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Reconstruir la historia del pan de muerto es una tarea para la cual investigadores como la antropóloga Eva Martínez Román consultan fuentes documentales como recetarios o las antiguas crónicas periodísticas de los primeros días de noviembre de años pasados.
Sin embargo, Martínez Román comenta en entrevista con nuestro colaborador Carlos Villasana que, entre esas fuentes destacan las pinturas costumbristas del siglo XIX, “sobre todo los famosos bodegones, donde se trataba de mostrar con orgullo la fruta local, los platillos regionales, las fiestas y tradiciones culinarias de la nación”.
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La más antigua es la pintura de José Agustín de Arrieta, pintor costumbrista de cuadros de comidas y alimentos endémicos de México, quien nació en Puebla en 1803 y murió en 1874.
De Agustín de Arrieta, que es el autor que he rastreado hasta el momento como el primero en representar al pan de muerto, dos cuadros llaman la atención: “El bodegón de panes con naranja”, y otro llamado “Cuadro de comedor”, nos comparte.
Ambos tienen la tradicional calabaza de Castilla, velas y flores de cempasúchil. No es casual, el pintor puso estos elementos con una intención clara: indicar las fechas, la temporada del año, la festividad a la que hace referencia.
Arrieta pintó en ambos cuadros una ofrenda para los fieles difuntos. En los dos hay en el centro de la mesa dos tipos de panes o bizcochos de muerto.
En el primer cuadro aparece un producto parecido al actual pan de muerto: redondo, con la bolita que simula el cráneo hasta arriba, los huesitos y varias bolitas que caen en forma de tira a alrededor de esta, que quizá representen lágrimas, explica Eva.
Resulta interesante que en este pan algunas lágrimas aparecen formando una cruz. Al parecer el pan de Arrieta está pintado de tal forma que luzca muy barnizado con huevo, pues es de color dorado y muy brilloso. Tiene poco ajonjolí, al parecer.
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En el otro cuadro, no se alcanza a percibir qué figuritas tiene el pan que es ovalado alargado y está bella y delicadamente decorado o “bordado” con figuritas de la misma masa que forma garabatos rodeando al pan.
Martínez Román explica que esos adornos muestran el estilo de las famosas “cuelgas” del estado de Hidalgo, que todavía hoy se realizan para el día de muertos y para velorios. “Gracias a estas pinturas podemos analizar las diferencias en las formas del pan”, afirma Eva.
El siguiente pintor que he rastreado sería Gustavo Montoya. Nació en la Ciudad de México en 1905 y murió en 2003. En este caso resulta que en su cuadro “Bodega con panes mexicanos”, su pan de muerto tiene también forma de un gran bollo, con una bolita hasta arriba de la que se desprenden delgadísimas tiras trenzadas, de las que se pueden ver 4, pero que probablemente hayan sido hasta seis.
De este pan llama la atención la pintura de cruz realizada sobre el pan indicando a todas luces que se trataba de un pan sagrado. No por nada está en el centro de la mesa, opina la también historiadora.
En otro cuadro de “bodegón con panes mexicanos” de este pintor, se retrata el mismo pan con ligeras variantes: en medio de cada delgada trenza hay una bolita que la asemeja ahora sí mucho mas a un hueso.
La tercera fuente valiosa sería la de Fredzia Kessler, quien nació en Polonia en 1922 y llegó a México en 1929. Su obra retrata una ofrenda, con un cráneo, una vela y el pan de muerto, en el se distinguen nuevamente los huesos y la bolita de hasta arriba, ya muchos más gruesos que los de Montoya.
El pan de Fredzia es ya como el que conocemos hoy. Mas reciente contamos con la pintura de Cristy Varcal, quien en 1957 cursó la especialidad de artes plásticas.