El abandono de perros es un problema creciente que afecta a miles de animales en todo el mundo. A diario, perros de distintas razas, tamaños y edades son abandonados en la calle, en refugios saturados o en condiciones de extrema vulnerabilidad. Las causas varían: desde problemas económicos y falta de responsabilidad, hasta la creencia errónea de que los perros pueden sobrevivir fácilmente por sí mismos. Sin embargo, la realidad es dura y sin la ayuda de voluntarios y casas de acogida, muchos de estos animales no tendrían ninguna posibilidad.
En los últimos años, las organizaciones de protección animal han reportado un aumento significativo en el abandono de perros, una situación exacerbada por la crisis económica y las restricciones tras la pandemia, que obligaron a muchas personas a renunciar a sus mascotas. Además, muchos perros comprados impulsivamente durante el confinamiento se convirtieron en “estorbos” cuando la rutina volvió a la normalidad.
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A esto se suma la falta de leyes rigurosas para penalizar el abandono, lo que convierte esta práctica en una “salida fácil” para quienes no desean o no pueden cuidar de sus mascotas. Las consecuencias son devastadoras para los animales, quienes sufren hambre, enfermedades y el riesgo de morir en la calle o en refugios sobresaturados.
Frente a esta problemática, existen personas con una profunda vocación de ayuda que se han convertido en salvavidas para los perros abandonados: las familias de acogida. Estas “almas caritativas” deciden abrir sus hogares para recibir temporalmente a perros rescatados, dándoles un espacio seguro, cuidados y sobre todo, amor mientras esperan ser adoptados. Las casas de acogida son un puente esencial entre el abandono y la posibilidad de una segunda oportunidad para estos animales.
Ser un refugio de adopción animal no es una tarea fácil. Las familias deben cuidar de los animales, que muchas veces llegan traumatizados, heridos o enfermos. A través de la paciencia, el compromiso y los recursos propios, los hogares de acogida logran rehabilitar a los perros física y emocionalmente, devolviéndoles la confianza en los seres humanos y preparándolos para la vida en un hogar definitivo.
Convertirse en un refugio de adopción animal requiere una autoevaluación inicial: la experiencia, el tiempo disponible y el espacio son factores clave para determinar el tipo de perro que se puede cuidar adecuadamente. María Besteiros, Auxiliar técnico veterinario y peluquera canina y felina, asegura que es importante contactar con la asociación protectora más cercana, pues cada organización establece requisitos específicos para las casas de acogida. A diferencia de una adopción, en la acogida no es necesario cubrir los gastos del perro, ya que la protectora suele proporcionar alimento, medicinas y otros elementos necesarios.
Antes de iniciar el proceso, las personas interesadas deben evaluar sus capacidades y el entorno del hogar, considerando también la convivencia con otras mascotas. Además, las asociaciones firman un contrato de refugio para formalizar el acuerdo y garantizar que el perro sea cuidado adecuadamente.
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El compromiso de estas familias temporales ayuda a liberar espacio en los refugios, donde otros perros también necesitan ayuda urgente. Al final, ser casa de acogida significa ser un refugio seguro y afectuoso que ofrece a los perros una segunda oportunidad para encontrar el hogar que tanto merecen.
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