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San Petersburgo.— Gareth Southgate está cerca de hacer historia y de situar a Inglaterra por segunda vez, la primera sin ser anfitriona, en la final de una Copa del Mundo.
En la isla británica ya se respira aire de éxito. Tanta es la sensación por el timonel inglés que ha provocado que las ventas de chaleco se dispararan más de 35% en su país.
Inglaterra con la Premier League, la competición más igualada y hogar de grandes estrellas, y con su potencial económico, ha partido como favorita en cada gran torneo a pesar de su lánguido historial. Un título de campeón del Mundo, como anfitrión.
El Mundial conseguido en 1966 es el único logro inglés, siempre con más sombras que luces. Con más desilusión que aliento. Con más frustración.
Gareth Southgate ha puesto el otro futbol inglés de moda. El del terreno de juego, el del pasto. Alejado de la apostura que transmite su imagen ha aprovechado su momento para prolongar a la selección mayor el prometedor rendimiento de sus bases.
Viene de ahí Southgate, responsable de la categoría Sub-21 y designado con urgencia y de forma transitoria como el gestor de la selección absoluta tras el cese de Sam Allardyce, que sólo estuvo dos meses en el puesto.
Southgate supo desde el principio qué debía hacer. Impone Inglaterra un ritmo alto sostenido por el bloque y sabedor de sus auténticas virtudes para exprimir. Con Harry Kane como líder.