Este fin de semana estuvo marcado por los brutales acontecimientos que tuvieron lugar, primero en Texas, y, horas después, en Ohio, en los Estados Unidos de América. El primero ocurrió el sábado, cuando un hombre en posesión de un arma de alto poder ingresó a un centro comercial y abrió fuego contra los clientes. Desgraciadamente, mató a 20 personas, de las cuales, siete eran de México. Y entre los heridos hubo también nueve connacionales.
A esos tiroteos masivos se añade el del domingo 28 de julio en Gilroy, California, en el que cuatro personas perdieron la vida y 15 resultaron heridas. Durante los últimos años, de 2017 a la fecha, en ese país se han registrado más de 50 tiroteos, siendo el de este fin de semana, en Texas, y el de 2017, cuando Devin Patrick asesinó a 26 personas en la iglesia cristiana Sutherand Springs —igualmente, en Texas—, los que cobraron más víctimas fatales. Lamentablemente, los tiroteos masivos en la Unión Americana se están volviendo más recurrentes, pero también mucho más letales, ya que el acceso a armas más sofisticadas se ha facilitado, al tiempo que los movimientos de ultraderecha que promueven la xenofobia han ido cobrando fuerza allí y en otras partes del mundo.
En 1994, el Congreso estadounidense implementó la Prohibición Federal de Armas de Asalto, con el objetivo que impedir que durante 10 años se manufacturasen algunas armas de asalto, para uso civil. En 2004, sin embargo, esta prohibición no fue renovada, y la producción de ese tipo de armas volvió a estar permitido, dando como resultado el otorgamiento de más licencias a productoras de armas privadas, lo que hizo que la industria y, por tanto, el número de armas disponibles en el mercado creciera, especialmente en la región sur de aquel país.
El cabildeo de la industria de armas se basa en la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que establece el derecho de las personas a poseer y portar armas de fuego. Sin duda, este derecho pudo haber sido necesario en 1791, cuando fue proclamada, ya que entonces las instituciones de seguridad no eran todavía capaces de retener el monopolio de la fuerza para asegurar la protección de sus ciudadanos, y tampoco existían armas tan letales y con tanto poder de destrucción como las que hoy en día pueden ser adquiridas con gran facilidad.
Y, sin duda, esa facilidad para adquirir armas en Estados Unidos, mayoritariamente respaldada por los grupos conservadores, como la Asociación Nacional del Rifle, ayuda a comprender el constante número de tiroteos masivos en ese país, pero también es necesario considerar los motivos sociales que muchas veces llevan a los autores de esas matanzas a cometer actos tan atroces, y que se podrían encontrar en las crecientes ideologías nacionalistas de ultraderecha que empezaron a reaparecer en Europa, y que hace algunos años accedieron al poder en la Unión Americana.
A nivel internacional, algunos países europeos han tomado medidas que apoyan la intolerancia racial y que parecieran —extrañamente, al ser movimientos de derecha— ir en contra de los principios de apertura, implícitos en la globalización. La resistencia a dar asilo a personas refugiadas durante la crisis en Siria, la victoria del sí en la campaña del Brexit y el gran apoyo que Marine Le Pen recibió en Francia, aunque no logró ser electa, son algunos ejemplos de cómo estas ideologías que resisten el progresismo de izquierda han ido ganando terreno en el mundo.
No es ningún secreto que, durante su campaña por la presidencia, Donald Trump verbalizó lo que muchos simpatizantes de esa corriente de derecha no se habían atrevido a hacer. Constantemente se dedicó a atacar a los inmigrantes, especialmente a los mexicanos y musulmanes, a quienes culpó de todos los males que Estados Unidos enfrenta. La llegada de Trump a la Oficina Oval legitimó esa ideología e hizo que movimientos como Alt-Right —que de otro modo pensaríamos que no tienen lugar en la vida moderna— crezcan y ganen adeptos.
Aún se investiga si quien llevó a cabo el tiroteo masivo en Texas este fin de semana tuvo o no una motivación racial, como ha sucedido en otros incidentes similares. Lo que sí podemos saber es que la combinación de la alta disponibilidad de armas de fuego con las ideologías que fomentan el odio y el miedo es altamente destructiva. Ante la existencia de estas posturas que descomponen a las sociedades, es nuestra labor estar atentos y con la guardia arriba. No nos podemos quedar callados, porque quienes apoyan las ideologías de ultraderecha ya dejaron en claro que no lo harán.
Como mexicanos, y como país amigo de Estados Unidos, condenamos estos actos de violencia que hoy nos hacen lamentar profundamente la muerte de todas las víctimas del ataque, pero en especial, de nuestros paisanos y paisanas.