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En la vastedad del desierto sonorense, entre las poblaciones de San Luis Río Colorado y Sonoyta, se encuentra la fonda La Liebre del Desierto. Situada al pie de la carretera dentro de la Reserva de la Biosfera del Pinacate y Gran Desierto de Altar, recibe su nombre del apodo de su propietaria, Elsa Ortiz Ramos, quien lleva más de veinte años atendiendo el establecimiento.
El local, una construcción de cemento, láminas galvanizadas y paneles de madera, es la única parada en un tramo de casi 200 kilómetros de un inhóspito paisaje dominado por saguaros, cactus de hasta 15 metros de altura, y ocotillos, espinosos arbustos distribuidos por doquier.
Pero la vocación de servicio de esta menuda mujer va más allá de su sencillo menú. Cada quince días paga de su bolsillo una pipa de 20.000 litros de agua para distribuirla en una red de abrevaderos ubicados estratégicamente en la zona. Con ello alivia la sed de borregos cimarrones, tigrillos, berrendos, coyotes, venados y hasta murciélagos que han sido privados del acceso a sus fuentes naturales de agua.
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“Los cuervos se acercan a la casa y gritan para avisar que ya no hay agua… es nuestra alarma”, dice Elsa con su marcado acento norteño. La anécdota, que parece extraída de una fábula de Esopo, cobra un crudo realismo ante el hecho de que el desierto de Sonora, que cubre grandes zonas de Arizona y California, así como parte de los estados mexicanos de Baja California y Sonora, fue catalogado en 2023, junto con el desierto de Lut en Irán, como el punto más caliente del planeta con 80,8 grados Celsius de temperatura superficial.
Entre los estrechos bolardos de acero, separados por unos diez centímetros, observo la exuberante vegetación que rodea el manantial de Quitobaquito, al otro lado de la frontera. “Esta fuente vital abastece tanto a humanos como a animales en un área poco mayor a un millón de hectáreas”, me explica Federico Godínez Leal, ingeniero agrónomo de la Universidad de Guadalajara. Pero ahora, esta fuente crucial de agua está restringida al lado estadounidense debido a la construcción del muro fronterizo, y he venido con él hasta aquí para entender las consecuencias. Godínez Leal y su equipo han estado documentando la cruda diferencia al otro lado: las fotos que él y su equipo han captado de esqueletos de jabalíes, venados y borregos cimarrones que yacen muertos del lado mexicano de la barrera son conmovedoras.
Entre 2017 y 2021, el gobierno de Estados Unidos instaló más de 730 kilómetros de barreras fronterizas —estructuras de acero de entre 5,5 y 9,1 metros de altura, separadas por unos diez centímetros— en la parte oeste de los más de 3.100 kilómetros de frontera que, desde el océano Pacífico hasta el Golfo de México, comparten México y Estados Unidos. De esos 730 kilómetros, el 81 % consistió en la sustitución de barreras vehiculares o peatonales preexistentes —y que por su diseño permitían parcialmente el paso de animales por el límite fronterizo. El resto fueron barreras nuevas.
Antes de su construcción, científicos de ambos lados de la frontera habían advertido sobre el impacto que el muro podría tener en los animales de la zona y ahora trabajan para comprender las consecuencias. Lugareños de algunos municipios fronterizos del lado mexicano, por su parte, se han organizado para tratar de paliar la sed de muchos animales que se han quedado sin acceso al agua.
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La transformación de una frontera
La frontera entre México y Estados Unidos, definida tras la guerra mexicoamericana (1846-1848) y en la que México perdió más de la mitad de su territorio, es frecuentemente noticia por la intensa actividad migratoria desde el sur y actividades criminales que ocurren, sobre todo, en las urbes colindantes, como Tijuana y Ciudad Juárez. Pero durante más de un siglo, la división geopolítica fue un espacio de tránsito pacífico entre ambas naciones, apenas delimitado por 258 obeliscos de cemento que aún hoy permanecen en pie, numerados de este a oeste y colocados exclusivamente como referencia visual.
La situación cambió drásticamente en 1994 cuando, bajo el argumento de la creciente migración ilegal y del tráfico de drogas, el gobierno estadounidense implementó la Operación Guardián, instalando las primeras barreras en las zonas urbanas.
Ese fue el principio de una escalada que se intensificaría posteriormente en dos momentos clave. Primero vino la aprobación en 2006 de la Ley de Valla Segura bajo la cual se construyeron 1.038 kilómetros de barreras hasta 2015. Unas fueron vallas peatonales, paneles de bolardos verticales de hasta 5,5 metros de altura, hechos de acero relleno de concreto, con un espaciado de 10 a 12 centímetros entre cada uno, diseñados para impedir el paso de personas a pie. Otras fueron barreras tipo Normandía: grandes vigas de acero que se intersecan y anclan al suelo en forma de equis. Con una altura de alredor de un metro, su objetivo es bloquear el paso de vehículos, pero deja grandes espacios entre las vigas, permitiendo el paso de personas y pequeños animales.
El momento más álgido sucedió el 25 de enero de 2017, apenas unos días después de que Donald Trump asumiera la presidencia de Estados Unidos. Para materializar cuanto antes el muro fronterizo que prometió en campaña para frenar la migración desde el sur, Trump emitió la Orden Ejecutiva 13767 con la que se inició la planificación y diseño del muro y la construcción de varios segmentos utilizando los fondos disponibles en ese momento.
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Sin embargo, la construcción a gran escala y el uso de fondos significativos del Departamento de Defensa y otros recursos federales se impulsaron con la declaración de emergencia nacional en febrero de 2019. La declaratoria permitió que el proyecto eludiera varias leyes, entre ellas regulaciones ambientales críticas, evitando análisis detallados del impacto ambiental y la consideración de alternativas menos dañinas de la infraestructura proyectada.
La construcción avanzó pese a las advertencias previas de los científicos sobre su impacto en la biodiversidad. Naturaleza dividida, científicos unidos: El muro fronterizo entre EE.UU. y México amenaza la biodiversidad y la conservación binacional es el título de un artículo publicado en la revista Bioscience en el que científicos de ambas naciones advertían de las consecuencias que traería el muro y su infraestructura asociada, como caminos y sistemas de iluminación: devastaría la vegetación, causaría la muerte de animales directamente o por pérdida de hábitats, fragmentaría ecosistemas, induciría erosión y modificaría procesos hidrológicos y regímenes de incendios forestales.
Publicado en octubre de 2018, el artículo estimaba que la obra afectaría a lo largo de la frontera a 1.506 especies de animales y plantas nativas, incluyendo 62 en alguna categoría de riesgo de extinción de la Lista Roja de la UICN, un inventario mundial fiable de especies amenazadas.
A pesar de todo, las empresas constructoras avanzaron a lo largo de la línea fronteriza por parajes urbanos, rurales y remotos, fraccionando a su paso ecorregiones como el desierto de Sonora y Chihuahuense y el archipiélago Madrense —conocido por sus “islas del cielo”, montañas aisladas por desiertos y hogar de numerosas especies endémicas—. La nueva muralla también desconectó parques y reservas naturales en ambos lados de la frontera (en la zona se ubican 25 áreas nacionales protegidas en el lado de Estados Unidos y ocho en el de México, además de varias reservas privadas).
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El muro también dividió a comunidades. “A ambos lados de la frontera, la gente vive de la ganadería, algunos desde hace generaciones”, escribe Rurik List, biólogo de la Universidad Autónoma Metropolitana de México. “Hasta antes del muro asistían a las fiestas y reuniones de los vecinos del otro lado, cruzando por los portones que mantenían para devolver el ganado del vecino que se pasaba el cerco”. La muralla también partió en dos a la nación Tohono O’odham, pueblo ancestral asentado entre México y Estados Unidos. Uno de sus líderes, Verlon M. José, expresó ante un medio local el dolor que le había provocado la escisión: “Siento como si me hubieran clavado un cuchillo en el corazón”.
Al inicio de la siguiente administración estadounidense, una orden presidencial de Joe Biden detuvo la emergencia nacional y, por tanto, la construcción del muro. No obstante, el alto en la construcción en 2021 hizo que muchas de las secciones quedaran inconclusas. De los 737 kilómetros de barreras instaladas, tan solo 111 kilómetros incluyeron todos los componentes requeridos, como sensores o caminos para patrullaje. Pero la pausa no solo frenó la construcción, sino también los trabajos de restauración y medidas de control de erosión incompletas, incluyendo secciones de barrera sin las compuertas que se abren en época de lluvias torrenciales para que pase el agua y evitar así inundaciones en diversas zonas de la frontera.
En octubre de 2023 se autorizó la construcción de 32 kilómetros adicionales de muro, ya que su financiación había sido aprobada durante la presidencia de Trump. Ese mismo año, un informe de la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de Estados Unidos detalla la erosión ocasionada por los contratistas al perturbar extensas áreas montañosas para la instalación de la barrera y el impacto de la construcción de caminos de acceso, dejando pendientes inestables y susceptibles al colapso.
El impacto del muro en la biodiversidad
Ganesh Marín Méndez, ecólogo de la Universidad de Arizona, lleva cerca de tres años liderando un estudio que busca entender cómo la presencia del muro afecta a la población de mamíferos. Su estudio se enfoca en la biodiversidad en torno al arroyo Cajón Bonito (ubicado a 83 kilómetros al este del pueblo Agua Prieta, Sonora), y también evalúa si los mamíferos en la frontera de Arizona con México cruzan el muro y la autopista más transitada del área, la Ruta Federal 2. A través de la instalación de cámaras trampa, grabadoras infrasónicas y el estudio de ADN ambiental en el arroyo han identificado 52 especies de mamíferos, incluyendo jaguares, ocelotes, murciélagos, puercoespines y castores.
La investigación está en proceso, pero los resultados preliminares, dice, dejan ver que existe una notable disminución de la presencia de animales en las áreas cercanas al muro y la carretera.
Es evidente que el muro ha dividido poblaciones de animales que antes solían habitar un territorio transfronterizo. Un estudio publicado en 2010 en Conservation Biology ya había anticipado los posibles efectos del muro en los animales de la zona. La investigación se centró en la diversidad genética y los movimientos de las poblaciones de dos especies de la región fronteriza entre Arizona y Sonora cuya existencia en la zona puede depender de movimientos transfronterizos: el mochuelo ferruginoso (Glaucidium brasilianum) y el borrego cimarrón del desierto (Ovis canadensis mexicana). La recolección de datos se realizó entre 2002 y 2005, antes de que existiera un muro fronterizo en la zona estudiada.
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Los resultados revelaron que el mochuelo ferruginoso, que vuela a una altura promedio de solo 1,4 metros sobre el suelo, podría verse seriamente limitado por vallas de más de cuatro metros de altura, que es la altura máxima que solo pueden alcanzar algunas de las aves —el muro actual supera los cinco metros.. Si bien estas aves son comunes del lado mexicano, la población en Arizona se encuentra en riesgo de extinción y depende de la migración del sur para su recuperación y supervivencia.
El estudio también encontró posibles efectos sobre las poblaciones de borregos cimarrones. Estos animales viven en pequeños grupos en zonas montañosas separadas por valles, pero existe contacto entre los grupos. A través de análisis genéticos se determinó que nueve poblaciones que habitan en montañas de Sonora están emparentadas con grupos de Arizona. El estudio advertía que la construcción de una barda impermeable podría romper el contacto entre poblaciones, reduciendo significativamente el flujo genético. Este aislamiento podría llevar a una rápida divergencia genética y a una pérdida de diversidad, dificultando la recolonización después de extinciones locales.
Otras especies como el berrendo sonorense (Antilocapra americana sonoriensis), el jaguar (Panthera onca), la tortuga del desierto (Gopherus agassizii), el puma (Puma concolor) y el oso negro (Ursus americanus), que necesitan grandes áreas abiertas para moverse y para estar en contacto con otras poblaciones para mantener la diversidad genética, también se verían afectados, advertía el estudio.
Este tipo de impacto podría extenderse a especies clave como el lobo gris mexicano (Canis lupus baileyi), indicador de la salud de los ecosistemas por su rol de depredador tope. Con esfuerzos binacionales de conservación tras su casi extinción por la expansión ganadera, la población libre en México —reintroducida en las últimas dos décadas— es de tan solo unos 40 individuos. Estos lobos enfrentan el gran reto crítico de conectar con la población de lobos en Estados Unidos para garantizar la necesaria variabilidad genética. List menciona que se ha documentado al menos un caso de un lobo intentando cruzar desde Estados Unidos a México, detenido por el muro en Janos, Chihuahua.
El muro no solo está fragmentando a las poblaciones de animales transfronterizos, también es una barrera que obstaculizará los movimientos que algunas especies deberán hacer para adaptarse al cambio climático. Un estudio de 2021, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, señala que en un escenario en que las emisiones de dióxido de carbono continúen altas se prevé que en 2070 el 35 % de los mamíferos y el 29 % de las aves tengan más de la mitad de su nicho climático en países en los que no se encuentran actualmente. Los desplazamientos necesarios para que las especies se muevan hacia sus nichos climáticos ideales serán obstaculizados por barreras fronterizas, advierten los autores.
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En el caso del muro entre Estados Unidos y México, el estudio encontró que algunas de las especies que podrían ser afectadas son el berrendo sonorense, el jaguar, el puma, el ocelote (Leopardus pardalis) así como la codorniz de Monte (Cyrtonyx montezumae), la rana de cañon (Lithobates tarahumarae) y la tortuga del desierto.
Es en este contexto que la habilidad de trabajar en la conservación de forma transfronteriza cobra mayor importancia, señalan lo autores. “La salvaguarda de la biodiversidad de la Tierra bajo el cambio climático exigirá una colaboración transfronteriza mucho mayor de las comunidades locales, las organizaciones de conservación y los gobiernos nacionales de lo que se necesita en la actualidad”, advierte el estudio.
Ante esto, Charles Chester, especialista en políticas ambientales globales de la Universidad de Brandeis, se refiere a un impacto poco discutido del muro fronterizo: su valor simbólico. Coautor de un artículo publicado en el Annual Review of Environment and Resources sobre la importancia de implementar políticas ambientales y de conservación específicas para las especies que cruzan fronteras, Chester señala que el muro no solo representa una barrera física sino también un obstáculo simbólico que afecta negativamente las relaciones y el trabajo conjunto entre conservacionistas de ambos países, dificultando las iniciativas de conservación que anteriormente se realizaban con mayor colaboración.
Entre esas iniciativas transfronterizas está el programa Duck Stamp, implementado en EE.UU. desde 1934, y que financia la conservación de hábitats para aves acuáticas migratorias mediante la venta de licencias de caza en humedales de Estados Unidos, Canadá y México. Así mismo, existen trabajos conjuntos para proteger a la mariposa monarca (Danaus plexippus), que realiza un viaje anual de más de 8.000 kilómetros entre Canadá y México, o el murciélago de cola libre brasileño (Tadarida brasiliensis), que juega un rol crucial en el control de plagas en cultivos de algodón en Estados Unidos y depende de áreas de conservación en México para su reproducción.
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De vuelta a Quitobaquito
Quitobaquito no es solo un manantial; es una conexión vital con el pasado y un oasis esencial para la fauna en este vasto desierto. Visto desde el aire, gracias a la cámara de un dron, tiene la forma de una punta de flecha, que en su lado más largo apenas es una veintena de metros más largo que una piscina olímpica.
Ubicado entre las ciudades de Sonoyta y San Luis Río Colorado, el oasis está en lo que históricamente se llamó el Camino del Diablo —una ruta comercial que conectaba Sonora con California y cuyo nombre describe las penurias de quienes osaban recorrerla— y sus aguas han saciado la sed de seres humanos y animales durante milenios, pero ahora la división territorial lo ha hecho prohibitivo para el lado mexicano.
Godínez Leal comenta que el hecho ha puesto en jaque a la fauna de la Reserva de la Biosfera del Pinacate y Gran Desierto de Altar, un área protegida que estuvo bajo su dirección entre 2004 y 2017 y que fue nombrada Patrimonio Mundial de la Humanidad en 2013. Los animales, que históricamente migraban en busca de sustento, ahora encuentran su paso cortado.
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Esta situación ha llevado a una reducción en la disponibilidad de agua, forzando a la fauna del lado mexicano a depender exclusivamente del agua de lluvia en dos breves y cada vez más inciertas temporadas anuales. Hay menos vegetación y comida, generando un efecto dominó que impacta en toda la cadena alimenticia.
En respuesta a esta situación, Godínez Leal junto con líderes comunitarios de los ejidos Toboyori y Vicente Guerrero, que conforman los cerca de 140 kilómetros de la frontera de la reserva con Estados Unidos, crearon la Fundación Maggol para monitorear los impactos del muro en la biodiversidad y echar a andar un programa de emergencia.
El trabajo de acarrear agua al desierto que realizan voluntarios como Elsa Ortiz Ramos, la dueña de la fonda, es monumental. Para empezar, hay que transportarla ya sea desde Sonoyta o desde San Luis Río Colorado, poblaciones ubicadas a 85 y 100 kilómetros de distancia, respectivamente; adentrarse en camionetas todoterreno por remotos territorios pedregosos y distribuirla en abrevaderos que han sido construidos o rehabilitados. Se trata de un esfuerzo que, a decir de las expresiones de Héctor Quiroz Orozco, podría resultar desalentador. El ejidatario y voluntario de la fundación se lamenta de la decreciente presencia de animales: “Ya no encuentras rastros, ya no escuchas a los animales”, dice, “parece que a nadie le importa”. Y el tema es urgente: Godínez Leal advierte que la fauna mayor de la región podría desaparecer en unos cuatro o cinco años.
Tras completar una extenuante jornada de llenado de bebederos en el desierto, Ortiz Ramos saca un parlante de su camioneta, junto con unas cuantas veladoras y un vaso de agua. Con reverencia, dispone las velas en forma de cruz y coloca el vaso de agua en su centro. Luego, sube el volumen de su reproductor al máximo para que resuene un Padre Nuestro en la vastedad desértica, cierra los ojos y comienza a orar formando cruces con sus dedos. Este acto, explica ella, es un ritual de agradecimiento por la vida y un homenaje a las almas que han perecido en su ardua travesía por el desierto.
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En septiembre de 2023, la Convención del Patrimonio Mundial de la UNESCO solicitó la colaboración en un plan de acción binacional urgente para evaluar y mitigar los impactos del muro y restaurar la conectividad en el ecosistema. La comitiva que visitó la zona en febrero de 2024 busca motivar las acciones para evitar que la Reserva de la Biosfera del Pinacate y Gran Desierto de Altar sea declarada Patrimonio Mundial en Peligro.
A unos cuantos metros de donde nos encontramos, entre los matorrales, se distinguen envolturas de alimentos y botellas de agua vacías junto a los restos de una improvisada fogata. Uno pensaría que ante esta muralla la migración humana se habría ahuyentado de la zona. “Al contrario, ha aumentado”, dice Godínez Leal, “han encontrado diversas maneras de superar el muro, ya sea por debajo, de manera subterránea, o por encima”.
Durante la actual campaña presidencial en Estados Unidos, Trump nuevamente está prometiendo estrictas medidas antimigratorias, entre ellas, terminar de construir el muro fronterizo, una infraestructura cuya efectividad puede ser cuestionada con una sola cifra:
La Patrulla Fronteriza estadounidense detuvo a casi 250.000 migrantes que cruzaban desde México en diciembre de 2023, el total mensual más alto registrado.
El muro de fronterizo parece haber detenido todo, menos a los seres humanos.
Este artículo apareció originalmente en Knowable en español. Se realizó con apoyo del Grupo de Ciencia y Medios Educativos del HHMI y de Internews’ Earth Journalism Network’s 2024 Reporting Fellowship. Suscríbase al boletín de Knowable en español
Iván Carrillo es periodista de ciencia y documentalista de historias sobre cambio climático, contaminación y conservación de la biodiversidad, radicado en México. Fue un Knight Science Journalism Fellow en MIT y actualmente es explorador para la National Geographic Society y forma parte del Earth Journalism Network 2024 Reporting Fellowship. Ha realizado series documentales como 1,5 grados para salvar al planeta (Televisa-Univisión), El futuro del planeta (EarthX TV) y el largometraje Última llamada: seis especies contra la extinción.