Su anterior proyecto es hoy un caso de estudio de cómo se fabrica una burbuja que termina estallando, pero eso no ha sido obstáculo para que su nueva aventura empresarial esté ya valorada en US$1.000 millones. Y eso que faltan meses para que sea lanzada.
Para 2019, cuando estaba a punto de salir a bolsa, quedó claro que su valor real estaba muy por debajo de su valor estimado —sus pérdidas eran tan espectaculares como su valoración —, y Neumann se vio obligado a dejar el cargo de director ejecutivo.
Sin embargo, el empresario parece no haber perdido un ápice de su capacidad para convencer a los mayores inversores de que apuesten por él.
Y de la misma manera que consiguió miles de millones de SoftBank — uno de los fondos de capital riesgo más importantes del mundo — para WeWork, ya tiene afianzado un buen respaldo financiero para su nueva iniciativa, de la que poco se conoce más allá de su nombre, Flow, y que tiene que ver con bienes y raíces.
Aunque ese no es el único talento que le acompaña de su pasado. También lo hace la habilidad para generar controversia.
Pero vayamos por partes…
Neumann nació en Tel Aviv en 1979. Disléxico, no aprendió a leer y escribir hasta tercer grado, y sirvió durante cinco años en el ejército de Israel. "Allí conocí a la mayoría de los que son mis mejores amigos hoy", le contó al diario israelí Haaretz en 2017.
En 2001 decidió mudarse a Nueva York.
Su objetivo en la ciudad estadounidense era "conseguir un gran trabajo, divertirse mucho y ganar grandes cantidades de dinero", según le contaría en 2017 al medio especializado en tecnología TechCrunch.
Empezó por matricularse en la Escuela de Negocios Zickling del Baruch College, un centro público que forma parte de la City University de Nueva York, y por frecuentar los clubs nocturnos de la Gran Manzana con su hermana y compañera de piso Ari, una modelo y ex Miss Teen Israel.
Cuando apenas le quedaban cuatro créditos para graduarse, Neumann decidió dejar la carrera y meterse de lleno en el mundo empresarial (terminaría la licenciatura en 2017).
Era algo que llevaba tratando desde que era estudiante, primero con el diseño de unos zapatos con tacón plegable que pasó sin pena ni gloria y después con una marca de ropa de bebé con rodilleras incorporadas, Krawlers.
Esta última idea derivó en Egg Baby, que estableció en 2006 y se convirtió en su primera compañía de éxito.
Fue en ese tiempo que conoció a Miguel McKelvey, quien sería su socio en WeWork.
Conectaron rápido y McKelvey lo convenció para que mudara su negocio al edificio del barrio de Brooklyn en el que él trabajaba.
En aquel lugar, en una de sus frecuentes lluvias de ideas o braimstormings, se les ocurrió que podía haber negocio en alquilar el espacio vacío de las oficinas a otros que quisieran ocuparlo temporalmente.
Así nació Green Desk, una empresa de trabajo conjunto. La venderían pronto, pero se quedaron con la idea y la desarrollaron hasta lo que terminó siendo WeWork.
Neumann también ha vinculado el origen de la compañía a su historia personal, relacionándolo a su infancia itinerante y al tiempo que pasó viviendo en un kibutz, una colonia agrícola comunitaria. De hecho, le dijo al diario israelí Haaretz que a veces se refería a WeWork como "Kibbutz 2.0".
La creación del eslogan de la empresa, "haz lo que amas", se le atribuye a su esposa Rebekah Neumann, a quien conoció durante sus años de estudiante y es prima hermana de la actriz Gwyneth Paltrow (su nombre de soltera es Rebekah Paltrow) y amiga de la hijísima Ivanka Trump.
La compañía abrió su primer espacio de co-working en el barrio neoyorquino de Little Italy, y con Neumann al frente y un elenco de inversores de primera categoría como el japonés Masayoshi Son, dueño de SoftBank, siguió expandiéndose por 120 ciudades de 40 países y se volvió la start-up con más valor de Estados Unidos.
Esa fue la cima desde la que empezaría a caer.
Estando en la vorágine de crecimiento, el de Neumann dejó de ser un negocio de alquiler de oficinas y se empezó a conformar el imperio "We".
Nació WeLive, vivienda comunitaria, WeGrow, la escuela en la que los Neumann matricularon a sus cuatro hijos mayores (hoy tienen seis) y con la que querían iniciar una red internacional de colegios para hijos de nómadas digitales, y Rise by We, una cadena de gimnasios.
También tuvo otras ideas fallidas, mientras daba rienda suelta a sus excentricidades, como caminar descalzo por las oficinas, instalar una piscina de inmersión y una sauna de infrarrojos en su despacho.
Y su ya conocida afición por la fiesta y las dudas acerca de su capacidad de gestión, sumado a operaciones que podrían considerarse desleales hacia la empresa —como la adquisición de inmuebles que posteriormente alquilaba a WeWork — pronto empezaron a hacer mella en los inversores.
Estos empezaron a preguntarse si WeWork valía realmente los US$47.000 millones que se le estimaban.
En 2019, por la desconfianza de los mercados y antes de arriesgarse a que la operación fuera un fracaso, la compañía decidió posponer su salida a bolsa y averiguar cuál era su situación real.
A ello le siguió la renuncia como director ejecutivo de Neumann, a quien algunos inversores llegaron a denunciar en los tribunales.
La demanda no prosperó, y a los US$1.000 millones obtenidos por la venta de sus participaciones se le sumaron US$185 millones por seguir como asesor de la compañía.
Eso sí, para cuando WeWork salió por fin a bolsa el año pasado, su valoración ya se había rebajado a US$9.000 y hoy apenas alcanza los US$4.100 millones.
La historia dio para ríos de tinta en los medios, un podcast de diez capítulos dirigido por David Brown, WeCrashed: The Rise and Fall of WeWork, que luego inspiró una miniserie de televisión, estrenado en Apple TV+ el pasado marzo y en el que Jared Leto y Anne Hathaway dan vida al matrimonio Neumann.
Pero aquella historia no acabó con el Neumann emprendedor, quien parece listo para volver a la carga con una nueva idea, Flow, y un buen respaldo.
De la empresa no se sabe mucho.
En enero el medio económico The Wall Street Journal reportó que Neumann había comprado participaciones de más de 4.000 viviendas en Estados Unidos, desde Miami y Fort Lauderdale, a Atlanta y Nashville, con el objetivo de crear "una marca de apartamentos ampliamente reconocida, equipada con todo tipo de comodidades".
Según adelantó The New York Times, Andreessen Horowitz, una legendaria firma de capital riesgo que en su día apostó por Facebook y Airbnb, habría invertido US$350 millones en la nueva aventura de Neumann.
Según el medio estadounidense, que cita tres fuentes conocedoras de las inversiones hasta el momento en Flow, esta tendría una valoración de más de US$1.000 millones de dólares.
Esta semana Andreessen Horowitz confirmó en su blog el respaldo a Flow, describió a Neumann como un "líder visionario" que "básicamente rediseñó la experiencia de la oficina" y apostó a que hará lo mismo con las viviendas de alquiler.
"Nos encanta ver a emprendedores construir sobre éxitos pasados y crecer a partir de las lecciones aprendidas", se dice en el blog.
"Creemos que es natural que, para su primera iniciativa desde WeWork, Adam vuelva a conectar a la gente, transformando sus espacios físicos y construyendo comunidades allí donde la gente pasa más tiempo: sus hogares", siguió.
"Los bienes raíces, el activo más grande del mundo, están listos para exactamente este cambio".
Ni Flow, que según su página web será lanzado en 2023, ni Horowitz han respondido a las solicitudes de entrevista de Natalie Sherman, reportera de negocios de la BBC.
Pero no todos han sido elogios para Neumann.
Algunos inversores han puesto el grito en el cielo ante el nivel de apoyo recibido por alguien con ese historial y otros subrayan la brecha entre la financiación que consiguen los proyectos de "hombres blancos en Silicon Valley" y las start-ups lideradas por mujeres o emprendedores de otros orígenes étnicos.
"Hay una razón por la que esto está causando tanto revuelo... Se debe al tamaño del cheque, a la financiación sin precedentes que recibe alguien con fama de hombre de negocios inmoral. Genera una reacción emocional", le dijo a la BBC Allison Byers, fundadora y directora ejecutiva de Scroobious, cuyo objetivo es ayudar a las empresas emergentes dirigidas por grupos subrepresentados a encontrar financiación.
Ha sido una de tantos usuarios que han acudido a las redes sociales para expresar su frustración por la inversión en Flow. "Estamos sujetos a estos estándares imposibles. Ese es el ultraje".
La gran apuesta por Neumann llega además en un momento en el que gran parte de la industria tecnológica se enfrenta a una desaceleración, lo que dificulta que las nuevas empresas recauden dinero y ha provocado despidos y ralentizaciones o congelaciones de contrataciones.
La inversora Leslie Feinzaig, fundadora y directora gerente del fondo de capital riesgo Graham & Walker también describe la noticia del espaldarazo a Neumann como un "golpe en el estómago".
"Mi reacción inmediata fue: 'Ojalá las mujeres tuvieran la misma oportunidad de fracasar de forma tan espectacular como lo ha hecho Adam Neumann".
El año pasado solo el 2% del capital riesgo en EE.UU. fue a parar a empresas fundadas exclusivamente por mujeres, el porcentaje más bajo desde 2016, según Pitchbook, una empresa que maneja datos de mercados de capital privado.
Y el porcentaje destinado a compañías con fundadores afroestadounidenses fue aún menor, según Crunchbase, una plataforma que agrupa información empresarial sobre compañías privadas y públicas.
"El verdadero espíritu empresarial consiste en la capacidad de recuperarse de los errores y los tropiezos, pero Andreessen no solo le concedió eso" a Neumann, "parece que además lo está celebrando", concluye Feinzaig.
Sea como fuere, está por ver si el desenlace de esta nueva aventura termina pareciéndose al de WeWork.
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