Es importante destacar que en la manufactura trabaja apenas medio centenar de operarios: una minucia en comparación con los más de 700 de Blancpain, firma hermana que proporciona a Jaquet Droz los movimientos básicos para equipar a sus propuestas más populares y cuyas referencias están agrupadas en colecciones como Grande Seconde —ícono de la firma cuya carátula está inspirada en un reloj de bolsillo del siglo XVIII—, SW y Astrale.
El soporte que aporta Blancpain, no quita que Jaquet Droz cuente con sus propios medios. Su taller de alta relojería dispone de cuatro maestros que realizan las piezas más complejas del catálogo. Como dicta la tradición, cada uno ensambla de manera íntegra los mecanismos de los que son responsables.
De todas las creaciones, destaca el Charming Bird, que reduce al tamaño de un reloj de pulsera el mecanismo de un antiguo pájaro autómata creado por el hijo del fundador, Henri-Louis Jaquet-Droz. Realizar uno de estos relojes toma dos meses de trabajo a un maestro relojero.
“Lo más complicado ha sido desarrollar nosotros mismos el sistema de funcionamiento. Por ello creamos hace cuatro años el taller de autómatas. Hoy, en Suiza, no hay escuela que enseñe a fabricarlos”, apunta Lattmann.
Pero es en otro taller donde está la mayoría de operarios: el estudio de arte. Ahí, siete personas realizan esmaltes, grabados y otras artes aplicadas como el paillonnée, muy característica de la casa. La imaginación de los artistas crea maravillas que, por supuesto, los clientes pueden personalizar al solicitar el diseño y la técnica que prefieran.
“Nuestras creaciones tienen como elemento común la naturaleza”, dice Lattmann. Eso es patente en sus creaciones artísticas y en sus autómatas que, al fin y al cabo, son una representación de la vida en su forma y en su movimiento. Y es esta capacidad de atrapar el misterio vital la que hace a Jaquet Droz una firma única en el mundo.