Cada 7 de junio se conmemora el Día Mundial de la Inocuidad Alimentaria con el fin de concientizar la calidad de lo que comemos, priorizando la salud y la prevención de enfermedades de origen alimentario. Este día empezó a conmemorarse desde 2019, lo cual significa que todavía hay un largo camino por recorrer.
Los alimentos se pueden contaminar por varios causantes, como los restos de plaguicidas, los cuáles se esparcen en los cultivos para protegerlos contra insectos o malas plagas.
Además, el buen estado de los alimentos no sólo es necesario para la salud humana, sino también para la prosperidad económica, el turismo y la cadena de suministro alimentario, la cual comprende: producción, procesamiento, distribución y, al final, su venta.
Por otro lado, el consumo de alimentos contaminados afecta principalmente a las poblaciones marginadas y vulnerables, según la ONU.
Cuando hablamos de comida procesada, a veces lo hacemos desde lo negativo; sin embargo, tienen una gran aportación en la inocuidad alimentaria.
La creación de estos productos tiene un proceso muy riguroso. Desde los protocolos de preparación hasta la entrega en establecimientos, los alimentos son cuidados para que su consumo sea seguro. También, las técnicas de procesamiento ayudan a la limpieza del alimento, como de bacterias u otros elementos contaminantes; entre las técnicas se encuentran la pasteurización y la esterilización.
De manera similar, la conservación en los alimentos procesados tiene un papel importante. Los productos enlatados o secos, por ejemplo, tienen una caducidad mayor y pueden ser transportados a lugares más remotos. Además, estos métodos de conservación permiten mantener la calidad y el valor nutritivo de los alimentos durante más tiempo, lo que contribuye a la seguridad alimentaria global.
Finalmente, el desarrollo tecnológico en la industria alimentaria también juega un rol fundamental. Innovaciones como el uso de envases inteligentes y técnicas avanzadas de control de calidad aseguran que los alimentos procesados lleguen al consumidor en las mejores condiciones posibles. Esto no solo reduce el riesgo de enfermedades alimentarias, sino que también minimiza el desperdicio de alimentos, beneficiando tanto a la economía como al medio ambiente.