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La humanidad siempre se ha visto intrigada por el espacio . Las grandes civilizaciones estudiaron las estrellas , descubrieron los ciclos y, con el desarrollo de la tecnología , poco a poco ha sido posible estudiar más y hasta colocar objetos y personas más allá de la órbita de la Tierra . Pero por muy fascinante que sea todo lo que estamos aprendiendo, también hay una parte negativa: la contaminación espacial .
La primera vez que la humanidad logró que un objeto hecho por el hombre orbitaba la Tierra fue en 1957 con el lanzamiento del satélite Sputnik . Desde entonces se han conseguido muchos más hitos espaciales. No obstante, en los 64 años transcurridos los cielos nocturnos de nuestro planeta se han vuelto cada vez más congestionados.
Hoy en día se calcula que hay más de 3 mil satélites rodean la Tierra y están unidos por millones de restos espaciales , como fragmentos de satélites rotos, piezas de cohetes desechadas y manchas de pintura de naves espaciales. Todo lo cual ha llevado a la NASA a calcular que hay alrededor de 6 mil toneladas de escombros solo en la órbita terrestre baja.
Esa basura espacial no solo crea peligros de navegación para los astronautas , sino que también refleja la luz solar hacia la superficie, lo que interfiere con las observaciones de telescopios terrestres. De hecho, un estudio de Monthly Notices of the Royal Astronomical Society: Letters, una de las más importantes revistas científicas del mundo en astronomía y astrofísica, asegura que ya no hay ningún lugar en la Tierra libre de la contaminación lumínica producida por los escombros y los satélites.
Y la situación solo empeorará pues, según los expertos, la cantidad de escombros en órbita aumentará durante la próxima década a medida que despeguen las megaconstelaciones de minisatélites con transmisión de internet , por ejemplo las programadas por parte del programa Starlink de SpaceX .
Para entender el impacto, como señala el medio Engadget, hasta hace un par de años, la humanidad había puesto en órbita menos de 10 mil objetos desde el comienzo de la Era Espacial. Sin embargo, con el advenimiento de la tecnología de lanzamiento de cohetes comerciales de bajo costo, que ha visto caer el precio de carga de lanzamiento, el número de satélites en órbita aumentará exponencialmente.
Miles de satélites esperando despegar
En total, se espera que más de 18 mil satélites se lancen para 2025 , aproximadamente diez veces el número total de satélites activos en 2018. Solo SpaceX tiene permiso del gobierno de los Estados Unidos para lanzar 12 mil Starlinks y los planes son enviar 42 mil; mientras que el proyecto Kuiper de Amazon está autorizado a enviar 3 mil 236 satélites propios en los próximos años. Ambos programas buscan crear una red orbital capaz de proporcionar conectividad a internet de gran ancho de banda y baja latencia accesible desde cualquier lugar del planeta. Aunque sus intenciones son nobles, las consecuencias no deseadas podrían cambiar fundamentalmente nuestra visión del sistema solar circundante.
“Si se implementan los 100 mil satélites en la órbita baja de la Tierra, o más, que ya están propuestos por muchas compañías y gobiernos, ninguna combinación de mitigaciones puede evitar por completo los impactos de los rastros de los satélites en los programas científicos de las instalaciones de astronomía ópticas terrestres, actuales y planificadas”, advierte un informe de la Sociedad Astronómica Estadounidense.
De hecho, cuando se lanzaron los primeros 360 Starlinks, en mayo de 2019, su presencia en el cielo nocturno se notó de inmediato. Su diseño altamente reflectante hizo que cada minisatélite fuera un 99% más brillante que los objetos circundantes durante los cinco meses que les llevó alcanzar su altitud operativa de 550 kilómetros. Este efecto fue especialmente pronunciado al amanecer y al atardecer, cuando los rayos del sol se reflejaban en los paneles solares de los satélites. El intento de SpaceX de reducir esa reflectividad mediante un "tratamiento de oscurecimiento" a principios de 2020 resultó solo parcialmente exitoso.
"Estamos detectando una reducción de aproximadamente un 55% en el brillo reflectante de DarkSat en comparación con otros satélites Starlink", señaló Jeremy Tregloan-Reed de la Universidad de Antofagasta de Chile, en un estudio de 2020 . Eso es mejor, pero no lo suficientemente bueno, dijo Treglon-Reed a Forbes en marzo pasado. "Todavía es demasiado brillante. Aún queda mucho por hacer”.
Las consecuencias y soluciones
El impacto general que tendrán estos satélites depende de una serie de factores, por ejemplo, el tipo de telescopio que se utilice, la hora del día, la estación en que se realizan las observaciones y la altura de la constelación de satélites.
Sin embargo, en respuesta al creciente problema, los astrónomos de todo el mundo, como parte del taller SATCON-1 de la National Science Foundation realizado el año pasado, han reunido una lista de posibles acciones y políticas correctivas. Estos incluyen limitar las constelaciones a una altitud máxima de 550 a 600 km, requerir que los satélites individuales tengan solo cierta magnitud reflectante y compartir información orbital sobre estas constelaciones con la comunidad de investigadores para que los astrónomos puedan evitar esas áreas del cielo.
Además, los operadores podrían diseñar sus satélites para desorbitar activamente cuando lleguen al final de su vida útil, como hacen los satélites de Starlink, o podrían simplemente lanzar menos constelaciones en general.
Aunque queda por ver si los reguladores nacionales o internacionales realmente adoptarán estas recomendaciones.
Pero incluso con dichas medidas, todavía nos enfrentamos a un "cementerio" orbital cada vez más denso de satélites rotos y basura espacial aérea. La Oficina de Desechos Espaciales Orbitales de la NASA estima que hay medio millón de trozos de basura del tamaño de una canica se mueven lo suficientemente rápido como para astillar incluso las ventanas fuertemente reforzadas de la Estación Espacial Internacional (ISS).
Es por ello que ahora no solo se hace un seguimiento de esos escombros sino que varias agencias espaciales están desarrollando tecnología para capturar y eliminar activamente desechos orbitales. Como ejemplo la organización JAXA está considerando una "correa electrodinámica" que aplastaría los escombros que llegan de regreso al planeta, donde se quemaría. Asimismo, en 2025, la ESA espera lanzar su misión ClearSpace-1, en la que un dispositivo de captura intentará deshacerse de mucha basura espacial.