La meritocracia, explica Máximo Jaramillo Molina, supone que las personas que están en “la cima” de la sociedad” son aquellas que tienen más talento y han invertido más esfuerzo. Por el contrario, quienes quedan abajo, es porque no se han esforzado la suficiente.
A partir de esta premisa se ha desarrollado un complejo discurso que justifica la desigualdad. Desde el famoso “los pobres son pobres porque quieren” hasta la gran industria del “billionare coaching”, que promete riqueza a cualquiera que se esfuerce y siga los hábitos correctos, como levantarse a las cinco de la mañana.
“Hay que decirlo explícitamente, se trata de una narrativa equivocada”, señala el académico de la Universidad de Guadalajara y activista. En entrevista para EL UNIVERSAL, Jaramillo desmonta algunos de los mitos de la meritocracia con mayor resonancia y pone sobre la mesa algunas alternativas para combatir la desigualdad, a propósito de la publicación de su libro “Pobres porque quieren. Mitos de la desigualdad y la meritocracia”.
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¿De dónde viene el término meritocracia?
El término meritocracia comienza a usarse a mediados del siglo XX por corrientes socialistas que imaginaban una distopía. En algún momento, en las décadas de los 70s, 80s, esta crítica comienza a ser tomada por una corriente más individualista, que en términos prácticos conocemos como neoliberal, y comienza a decir que esa es la forma en que debería organizarse la sociedad.
Lo curioso es que antes de la idea de la meritocracia, estaban las mismas familias que dominan la sociedad que después de esta idea. Entonces es una narrativa que se introduce para explicar supuestamente la desigualdad, aunque en realidad siguen estando las mismas familias de antes, cuando, por ejemplo, no se llamaba meritocracia, sino aristocracia. Las elites siguen siendo las mismas, aunque el discurso sea distinto.
En tu libro mencionas que la desigualdad es paradójica, ¿por qué?
Lo que nos diría la lógica es que en las sociedades donde es más obvio que la meritocracia no existe, pues se creería menos en ella. Lo que nos muestran los datos, curiosamente, es lo contrario. En sociedades tan desigualdades, como México, se cree mucho más en la meritocracia. La pregunta es ¿por qué? Hay hipótesis, lo que creemos, es que en ciudades tan segregadas como la Ciudad de México es difícil que se conozcan personas entre distintos estratos sociales.
Los ricos sólo se juntan con ricos y los pobres, con pobres. En ese sentido, si a un rico le dicen las redes sociales y medios de comunicación que los pobres son pobres porque quieren, es más fácil que lo crean, porque no tienen un contraste para verificar en la realidad.
Lo mismo pasa con los pobres, justo al no convivir con otros estratos, a veces ni siquiera conocer qué tan grande es la riqueza de las élites del país, pues se creen estas historias de que los más ricos le echaron muchas ganas, que tenían su espíritu emprendedor y se levantaban a las cinco de la mañana. Por ahí podría estar una explicación.
Además de la influencia de los contextos de cada persona, ¿por qué crees que resuenan tanto esta narrativa en la gente?
Creo que también tiene que ver con quien las promueve. En algunas librerías vas a encontrar una pared llena de lo que llaman “liderazgo”, literatura que yo llamo “billionaire coaching”, que tiene presupuesto, una industria muy redituable que vende estas historias de ensueño de salir de la pobreza. Hay mucho dinero invertido ahí para reproducir esas narrativas.
¿Cómo se relaciona la narrativa meritocrática con movimientos a favor de la equidad de género o antirracistas?
El tema de la meritocracia no solo trata del estrato social, sino que también se relaciona con estas otras narrativas. Hay un mito que dice “que no es el patriarcado ni el racismo, sino el clasismo”. El tema del racismo es muy claro en México; las desventajas se acumulan en personas que tienen distintas características. Los datos indican que las desigualdades tienen intersecciones con ciertos grupos.
Estas dimensiones de la desigualdad explican también privaciones mucho más graves de derechos y también acumulaciones mucho más amplias de poder. Cuando hablamos de los más ricos de la lista Forbes de México, que son cerca de 14 o 17, cerca de 10 son hombres, y si vemos el tema racial, la gran mayoría son blancos.
Pasando al papel de los gobiernos en este tema de la meritocracia, ¿cómo influye esta narrativa en el diseño o implementación de políticas públicas?
Justo en el capítulo 6 y 7 de mi libro hablo de dos mitos. El primero, el vicio de la dependencia, que dice que las personas que reciben programas sociales se vuelven dependientes del gobierno. Hay muchos estigmas y eso, de alguna manera, está cobijado en la narrativa meritocrática de “enseñarles a pescar y no darles pescado”.
Bajo estas ideas se trata de argumentar porque no habría que redistribuir programas sociales, porque se cree que, por ejemplo, las transferencias de dinero, inmediatamente generan fidelidad política y votos electorales, como una estrategia de clientelismo que al mismo tiempo no saca a la gente de la pobreza.
Toda la evidencia muestra que es falso, que la gente se haga dependiente los programas sociales. Está el presupuesto dedicado a los programas sociales en México, que sería insuficiente para que alguien pudiera vivir con eso solamente.
Además, está el mito de que los pobres no pagan impuestos, de que los únicos que mantienen el sistema fiscal en el país son los más ricos, cuando en realidad lo que muestran los datos es otra cosa.
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(El sistema fiscal en México) es como si ocho personas van a un restaurante y se quieren comprar una pizza de ocho rebanadas. La persona más rica, en este caso la clase alta representada en una persona, se come seis de ocho rebanadas, se come casi todo y además dice que como es muy buena onda, va a pagar por la mitad de la pizza, pero en realidad está comiéndose más y es algo que pasa en el sistema fiscal.
La clase alta pone más del total de los impuestos que las clases medias y las clases bajas, pero esto es porque en realidad están comiendo una parte mayor de esta pizza, que es la riqueza y el ingreso del país.
Ya que estamos hablando del caso mexicano, ¿cuál es tu valoración del sexenio que recién terminó y del que está empezando? ¿Se está haciendo lo pertinente para combatir la desigualdad?
Creo que se está haciendo bien una cosa y otra a la mitad. Lo que me parece bien es en términos de narrativas. Al menos desde el gobierno se plantea una idea distinta sobre el origen de la riqueza. Antes, se decía que la desigualdad no era un problema, sino sólo la pobreza.
Se dice ahora que hay que separar el poder político del económico. El tema es si se hace o no. Hay un interés en disminuir la intensidad de la pobreza con programas sociales, el tema es que disminuir la desigualdad no sólo es elevar las condiciones de los más pobres, si no qué se hace con los más ricos.
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Sobre todo en un país donde la persona más rica acumula la misma riqueza que el 50% de las personas más pobres del país, unos 60 millones. Creo que ahí es donde no se ha hecho mucho. Se ve claramente como las personas de la élite económica siguen siendo cercanas al gobierno, realmente no las han tocado.
Además de pensar en impuestos progresivos, ¿qué otras cosas en particular podría hacer el gobierno en México para atender la desigualdad?
Para mí hay un tema muy importante, que es la universalidad de programas sociales. Se está empezando, por ejemplo, con le Beca Rita Cetina. Sería interesante cambiar el enfoque y que sean transferencias universales a personas que tengan cierta edad.
En algún momento, podemos empezar a construir algo que se conoce como ingreso básico universal, que para mí es una de las propuestas más liberadoras; que el Estado te transfiera un dinero de forma mensual, lo suficiente para una vida digna más allá de que trabajes o no. Lo que muestran los datos es que las personas no dejan de trabajar porque reciben eso y, en cambio, tienen más opciones.
Por ejemplo, si no te pagan bien en tu trabajo, si tienes condiciones laborales inadecuadas, tienes la oportunidad de salirte o de negociar salarios.
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¿Por qué es importante hablar de desigualdad hoy en día?
Dos razones. La primera es que a nivel global cada vez aumenta más la desigualdad, las élites económicas cada vez se apoderan de un mayor porcentaje de la de la riqueza, cada vez se vuelven más extremas estas desigualdades y por eso es necesario hablarlo, pero al mismo tiempo cada vez es más obvio que esta narrativa meritocrática que trata de dar legitimidad a esas desigualdades, se cae pedazos.
Por ejemplo, todo este debate que hubo de los ‘nepobabys’, muestra claramente que los que están hasta arriba están ahí, pues porque ahí nacieron y en realidad, si queremos algo de justicia tiene que modificarse de manera radical la idea de qué merecemos, por qué merecemos lo que tenemos o lo que no tenemos.
Por otro lado, situaciones como la crisis climática, nos muestran que el consumo de las élites es insostenible. Y es insostenible en la medida que la sociedad no les ponga un alto.
Algunas personas en México acumulan 1.8 billones de pesos, podrían gastarse 500 millones de pesos todos los días, lo que les resta de su vida y no se lo acabarían. Ese tipo de consumos se tienen que hacer de otra manera. Hay distintos argumentos desde los límites planetarios para mostrar que se tiene que hablar de esto, si esperamos a que sea después, tal vez sea muy tarde.