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abraham.guerrero@clabsa.com.mx
Moscú.— Las manos se le ven cansadas de tanto pelear con la chaquira, los ojos igual. Los talla una y otra vez, como si así fuera más fácil enfocar tan diminutas piezas con las que hace arte, porque no hay otra forma de llamarlo. Ermenegildo Nazario González tiene impactada a una rusa que se ha acercado a su escritorio de trabajo para ver lo que hace... y no es la única.
Desde Santa Catarina, en Jalisco, para el mundo, concretamente para Rusia, a donde llegó hace un par de semanas para mostrar una parte de su cultura, cuyo colorido, símbolos y diseños tienen siglos. Para quien no está familiarizado, el impacto es tan grande como positivo; de ahí, la admiración que se genera en todos los países a lo que lo lleva.
Pero la vida y aquello de ser un artista no siempre tienen que ver con el glamur de las grandes galerías o de una Copa del Mundo. Lo de Ermenegildo es, como lo fue para sus padres y abuelos, de quienes aprendió el oficio, la forma de obtener recursos para seguir adelante, sobre todo cuando tienes tres hijos que alimentar.
A este agradable artesano, de plática corta pero amena, lo abandonó su esposa hace poco más de 10 años, y le dejó a los niños. Pero no se detuvo y siguió con lo suyo, con la elaboración de hermosas piezas cuya venta le permite llevar de comer a su mesa: “No pasa nada. Se fue y seguí adelante con mis hijos. Les enseñé a hacer esto también y ahora son grandes, se mantienen”.
Encoge los hombros al preguntarle si le gusta el futbol. Para González, el Mundial no es más que el pretexto para llevar sus piezas a otro país, y venderlas. Sigue con la charla: “He estado en Colombia, Costa Rica...”. Entonces, recibe un billete de mil rublos (330 pesos). Aquella rusa que tanta atención puso a su labor, ha comprado una pulsera.