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Uno de los spots más calientes del Salón de Ginebra 2018 fue el Maison Close de Ulysse Nardin. Decimos “caliente” no sólo porque fue el único reloj erótico del Salón. También se encargó de subir la temperatura de la conversación a puerta cerrada donde en una pantalla se mostraban las habilidades explícitas de los pícaros autómatas en la última creación de esta manufactura.
En la esfera del Classic Voyeur aparecen dos parejas en acción.
Su pseudónimo es Classic Voyeur y se trata de un repetición de minutos que muestra en su esfera de antracita a dos parejas en acción en un escenario que recrea los salones privados del siglo XIX. La primera, al frente, está integrada por una mujer de espaldas a su amante, quien abre un telón para espiar al otro par de amantes que tienen sexo sobre el sofá. Los precisos movimientos de los cuatro personajes, de oro rosa, coinciden con la sonería del reloj. El reloj es una edición limitada a 36 piezas: 18 oro rosa y 18 platino.
Los movimientos de los personajes coinciden con la sonería del reloj.
Ulysse Nardin cuenta con piezas eróticas previas, pero con pasajes menos elocuentes al actual que parece digno de una escena doble del kamasutra. ¿Los tiempos se adaptan a la influencia de lo on-line ?
Las creaciones de corte erótico son tan antiguas como la relojería misma y forman parte importante de su evolución aunque, a menudo, hayan sido un tema tabú.
Un reloj de bolsillo antiguo con autómatas que hacen un strip-tease.
Los primeros eróticos datan de inicios del siglo XVIII, del período monárquico de Luis XV, conocido también como “El Bien Amado”. Dados los cánones de la época, a los relojes con adornos “picantes” les llamaban conversation pieces , sobrenombre que según el libro Hours of Love, de Roland Carrera, era sólo un eufemismo juguetón para las parejas que gustaban de observar las figuras en distintos acercamientos sexuales mientras “conversaban”.
Frente y vuelta de un reloj erótico de 1820 firmado Esquivillon Dechoudens (Ginebra).
Los relojes eróticos se volvieron pronto muy populares. Eric Bruton, autor de Clocksand Watches , registra una ilustración de un reloj de 1790, que “muestra el tiempo, el día, la
fecha, tiempo sideral y sonería de seis campanas. En el reverso unas cortinas entrevelan una escena in fraganti ”.
Como vemos el desarrollo de un elemento tradicional como la sonería está intrínsecamente ligado al imaginario sexual relojero, cuya importancia no sólo se limita a la mecánica precisa del tiempo acústico, sino que culturalmente se convirtió en un referente. El libro Galileo’s Pendulum: Science, Sexuality and the Body-Instrument, de Dusan I. Bjeic, lo considera “antecedente del sexo telefónico”, ya que “se trataba de una operación codificada que permitía la estimulación y, posteriormente, el placer”.
Dos repeticiones de minutos de bolsillo con autómatas eróticos (Suiza, circa 1910).
Durante la Ilustración, varias empresas se aprovecharon del debilitamiento de la moral religiosa para hacer mofa de figuras como los sacerdotes y las monjas. Existen varias piezas que en su esfera tienen a una pareja de religiosos en acciones comprometedoras.
Además, se continúa la evolución mecánica y se suplantan cada vez más las imágenes fijas por autómatas en movimiento con un mayor efecto erótico para sus clientes. Hacia mediados del siglo XIX, los parámetros estéticos volvieron a sufrir una vuelta de tuerca cuando los grandes maestros del arte consideraban las “expresiones carnales”
como una forma inferior de expresión gráfica. Ante la cuestionada sensualidad, los artesanos idearon nuevas formas de retratar a Eros en el tiempo, ya fuera de manera
simbólica o velada, y el erotismo relojero sobrevivió en el siglo XX.
El trabajo de grabado en la esfera de un reloj erótico contemporáneo.
Hoy las creaciones eróticas resultan sumamente codiciadas. Una pieza de bolsillo de Piguet & Meylan alcanzó los 411 mil 940 dólares en una subasta de Christie’s en 2004. H. Moser & Cie. y Jaquet Droz también han registrado buenos números para sus conversation pieces . Antiquorum subastó en 2011 un guardatiempo de 1780 que recreaba la escena de una mujer espiando a un par de amantes, justo como el voyeur de Ulysse Nardin. Al parecer junto al tiempo, nada es más eterno que el erotismo.