Durante la década de 1930, ya se conocían historias de crímenes como desapariciones, asesinatos y secuestros que sacudían a la capital. Sin embargo, al inicio de los años 40 en las calles de la colonia Roma, se originó la historia de una de las asesinas seriales más temibles de la Ciudad de México.
La mañana del martes 8 de abril de 1941, la policía recibió el reporte de Luis Pérez Boldi y Francisco Páez, quienes trabajaban junto con unos plomeros y albañiles el arreglo de unas tuberías obstruidas, frente a la casa con número 9 de la calle de Salamanca.
Lee también: Cuando la Roma y la Condesa eran colonias feas.
Lo que encontraron fue escalofriante, se trataba de una masa de carne humana correspondiente a niños pequeños, sangre y material de curación como gasas; entre toda esa masa se identificaron un cráneo y un par de piernas.
La principal sospechosa de estos actos era Felicitas Sánchez que era bien conocida por ser partera y vivía en el departamento #3 dentro del edificio que presentaba la tubería dañada.
En ese mismo instante la policía entró a su departamento por la fuerza y dentro de la habitación donde ella vivía encontraron un altar con ropa para bebé, huesos humanos, velas y múltiples fotos de niños a los cuales había asesinado. Su casa se trataba de una escena del crimen donde decenas de bebés y niños pequeños habían sido descuartizados.
Todo lo que se encontró en el departamento de Felicitas Sánchez era prueba contundente para inculparla, pero justo cuando la policía estaba dispuesta para detenerla, ella ya había escapado.
Durante las investigaciones se hizo un conteo preliminar de 50 infanticidios aproximadamente, sin contar las muertes durante los partos y los abortos con varios meses de gestación. El caso tomó relevancia nacional y sacudió a todo el país.
Lee también: La madre que mató a sus hijos por la pobreza extrema.
Aunque la ciudad había sido testigo de muchos crímenes que llenaban las planas de los periódicos, aquel horrible descubrimiento dejó una huella en las historias criminales de la capital. La prensa encargada de informar los hechos le asignó el nombre de “La ogresa de la colonia Roma”, “La trituradora de angelitos” y “La descuartizadora de la colonia Roma”, siendo el primer nombre el más difundido entre la población.
La investigación para dar con el paradero de Felicitas Sánchez fue realizada por el detective José Acosta Suárez, él mismo atraparía al asesino Gregorio “Goyo” Cárdenas meses después.
El 11 de abril de 1941 fue detenido Salvador Martínez Nieves, un plomero cómplice de Sánchez encargado de destapar las cañerías y de desaparecer los restos humanos que recuperaba de las mismas. Declaró que tenía un par de años trabajando para la partera y recibía sobornos para guardar silencio de los atroces crímenes en los que estaba envuelta.
Ese mismo día cerca de las 10 de la noche, el comandante Jesús Galindo y los detectives encargados del caso aprehendieron a Felicitas Sánchez en la calle Bélgica de la colonia Buenos Aires en la delegación Cuauhtémoc, justo antes de que se diera a la fuga, abordando un automóvil con destino a Veracruz.
Sin darle tiempo de reaccionar, los detectives la llevaron a a los separos, donde ya se encontraba su pareja detenida.
Según los estudios actuales de criminalística, el perfil de Sánchez era el de una asesina serial organizada, sedentaria (ya que nunca se mudó de domicilio durante sus asesinatos) y por su profesión médica se le denomina como un “ángel de la muerte”.
Lee también: Así operaba “El Barba Azul” mexicano.
Felicitas Sánchez nació a finales del siglo XIX en el poblado de Cerro Azul, Veracruz. Su madre le trataba con desprecio y rechazo, lo que le causó un daño permanente en la mente.
Con el tiempo fue desarrollando actitudes que señalaban una clara psicopatología, como el comportamiento cruel con otras personas y la afición por maltratar y envenenar animales. También desarrolló un rechazo patológico por la maternidad y todo lo relacionado con ello.
Pese a la vida tormentosa con su madre, Felicitas se graduó como enfermera y comenzó a trabajar de partera en el estado de Veracruz. Se casó con Carlos Conde con quién tuvo dos hijas. La situación económica del matrimonio hizo que decidieran “vender” a las niñas.
Su marido, que en un principio estuvo de acuerdo, terminó arrepintiéndose, pero las niñas ya habían sido vendidas y Felicitas nunca reveló información para recuperarlas; esto marcó el fin del matrimonio. Ante esto ella decidió migrar a la ciudad de México para trabajar como enfermera.
Después de los sucesos ocurridos con su exmarido, Felicitas Sánchez llegó a la ciudad de México y se estableció en un apartamento de la colonia Roma.
Ofreció sus servicios de partera adecuando una clínica de abortos clandestina. Todavía a principios del siglo XX, el tema del aborto era penalizado en la ciudad, por lo que realizaba los abortos con la mayor discreción posible.
No obstante, la popularidad de los servicios de Felicitas comenzó a llamar la atención de sus vecinos ya que acudían muchas mujeres adineradas para consultas privadas. Otro aspecto que llamaba la atención era que las tuberías se tapaban constantemente, así como la aparición de un humo negro de olor penetrante que salía de su departamento.
Lee también: Aborto, orígenes prehispánicos.
Además de sus servicios ilegales, Sánchez ofrecía por un cargo extra acomodar a los bebés en familias para que se encargaran de ellos. Fue así como creó un negocio de tráfico de niños con el que ganaba mucho dinero.
En este punto surgieron en ella los trastornos que cargaba consigo a raíz de su infancia, de acuerdo con sus actos ella no sentía aprecio alguno por los niños a su cargo. Según las evidencias encontradas, los niños que no lograba acomodar los torturaba para después matarlos y descuartizarlos, al igual que hacía con los fetos que abortaba en su clínica.
Estos actos, junto con las constantes obstrucciones en las tuberías y los olores nauseabundos que despedía de su departamento causarían el terrible descubrimiento del 8 de abril de 1941.
Bajo la amenaza del abogado defensor de Felicitas de revelar una lista de personas influyentes que habían asistido por sus servicios clandestinos de partera y por irregularidades en el caso, los cargos y la condena fueron reducidos considerablemente.
Aunque la fiscalía tenía testimonios sólidos para inculparla de homicidio, el 26 de abril de 1941 fue procesada bajo los cargos de aborto, inhumación ilegal de restos humanos, delitos contra la salud pública y responsabilidad clínica y médica, todos estos crímenes no eran considerados graves por lo que pudo acceder a una fianza.
Lee también: El asesino serial al que ovacionó la Cámara de Diputados.
El 10 de mayo del mismo año el juez le asignó una fianza de 600 pesos de ese entonces; estuvo en prisión por un par de meses y en junio su ex-esposo Carlos Conde pagó la fianza quedando en libertad.
Igualmente, el caso causó indignación porque durante su detención y en el proceso de atribuir a la inculpada el crimen de homicidio se “perdieron” las pruebas en su contra como el cráneo, las piernas y los demás restos encontrados en su domicilio.
El caso se había cerrado y Felicitas salió libre de todos los cargos, sin embargo, este punto a su favor sería el inicio del fin.
El rechazo social, la gravedad de sus actos por los que había salido impune y por cuestiones económicas con su abogado defensor, hizo que Felicitas decidiera terminar con su vida tomando una sobredosis de barbitúricos la noche del 16 de junio de 1941.
Lee también: Aparentaba fragilidad y timidez: la verdad sobre la "Degolladora de Chimalhuacán".
Según las fuentes proporcionadas por EL UNIVERSAL el cuerpo fue encontrado en la cocina de su casa ubicado en la calle de Medellín. Su pareja, Alberto Sánchez cuando notó la ausencia de su esposa en la madrugada salió de su habitación para encontrarla en el suelo de la cocina. La declaración del esposo señaló que intentó reanimarla sin éxito debido a que las sustancias ya habían causado un colapso en el cuerpo de Felicitas.
Junto al cuerpo sobre la mesa de la cocina se encontraron tres cartas, la primera estaba dirigida a su primer abogado, el licenciado Enríquez, la segunda a su actual abogado, el licenciado Silva y finalmente la última estaba dirigida a su pareja.
El contenido de las cartas eran sobre asuntos legales relacionados con los pagos de los abogados por su liberación y en ningún momento expreso algo respecto a sus crímenes, el secreto a voces de sus horribles actos se había esfumado con ella.
Lee también: Los sonados casos de suicidio femenil por deshonra en el Porfiriato.
Después de la noticia del suicidio de “La ogresa de la Roma”, el caso quedó en total silencio, posteriormente sería olvidado por la aparición de una serie de asesinatos que alertaría nuevamente a la ciudad. El responsable conocido por la prensa como “El estrangulador de Tacuba” había sido atrapado poco más de un año después de la muerte de Felicitas.