Pocos metros antes del aeropuerto internacional, en cuyo Bulevar de las Naciones ondean en jirones las banderas de todos los países desde que el impactó en Acapulco, se encuentra la colonia Viveristas. Por la arena fina que cubre sus calles, pareciera que el mar se mece aquí en su vaivén interminable, y que los cangrejos moran entre los recovecos de madera podrida tirada en las orillas. No. En medio de la calle también hay lirios acuáticos tan fuera de lugar como los refrigeradores que permanecen en las aceras desde que el huracán John trajo cinco días de lluvias a finales de septiembre pasado.

Una franja oscura sobre las paredes a lo largo de la calle Tulipanes marca el nivel al que llegó el agua. Un metro en algunos puntos, metro y medio en otros. Dos mil viviendas de esta zona se inundaron, según datos de Protección Civil estatal. Son apenas las 10:30 de la mañana y el sol ya es una plancha de concreto que cae abrasador sobre las espaldas; un chorro de plasma que se derrama en este pedazo de litoral guerrerense llamado Acapulco Diamante.

—Nosotros no pedimos venirnos aquí —dice Yuridia, parada en la entrada de su casa de una planta, con los estragos del agua visibles desde afuera. Su vivienda parece abandonada, como sí lo están algunas otras de este lado del bulevar. No todo es lujo en Diamante. En esta parte no hay lugar para el ensueño. La sala aún en desorden con sillones apilados y sin cojines. El refrigerador inservible arrumbado en el patio. Un ruidero de pericos se oye al fondo. Tal vez, enjaulados.

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Tomás, su marido, repara una camioneta en la calle junto con su hermano y otros técnicos que oyen la plática y toman coca-colas frías para amainar el calor de 32 grados a la sombra. Fue Tomás el que la llamó al ser abordado por el reportero. “Ella se sabe bien toda la historia”. Y sí. Yuridia, de 39 años, tenía cinco cuando los desplazaron hasta acá. No había nada más que el aeropuerto y la unidad Vicente Guerrero. Así lo dice: “desplazaron” y es el verbo que mejor describe aquella medida.

La colonia Viveristas aún tiene huellas del clima extremo. En sus calles se ven refrigeradores y troncos podridos en las aceras. Foto: David Juárez / EL UNIVERSAL
La colonia Viveristas aún tiene huellas del clima extremo. En sus calles se ven refrigeradores y troncos podridos en las aceras. Foto: David Juárez / EL UNIVERSAL

Era 1989 cuando el gobierno de Francisco Ruiz Massieu expropió el predio donde vivían al menos 300 familias. Una vasta zona con playa y mar donde ahora se yergue el resort , a la mitad del Bulevar de la Naciones, en pleno corazón de la zona Diamante que inicia desde Puerto Marqués y termina en el aeropuerto. Donde hubo viveros de flores y otras plantas de ornato que cultivaron para vivir sus padres y sus abuelos, ahora es un amplio campo de golf con lagos artificiales para solaz de los ricos que poco o nada les interesará esta historia.

Otis hace un año y John hace dos meses dejaron muros caídos y césped levantado. Poco menos. Un colchón arrastrado por la corriente aún permanece en la orilla donde maquinaria repara los fondos de los lagos y algunos montículos. Más allá, hacia el mar que se abre al Pacífico, el hotel del complejo se yergue imponente con sus cinco estrellas. Una mujer opera un carrito podador. Basta que pase una vez por sobre el grama para dejar una uniforme alfombra verde.

Los acapulqueños no son ajenos a los desastres naturales. Seis huracanes y tormentas de gran escala han golpeado a Acapulco. Desde el huracán Boris de categoría 3 en 1996; Paulina, categoría 4 en 1997, que devastó la ciudad; 16 años después Ingrid y Manuel, en 2013, que anegó la zona Diamante por primera vez —recuerda Yuridia— y gran parte de Guerrero; y aún con la ciudad levantándose del azote categoría 5 de Otis hace un año, llegó John que volvió a anegar Acapulco Diamante y muchas colonias más de la ciudad.

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—Esto no pasaba antes —dice Yuridia. Se refiere a las inundaciones desbordadas de cada temporada de huracanes—. Cuando ocurrió el Paulina —recuerda— no nos inundamos nada, y eso que hizo muchísimo daño allá en el centro (según cifras oficiales hubo al menos 300 decesos y unos 200 desaparecidos).

La diferencia es que no había nada más que el aeropuerto y la unidad Vicente Guerrero, un conjunto de 38 edificios de departamentos de interés social construido desde 1985 para trabajadores federales venidos de la ciudad de México tras el terremoto de ese año. Frente a su colonia había una zona de humedales que filtraba el agua y la llevaba a la laguna de Tres Palos, a unos 800 metros de donde vive con Tomás y sus tres hijos. Hoy hay un complejo de condominios llamado cuyos costos parten, según una habitante que pidió anonimato, de 1.2 a 20 millones de pesos, según la paridad de peso-dólar.

. Las inundaciones en Acapulco Diamante han alcanzado el metro y medio de altura. Esto se debe a que las empresas inmobiliarias bloquearon las salidas de los afluentes. Foto: David Juárez / EL UNIVERSAL
. Las inundaciones en Acapulco Diamante han alcanzado el metro y medio de altura. Esto se debe a que las empresas inmobiliarias bloquearon las salidas de los afluentes. Foto: David Juárez / EL UNIVERSAL

De verde a gris

Eso fue hace tanto. Ahora no hay espacio para el verde que no sea el green de los campos de golf. De acuerdo con un estudio elaborado por la Promotora Turística (Protur), desde 1995 ya se sabía que esta área de esteros y humedales era inviable para vivienda. “Ese estudio ya alertaba del riesgo”, dice en entrevista Miguel Ángel García Maldonado, exdirector de la dependencia de 1993 a 1996, y el que encargó el diagnóstico en ese periodo. Lo continuó 20 años después, cuando volvió a ser director de esa oficina por un año, en 2015.

El documento de 57 páginas se llama: Análisis de la situación en la microcuenca de la Laguna Negra, Acapulco: zona de vegetación natural, de inundación y desarrollo habitacional. Con explicación sobre todo gráfica e imágenes de google earth se observa el paso paulatino del verde de los humedales al gris del hormigón de los complejos habitacionales y de las calles de concreto hidráulico.

El problema inició cuando a fuerza de construir más unidades para fines de semana, algunas de interés social y muchas otras de lujo, se fueron rellenando esteros y humedales. Se desviaron y taparon los cauces de dos afluentes: el arroyo Colacho y el río La Sabana. El primero con descarga a la Laguna Negra, Puerto Marqués, y el segundo a la laguna de Tres Palos, en Diamante. Ambas a su vez desembocan en Playa Revolcadero y Barra Vieja. Eso, si las crecidas siguieran su curso. Hace décadas que dejó de ser así.

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En 1995, indica el estudio, eran mil 577 hectáreas no sólo de esteros o humedales, también había huertas de coco de orilla a orilla y extensos pastizales. Para 2002 eran ya mil 211. Se perdieron 316 hectáreas verdes ocupadas por desarrollos inmobiliarios (Diamante Plus, Los Arcos, Secsa 1, Secsa 2, Colosio y Rinconada), colindantes con el Bulevar de la Naciones e invasiones a lo largo de la carretera Cayaco-Puerto Marqués.

Para 2006 se habían perdido 518 hectáreas; para 2009, 745. Este año se construyeron fraccionamientos de las empresas Homex, Ara y Geo en los márgenes del arroyo Colacho, y se invadieron 5.6 hectáreas en la Laguna Negra para edificar el desarrollo Altos del Marqués, señala el texto proporcionado por el exfuncionario.

Sólo tres años después, en 2012, ya se habían perdido 915 hectáreas de las mil 577 que había en 1995, y se disminuyó 60% de la superficie original del Colacho. Para el siguiente año, 2013, el curso de este arroyo ya había sido modificado por completo. Fue, también, cuando la zona Diamante tuvo inundaciones de más de dos metros debido al huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel.

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—¿No hubo quien parara todo esto? —se le pregunta al exdirector de Protur, localizado después por teléfono.

—Protur no es un órgano técnico, sólo es promotor del turismo. No tiene dientes para hacer regulaciones de este tipo. Y el gobierno del estado tampoco tiene facultades. Es necesario un órgano regulador que revise estas licencias. Si lo hubiera habido seguro para esta depredación.

—El diagnóstico comprende hasta 2015, cuando volvió usted a la dependencia. ¿Cuál ha sido la tendencia de esta depredación que menciona en los últimos nueve años?

—La respuesta la tienes en Otis en 2023 y John este año.

Miguel Ángel García Maldonado, exdirector de Promotora Turística (Protur), encargó el diagnóstico que advertía desde 1995 que Acapulco Diamante era un área de esteros y humedales inviable para vivienda. Foto: David Juárez / EL UNIVERSAL
Miguel Ángel García Maldonado, exdirector de Promotora Turística (Protur), encargó el diagnóstico que advertía desde 1995 que Acapulco Diamante era un área de esteros y humedales inviable para vivienda. Foto: David Juárez / EL UNIVERSAL

El restaurante Sambors de la Costera es fresco y rebosa de comensales. Las pláticas ininteligibles salidas de las mesas se mezclan con el ruido propio de la cocina y propician un bullicio de boda. En una de estas está el exalcalde de Acapulco, Alberto López Rosas (2002-2005), que toma café en compañía de tres hombres más. Con los estragos que han dejado los recientes huracanes él ha sido señalado de haber autorizado el cambio de uso de suelo en la zona Diamante para que se pudieran construir viviendas y comercios.

Él lo niega. Dice, en cambio, que quieren desprestigiar su gobierno y que fue con el ahora senador (1997-1999) cuando se cambió desde el Cabildo la reglamentación en el Plan Director de la Zona Metropolitana de Acapulco. Luego llegó Zeferino Torreblanca (1999-2002) y se aprobaron las normas complementarias. De modo que cuando él llegó en 2002 ese era el reglamento vigente.

—¿Pero no hubo regulación?

—Las empresas inmobiliarias se las saltaron. Construyeron más casas por metros cuadrados de las permitidas. Donde debieron hacer 20 hicieron 40, y no hubo obras de mitigación: desagües, inducción de afluentes ni vigilancia de que no se bloquearan.

—¿No se sancionó?

—Nosotros clausuramos un desarrollo llamado Laguna Campestre porque la constructora omitió esas obras. Eran viviendas para el magisterio. El proyecto fue abandonado y quedaron muchas casas en obra negra. Después llegaron 300 familias de precaristas a invadirlas. En 2013 fueron de los más afectados por las inundaciones.

Atiende un par de llamadas. Dice que tiene varios compromisos por atender todavía en el día. Pide más café. Le habla con confianza al mesero. Lo ve y recuerda que tienen más de 15 de años de conocerse, y que hasta compadres se hicieron. El mesero, servicial, asiente risueño mientras sirve más bebida caliente. Hacia el final habla de “voracidad inmobiliaria” y de que el proyecto de Acapulco Diamante “fracasó por la corrupción”. “Lo demás es pólvora mojada”, dice. Y no puede haber territorio más mojado que Acapulco.

El exalcalde de Acapulco, Alberto López Rosas (2002-2005), niega que él haya autorizado el cambio de uso de suelo en Acapulco Diamante como ha sido señalado. Foto: David Juárez / EL UNIVERSAL
El exalcalde de Acapulco, Alberto López Rosas (2002-2005), niega que él haya autorizado el cambio de uso de suelo en Acapulco Diamante como ha sido señalado. Foto: David Juárez / EL UNIVERSAL

Espejismo

Ya la alcaldesa Abelina López Rodríguez lo había dicho a su modo. Dijo que en la zona Diamante se había vendido un espejismo, donde se suponía que cada desarrollo tendría su planta tratadora, “y ahora (que no las tienen) quieren que el gobierno vaya y les resuelva”. La declaración la dio en julio pasado a reporteros de la fuente que cubrieron la inauguración de una obra en el poblado de Tres Palos (donde está la laguna del mismo nombre). Ha sido de las pocas ocasiones que habla del tema, y fue dos meses antes de que John volviera a inundar el área.

En Sinfonía del Mar el sol es un hojaldre bermellón que se ahoga en el Pacífico. Son las 6 de la tarde del jueves 7 de noviembre y el ocaso en esta parte de Acapulco son todos los tonos del rojo derramándose en el azul marino del horizonte. Acá la alcaldesa no habla de inundaciones, sino de amor. Que “Acapulco sigue siendo Acapulco”. Que se va a transformar “con ustedes”. Que le tiene “muchísimo amor” a la gente. Y que, en fin, los abraza con el corazón. Etcétera.

Se dirige a cientos de invitados a la inauguración de una estatua carmesí de fibra de vidrio que emula dos manos formando un corazón. Es el paseo, le llama el ayuntamiento, “Amor eterno”, adornado por velarias con fotografías de artistas que han pasado por aquí durante sus años de lejana grandeza. El suspiro como añoranza de un pasado de gloria que no regresará porque Elizabeth Taylor no volverá a casarse a unos metros de aquí (en el hotel Mirador), ni Tarzán volverá a filmarse en sus riscos.

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La belleza de esta zona nada tiene que ver con las calles de la colonia Viveristas. El ánimo de la gente tampoco. Acá todo es fiesta y música. Parecieran sitios separados por un océano. La alcaldesa se deja querer por una brigada de hombres y mujeres aleccionados con chalecos naranja y la leyenda “Fuerza Acapulco”. Se toma selfies con ella. Empresarios y gente de clase media no siguen el guión. Más bien caminan hacia donde se develarán nuevas velarias con la imagen ahora de Juan Gabriel.

La noche cae, tropical. La fiesta sigue. Un concierto en honor al autor Roberto Belester cierra el día. Antes Roberto, presente en cada una de las actividades, puso sus huellas en una placa de cemento que luego sería colocada sobre el paseo y vio su cara impresa en otra velaria. Abelina dio otro discurso de reconocimiento y probó pescado a la talla, típico platillo de la costa guerrerense. La cantante Isaveli Laina interpretó las letras del compositor.

Se buscó al jefe de prensa para una entrevista con la alcaldesa. Jorge Vázquez andaba en el lugar. Cuando se habló con él lo primero que hizo fue condicionar que si se hacía la entrevista tendría “que ser en positivo”. Se le respondió que de ningún modo. Que en todo caso debería ser de lo que pasa, de lo que está atravesando la ciudad. Nunca se llevó a cabo.

Ni en Europa

En la coordinación de municipal parece que no ha pasado el tiempo. Hace un año que azotó Otis y aún hay árboles quebrados y paredes agujereadas por los objetos arrojados como proyectiles por el viento de más de 200 kilómetros por hora. Un aparato para medir la calidad del aire, un poco más grande que un tinaco, sigue tirado a un costado de la explanada como fierro viejo. Los techos muestran las varillas oxidadas como cadáveres descarnados de huesos expuestos.

El coordinador es un hombretón de 60 años, acapulqueño nato y orgulloso de serlo, llamado Efrén Valdez Ramírez. Su lenguaje tiene todo el caló costeño que muestra sin mayores preámbulos. Dice que hasta antes de Paulina Protección Civil no era más que un membrete, un nombre pegado en la entrada de una oficina con tres trabajadores. No se le daba la importancia al área hasta que se vio la fuerza y la dimensión que podían tomar estos fenómenos. Lo sabe porque él fue el primero en tener el cargo allá en los 90. Esta es la sexta vez que lo ocupa.

Con expresivos adjetivos recuerda que con Otis todo fue caos. Que estaban de guardia en estas oficinas a un par de cuadras del centro de la ciudad, pero que esa noche poco pudieron hacer. Al día siguiente que bajaron al malecón abriéndose paso a motosierra encontraron yates encallados en la Costera y algunos ahogados sobre las jardineras. Entendieron que había sido un desastre. La misma tarde antes del impacto uno de los técnicos previó que sería un evento descomunal.

—Pura experiencia. Todavía el meteorológico nacional ni alertaba. Pero pasen —y conduce al centro de monitoreo donde dos técnicos miran varias pantallas empotradas en las paredes. Muestran mapas con manchas rojas que indican la temperatura, y vientos que dibujan remolinos.

—¿Y por qué entonces se repiten las inundaciones en la zona Diamante como con John? —se le pregunta.

—Porque se construyó sobre humedales. Y seguirá ocurriendo si no se hacen obras de mitigación. ¿O por dónde va a salir el agua? Los afluentes de arroyos y ríos fueron tapados por las inmobiliarias. Se necesitan construir colectores y los tiene que hacer el gobierno federal —dice y aclara que aquella zona en realidad es responsabilidad de Protección Civil estatal.

Aún así muestra conocimiento del área. Dice que ellos fueron a rescatar a familias de las viviendas inundadas y que antes se alertó en los puntos de riesgo para que los habitantes se trasladaran a los albergues. Y también que le “ayudaron” a la laguna de Tres Palos en su desembocadura en Barra Vieja a que rompiera al mar una vez que acumulara el agua para ello. Todos esos trabajos fueron de prevención. “¡Arajo! Ni en España —dice con aspaviento—. Ya ven cómo les fue con la mentada Dana”.

Roberto Arroyo Matus matiza. Es el secretario de Protección Civil del gobierno de Guerrero. Sus oficinas son amplias y confortables. A diferencia de las instalaciones de Acapulco éstas, que están en Chilpancingo, no tienen deterioro visible. Acá están los bomberos y un cuerpo de rescate con ambulancias de primeros auxilios. Dos chicos del área de comunicación social graban la entrevista con el reportero.

—¿De qué tamaño fue el daño en la zona Diamante de Acapulco? —se le pregunta tras aclararle que su colega dijo que era responsabilidad de ellos.

—Coadyuvamos —matiza con aire tranquilo. Debe tener la misma edad que su colega porteño, aunque de pelo canoso y a diferencia de Efrén Valdez no habla con excesos—. Ayudamos con tareas de dragado y limpieza de canales y barrancas. Acapulco está dividido por sectores y nosotros ayudamos desde Puerto Marqués hasta Barra Vieja por el rumbo del aeropuerto. Tenemos el registro de 2 mil viviendas inundadas.

Al igual que su colega de Acapulco, Matus tiene la explicación de porqué pasa: Las inmobiliarias que construyeron en humedales, que taparon con muros afluentes naturales para el que “el agua turbia” no fuera a dar a la playa; que se impermeabilizaron los suelos con concreto hidráulico. Que se sobrepobló la zona.

—¿Se tiene un plan para solucionar el problema?

—Tendremos que demoler todos esos muros que cierran los desfogues naturales. Y limpiarlos, ocho de estos que no son visibles estaban taponados con troncos y basura. Dragar el río La Sabana. Eso ayudará a que no se acumule tanta agua, pero no solucionará el problema de forma permanente. Son obras muy caras y los que viven ahí lo saben.

—¿Es el único modo?

—Reforestar es otra medida a mediano y largo plazo. Y claro, ya no seguir construyendo. Que no se autoricen más desarrollos.

No nos moverán otra vez

Si se estuviera en la playa este sería el día perfecto para dorarse la piel y más si se está en la zona Diamante. Yuridia sabe el lugar donde ella, su familia y 300 familias más terminaron por vivir aunque no lo pidieran.

—Aunque parece que las inundaciones serán de cada año, y peores dado el cambio climático.

—Tal vez, pero no nos iremos de aquí. Ya nos sacaron de donde vivíamos una vez y no lo volverán a hacer. Cada vez nos van a ir metiendo en lugares más pequeños hasta llevarnos a departamentitos.

Un hombre de 70 años pasa por el lugar. Yuridia lo llama. Se llama Cipriano Teresa Osuna y tiene el mismo tiempo que ella viviendo en la zona. Aquí nacieron sus hijos y crecieron, dice. Son tres. Ya viven aparte. Él ya está solo con su mujer.

—¿Qué creen que pasará? —se les pregunta.

—El problema no fuimos nosotros —dice ella—. Nosotros estábamos bien donde vivíamos. El gobierno nos desplazó. Ellos son los responsables.

—Ayudará mucho que limpien los ríos —interviene don Cipriano más tranquilo—, y que abran la barra para que el agua de la laguna no se desborde y nos inunde.

—Ninguno de estos complejos tienen planta tratadora —dice a su vez Yuridia—. Su drenaje va a parar a la laguna. Cuando crece y se desborda acá nos viene a dar esa agua. Y ese muro es para que el agua no se les vaya para allá, es entonces que acá todo nos inundamos.

—Aquí ya no hay nada —dice Tomás a lo lejos. Trabaja pero no pierde el hilo de la conversación—. Antes pescábamos ahí enfrente (donde está Marina Diamante) cuando todo era humedales. Ahora ni en la laguna se puede.

—No, no hay nada que sacar ya —dice don Cipriano.

El zumbido de unos aviones que van o vienen se oye no muy lejos del camino de regreso. El asfalto del Bulevar de las Naciones reverbera conforme se avanza. A la distancia se ve lo que dejó el huracán Otis de los elevados edificios de condominios Vidanta. “Mejor, imposible”, dice un espectacular que los oferta. Estructuras metálicas en todo lo alto como blancos esqueletos de ballenas encalladas en la playa. Un viejo osario a cielo abierto. Un remoto cementerio de elefantes.

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