Dice que tardaron cuatro horas en salir de la escuela. Que desde afuera quien sabe quiénes y desde adentro los maestros y los de intendencia movían piedras para salir.

Isaac Levín y María Luisa Puga escogieron la distancia de la capital para vivir entre libros, para escribir, para disfrutar sus bibliotecas, para que el ruido del mundo estuviera bajo control.

La historia es sencilla y la cineasta posee la sensibilidad de convocar a la plástica nortea-mericana y la mirada chejoviana para cons-truir atmósferas que hacen de lo no dicho un ancla para mirar la condición humana.

Las fotos de los escritores del siglo XX nos los muestran frente a la máquina de escribir. Un martilleo rítmico acompañó el sonido de la creación.

Sea como sea  los reconocerás y les darás tu nombre y apellido, y quedarán así registrados para los trámites del mundo, para la memoria y la digestión de las bibliotecas.

En las novelas no hay verdades únicaso hegemónicas, su esencia es lo humano, las diferentes visiones del mundo; sonbúsquedas estéticas para intentar comprender la ambigua condición humana.  

Hay en esta gloria y ruina del cine Victoria una posibilidad de transportarnos a los asombros primeros y a la manera que se descorrió el mundo para un niño y un joven que llegó para siempre a la Ciudad de México, esa ciudad que conoció primero en el cine.