edgar.luna@eluniversal.com.mx
Moscú.— Semifinales del Mundial 1990. Allá en Turín salen chispas. Ingleses y alemanes se vuelven a ver las caras, como se las han visto en muchas ocasiones en otros escenarios: político, bélico... Era día de futbol y ya, aunque siempre se ha visto de otra manera.
Minuto 80. Inglaterra a la desesperada. Centro al área que toma Gary Lineker, se quita a tres teutones, tira. Gol inglés.
El juego se va a penaltis y ahí los alemanes siempre ganan. Todo va bien hasta los dos últimos tiros británicos. Fallan Perace y Waddle.
Veintiocho años después, Inglaterra llega a una semifinal, su máximo logro desde 1990. Pasaron infinidad de directores técnicos: Graham Taylor, Terry Venables, Glenn Hoddle, Howard Wilkinson, Kevin Keegan, Peter Taylor, Sven-Göran Eriksson, Steve McClaren, Fabio Capello, Stuart Pearce, Roy Hodgson y Sam Allardayce.
Pero todo recayó en un joven de chaleco, Gareth Southgate, quien dice ser “un inglés raro, no me gusta el té”, además de que no es puntual, como marca la tradición. A su rueda de prensa llegó 20 minutos tarde. Un técnico innovador, que descubrió la forma de renovar en el tradicional futbol inglés, al tomar los movimientos del basquetbol y el futbol americano como base para realizar la táctica fija.
Está a las puertas de la gran final, a la que Inglaterra no llega desde 1966, desde su Mundial, cuando ese gol fantasma enterró a los alemanes.
Ese inglés raro, de chaleco, impuntual y al que no le gusta el té, está a punto de hacer historia.