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Uno de los proyectos que más me gustaban de niño era armar radios AM con cable de cobre enrollado, un diodie de grafeno y alguna bocina. Luego mis amigos empezaron a tener consolas de videojuego, compartí mi Atari y luego le pedía, con estoica dedicación, un Nintendo con Duck Hunt a los Reyes Magos. Esto es, claramente, previo a las computadoras de tarjeta madre reducida.

Durante las reuniones de fin de año vi el Raspberry Pi de un amigo. Era la famosa computadora británica que cada vez se utiliza más para diferentes proyectos (académicos y no). Su gran cualidad es tener cada vez más tarjetas externas integradas a la tarjeta madre o principal, ser compacto y, ser rápida, gracias a que básicamente utiliza Linux. Esto quiere decir que tiene unos USB que te permite conectarle un teclado y un mouse con USB, y una pantalla con HDMI.

Al conectar el divertido aparato, y tras una entretenida conversación sobre la selección de la cubierta del equipo, aparecieron los nombres de dos reconocidas consolas “legacy”.

En ese momento me puse a divagar en varias cosas, desde la cantidad de cassettes a los que les soplé y mis añoranzas por las épocas en las que iba a elegir la cubierta para la PC armada en casa que compartiríamos todos. De momentos me quedé pensando en la versión super 90s de ir juntando cada pieza del equipo como lo hace Wade Owen Watts (Parzival) en Ready Player One —si, me emociona mucho que cada vez estemos más cerca del estreno de la película—.

En el plazo de dos semanas me volví a encontrar a mi amigo, el case de su emulador de videojuegos clásicos ha cambiado, una mejor caja (con botones de reinicio y encendido/apagado) y ahora dos controles, a diferencia de la primera vez que solo llegó con uno. La primera vez jugamos con Bill (sin Lance, por la falta del segundo control) del comando elite de la marina luchar contra la organización “Red Falcon” en el año 2633 dentro del reconocido juego run-and-gun de Konami. También salieron pláticas sobre cómo recordábamos los juegos de 8 o 16 bits, y lo increíble que eran los diseñadores gráficos para que creyéramos en los charcos de sangre que se hacían con puntos de pixeles.

Una experiencia extraordinaria, pero obvio todos terminamos en lo de siempre: Mario Bros. 3, ¡vaya juego tan hermoso!, bien pensado, entretenido, atemporal y, en verdad, para toda la familia. Es increíble la cantidad, cientos (sino miles) de juegos disponibles en ese super pequeño dispositivo.

Investigando bien encontré a un chico que incluso ya hizo el emulador del Switch, y de acuerdo a The Verge tiene cosas que funcionan mejor que el original. Pero si, tenemos un nuevo computador que nos permite emular los videojuegos del pasado de una forma espectacular. También, por suerte, algo que hemos cuidado como sociedad son los ROMs de los videojuegos en una base de datos pública la cual hemos recopilado como sociedad, para no perder esta joya de la programación y el desarrollo de la cultura pop de las últimas décadas.

No queremos que se olvide ese momento, aunque sean pocos los más memorables entre los cientos de juegos. Pero más importante, se requiere una nueva generación que sepa programar.

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