Sólo hay pintada sobre una de las través un dibujo que simboliza que no se puede subir… Una valla de no más de metro y medio es la que “impide” que alguien escale y comience la aventura.

Obvio, nadie le hace caso, y sin tomar aire, hay quienes sí, comienza la gesta de subir al puente Pushkinsky, un puente peatonal que cruza el río Mosc ú.

¿Y qué tiene de especial? Que diariamente, los jóvenes rusos desafían las reglas, retan a la vida y se suben sobre sus vías, a sentarse, a reflexionar, a tomar vodka, a cantar, a tomarse una selfie, o simplemente saludar a los turistas que navegan sobre las aguas tranquilas, pero que desde arriba se ven más que peligrosas.

Uno agarra valor. Luis Cortés, fotógrafo de EL UNIVERSAL Deportes reta: “Ni se ha de sentir nada”… El reportero (este servidor que escribe) ríe y responde, “si tuviera 20 años menos”, pero al mismo tiempo ya está brincando la barda, y camina sobre la viga que tiene alrededor de 60 centímetros de ancho…

Adelante de él, una pareja avanza, el hombre seguro, la mujer al llegar a la cima con duda, comienza a gritar, en ruso claro, se agacha, se pone a gatas, el acompañante, suponemos que es el novio, la toma y la guía una de las orillas para que se siente y cuelgue los pies, y así dar paso a quienes venimos atrás, sí, y atrás viene el señor Cortés.

El puente Pushkinsky

no siempre se llamó así. Al inicio, 1907, tenía el nombre de Sergievsky. Era de madera y servía para que pasara un tren, al triunfo de la Revolución Rusa se le cambió al nombre a San Andrés , Andreyevsky para los oriundos, ya que los bolcheviques querían desaparecer todo lo que oliera a los zares. En 1956, ya con paso peatonal fue demolido y en 1998 comenzó a remodelarse de nueva cuenta.

El puente conecta la calle Fruzenskaya ,que lleva al estadio Luzhniky, con el parque Gorky , exactamente a donde hay una gran pista de baile, donde todos los fines de semana mujeres hermosas vienen a deleitar con su figura y sus movimientos.

Ya para el 2000, todo está listo. Hay grandes vigas en donde se permite caminar y trepar, donde los jóvenes cada noche se sientan a tomarse “selfies”, a dominar el mundo a 21.5 metros de altura.

Los reporteros llegan a la cima, y piensan que no fue tan buena idea subir… “No es los mismo los tres mosqueteros que 20 años después…”.

Una joven japonesa al ver la cara de susto del reportero toma su teléfono y le toma una fotografía y divertida corre entre las vigas, ágil y valiente. El señor Cortés sucumbe a la altura y se sienta entre las vigas, en tanto que el “pinta líneas” decide bajar por piernas, antes de que el vértigo vuelva a dominarlo.

No hay reporte de suicidios, tampoco es que la policía esté muy al pendiente de lo que sucede en ese puente… Se supone que está prohibido subir al Pushkinsky, pero a los jóvenes les vale una soberana…., para ellos vivir la vida es estar allá arriba, a 21.5 metros de altura, sin red abajo, tomando vodka, tomando “selfies” o tomando de la mano a la pareja… como el señor Cortés y el reportero (un servidor) que como viejitos se agarraron para no caerse a la bajada.

Y prometieron (prometimos) no volverse a subir.

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