Después de recordar el inesperado recibimiento en casa de Francisco Villa , continúa el aniversario de la exclusiva entrevista que concedió a EL UNIVERSAL, presentada una semana como hoy hace cien años por el reportero Regino Hernández Llergo, tras visitar la hacienda de Canutillo, Durango.
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Emilia, la “vengadora de agravios”, se acomodó para dormir tras las últimas palabras de Villa, mientras que Regino y el fotógrafo Fernando Sosa fumaron un rato antes de descansar, no sin observar las pruebas de que en efecto se hospedaban en la recámara de los hijos del general: ropa juvenil, libros escolares y cuadernos.
En su primera mañana en la hacienda, Regino y Sosa vieron desde temprano a la mayoría de los locales ya concentrados en sus respectivas actividades. En vista de que Villa les insistió que lo buscaran a cualquier hora que despertaran, recorrieron Canutillo en busca de él.
En el camino vieron la casa de los obreros, una iglesia en ruinas, un nuevo edificio de correo y telégrafo, una calle en construcción flanqueada por casas, una huerta que ya florecía y un cobertizo lleno de distintas máquinas agrícolas.
Encontraron al guerrillero retirado trabajando en la reparación de una máquina trilladora, quien al saber de su presencia se les unió para “echar la platicada”.
El primer tema fue la razón de la presencia del revolucionario en Canutillo, que explicó se debía a que “Fito” (como llamaba el general al ex presidente Adolfo de la Huerta ) se aseguró de que Villa se instalara, de forma pacífica, en una propiedad otorgada por su gobierno.
Según los argumentos del propio caudillo, él aceptó porque su intención era trabajar, sin importar si era en Chihuahua o Durango, para no “seguir derramando sangre de mis hermanos de raza”. Tanto los periodistas como Villa permanecieron varios minutos en silencio tras dichas afirmaciones.
Más adelante, al dar de nuevo con lo que el general llamó “oficinas públicas” de correo y telégrafo, resaltó que el gobierno no había aportado “ni un centavo” para levantar esos espacios, sino que incluso las casas necesitaban tanto piso como techo cuando llegó. Sostuvo que él, en cambio, pagaría de su bolsillo el costo de las líneas telefónica y telegráfica.
Regino y Sosa fueron atentos con todos estos detalles, como periodistas profesionales que eran, pero no contaban con escuchar revelaciones que los dejaran atónitos desde el primer día de la semana que pasarían con Villa.
Pese a sus propias condiciones de no hablar de política, el “Centauro del Norte” abordó el tema en más de una ocasión, sin que sus huéspedes lo pidieran. El primer comentario de este tipo fue sobre su presunta intención de lanzarse como candidato para ser gobernador de Durango.
Refirió en que tanto a nivel República como a nivel estado, sus simpatizantes le pedían permiso para hacer campaña en su favor, pero que no accedería en tanto Álvaro Obregón ocupara el cargo de Presidente, luego de haber dado su palabra de abstenerse de incursionar en la política durante el mandato obregonista.
Al mismo tiempo reconoció que una vez cumplida su promesa, “sería otra cosa”. Agregó, para dejar claro el buen partido que tenía: “¡Yo tengo mucho pueblo, señor! Mi raza me quiere mucho; yo tengo amigos en todas las capas sociales, ricos, pobres, cultos, ignorantes…”.
Dicho eso, presumió de sus hábitos de trabajar en el campo desde las 3 de la mañana con su gente, para entonces compararse con los que llamaba “políticos de petate”, sobre quienes advertía “Pueblo, estos no te hacen ningún bien, sólo hablan y te roban tu dinero”.
“Por eso me temen los políticos… me tienen miedo porque saben que el día que yo me lance a la lucha, ¡uh, señor!… ¡los aplastaría!”, sentenció.
Algunos expertos quizá estarían de acuerdo, pues se cree que su asesinato un año después, podría haber sido instigado por Obregón y Calles para evitar que apoyara la candidatura de Adolfo de la Huerta como sucesor de Obregón. Mañana en la cuarta entrega, un fragmento más de esta entrevista exclusiva.