La fiebre es una respuesta natural del cuerpo ante infecciones u otros factores que alteran el equilibrio interno. Tradicionalmente, se ha considerado que una temperatura corporal normal oscila en torno a los 37°C, según un estudio de la Universidad de Stanford, pero este número puede variar según diferentes estudios y factores individuales. Con el tiempo, la ciencia ha demostrado que no hay un valor único para todos, y por ello, es importante entender desde qué punto realmente se puede hablar de fiebre.
El concepto de temperatura normal fue inicialmente popularizado por el médico alemán Carl Reinhold August Wunderlich, quien en el siglo XIX estableció los 37°C como el valor estándar. Sin embargo, investigaciones recientes, como la liderada por la experta Julie Parsonnet, han indicado que la temperatura corporal promedio ha disminuido a lo largo de los últimos 150 años. Esto podría deberse a mejoras en la salud general de la población, una menor exposición a infecciones crónicas y el uso de instrumentos de medición más precisos. Según este estudio, la salud de las personas en esa época era diferente, lo que afectaba la temperatura promedio de sus cuerpos.
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La temperatura corporal no es constante a lo largo del día y puede estar influenciada por diversos factores. Entre estos se encuentran el momento del día, el nivel de actividad física, el lugar donde se realiza la medición (boca, axila o recto), el consumo reciente de alimentos o bebidas, el sexo y la edad de la persona. Estos factores hacen que la temperatura fluctúe dentro de un rango considerado normal, que puede variar entre 36.1°C y 37.2°C. Es por ello que no siempre una ligera elevación es motivo de alarma.
Generalmente, la fiebre se diagnostica cuando la temperatura corporal supera los 38°C, ya que indica una posible respuesta inflamatoria del cuerpo ante alguna infección, virus o enfermedad. A partir de este valor, el cuerpo empieza a dar señales de que está combatiendo algo extraño. Si la temperatura está entre los 37.3°C y 37.9°C, se puede hablar de febrícula o fiebre leve, que también puede ser una señal de que el organismo está lidiando con alguna afección, pero de menor gravedad.
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Aunque la fiebre en sí no es una enfermedad, es un síntoma que puede indicar un problema de salud subyacente. Si una persona tiene fiebre persistente o elevada (por encima de 39°C), es importante consultar a un médico, ya que podría ser un signo de una infección seria o de otras condiciones que requieren atención. Además, si la fiebre viene acompañada de síntomas como dolor de cabeza intenso, dificultad para respirar, o confusión, se recomienda buscar ayuda médica de inmediato.
Para controlar la fiebre en casa, es importante descansar, hidratarse adecuadamente y, si es necesario, tomar medicamentos antipiréticos recomendados por un profesional de la salud. Mantener un ambiente fresco y evitar abrigarse en exceso también puede ayudar a reducir la temperatura corporal. Sin embargo, siempre es recomendable estar atento a la evolución de los síntomas y no dudar en acudir a un especialista si la fiebre persiste o empeora.
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