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Sofía va en tercero de primaria. Su rutina en las mañanas abarca cuatro actividades específicas: bañarse, vestirse, desayunar y ver un poco la televisión. A veces, por la prisa, sólo toma un vaso de leche. A las ocho en punto tiene que estar en la puerta de entrada de la escuela. Tres horas después se sienta a comer por primera vez en el día. Si lleva lunch puede ser un sándwich o una torta, sino, en la tiendita del colegio encuentra hamburguesas, tacos al pastor, refrescos y papitas. Con 1.35 centímetros de estatura y apenas ochos años, la pequeña pesa 46 kilos. Más de 12 kilos de lo que debería.
En México, tres de cada 10 niños y adolescentes de cero a 14 años padecen obesidad infantil. De 2014 a 2016, se tiene el registro de 151 mil 283 nuevos casos, de acuerdo con el anuario de morbilidad de la Secretaría de Salud (Ssa). Es decir, que cada año, un promedio de 50 mil menores se unen a la lista. La edad más vulnerable es entre los 10 y 14 años. Los niños en este rango representan 47% de todos los casos. Esta es una de las razones por las que desde hace más de 10 años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) nombró a la obesidad como la epidemia del siglo XXI.
Esta enfermedad es un foco rojo para las autoridades sanitarias, y no sólo porque no logran detener su crecimiento anual, sino porque desde principios del año 2000 se determinó que esa sería la primera generación de niños con una esperanza de vida menor a la de sus padres. Hasta siete años menos, dependiendo de la edad en la que se presente este padecimiento, de acuerdo con el investigador Franco Sassi. En un pequeño consultorio de la clínica de obesidad del Hospital Infantil de México Federico Gómez, Sofía se mueve inquieta en su silla. Es su quinta vez aquí: “Desde que llegué me han puesto a bajar de peso. Ahorita no me he aplicado, pero ya me explicaron que la obesidad llega a un límite donde no hay vuelta atrás y yo no quiero que eso me pase”, cuenta la niña.
“Si desarrollas obesidad antes de los siete años tienes tres veces más probabilidad de ser un adulto obeso. La estadística aumenta al doble hasta antes de los 15”, asegura Salvador Villalpando, jefe del Departamento de Gastroenterología y encargado de la clínica de obesidad del Hospital Infantil de México.
Sofía es uno de los 400 niños que se atienden cada año en esta clínica. Aquí llegan todos los menores del país que no cuentan con un seguro médico. La demanda es alta. Los especialistas aceptan que no se dan abasto, así que eligen minuciosamente a los niños que formarán parte del tratamiento. Los doctores analizan factores emocionales, sociales y familiares. Después de este filtro, comienzan las sesiones con un pediatra, un sicólogo, un nutriólogo y un activador físico, explica Teresa Silíceo, jefa adjunta de la Clínica de Obesidad. Dependiendo de la respuesta del paciente se les puede dar un seguimiento a distancia, pero ninguno se puede quedar más de un año.
Malos hábitos alimenticios
¿Qué comes?, ¿cuáles son tus horarios?, ¿quién te alimenta?, ¿con quién vives? Estas fueron las primeras preguntas que Sofía escuchó. En sus respuestas, los especialistas encontraron una de las razones de su obesidad: a veces no desayunaba. Y cuando sí lo hacía, el menú era leche con chocolate, huevos revueltos y galletas.
“La mayoría de los niños no come nada antes de irse a la escuela. Las mamás asumen que el desayuno es el lunch y para entonces ya llevan más de 12 horas de ayuno”, afirma Leticia García Morales, jefa del Departamento de Endocrinología y encargada de la clínica de diabetes del Hospital Infantil de México.
En el interior del hospital también hay una clínica de diabetes, pues se estima que más del 60% de los mexicanos con obesidad tienen riesgo de desarrollar esta enfermedad. En especial si comenzaron con problemas de peso excesivo desde la pubertad.
La primera vez que Sofía pisó este hospital tenía cuatro años. La causa: una neumonía aguda. La debilidad de sus pulmones la alejó de cualquier actividad física. Esto y su mala alimentación la llevaron a tener sobrepeso.
La obesidad de la pequeña de ocho años se ha complicado por diferentes factores: genético, ambas familias tienen antecedentes de sobrepeso; sicológicos, ya que Sofía tiene ansiedad y la canaliza a través de la comida; los malos hábitos alimenticios que no han podido modificar totalmente, y la falta de ejercicio a causa de su enfermedad pulmonar.
Un mal de hace más de 10 años
En 2006, México apareció como el país con mayor crecimiento de sobrepeso y obesidad infantil en el mundo, comenta Alejandro Calvillo, director de la organización El Poder del Consumidor. Ese dato fue el detonante.
A partir de ahí se empezó a hablar del tema. En ese momento, las recomendaciones internacionales se enfocaron en establecer un impuesto a las bebidas azucaradas. La razón era que México estaba en el primer lugar, a nivel mundial, de consumidores de refresco. En promedio, cada mexicano consumía 163 litros al año, es decir, casi una lata de 500 ml todos los días. Más allá de las grasas, los azúcares simples son el principal enemigo de la salud, asegura Leticia García.
Como un primer esfuerzo, en enero de 2014 entró en vigor un impuesto de 10% a los refrescos, esto con el objetivo de disminuir el consumo y ayudar a que la estadística de obesidad descendiera. Aunque el consumo de estas bebidas disminuyó 6% en el país, esta nueva medida no tuvo el impacto esperado en el registro de nuevos casos de obesidad.
Tan sólo en dos años, de 2014 a 2016, el número de niños mexicanos con obesidad subió 33%, es decir, pasó de 42 mil 328 a 56 mil 320. El grupo de edad más afectado fue el de 10 a 14 años de edad, al tener un aumento de 40%. En 23 de los 32 estados del país se registró un aumento en el número de menores con obesidad. Aguascalientes y Campeche presentan los cambios más drásticos. De 2014 a 2016 su tasa se triplicó y pasó de 110 hasta los 300 niños con obesidad por cada 100 mil.
Tamaulipas, Sinaloa, Querétaro y San Luis Potosí son los que siguen en la lista al duplicar sus tasas en esos dos años.
En las estadísticas de la Ssa no existen cifras de obesidad antes de 2014. Los reportes anteriores a ese año sólo se concentraban en las enfermedades crónicas derivadas de la obesidad, pero el crecimiento acelerado de este padecimiento hizo necesario que se documentaran los nuevos casos cada año.
La resistencia al cambio
Uno de los mayores retos para Sofía es dejar las golosinas. Con una sonrisa tímida admite que si quiere bajar de peso tendrá que dejar de comprarlas. A pesar del tiempo que lleva en la clínica, modificar sus hábitos alimenticios ha sido lo más difícil: “No me gustó venir las últimas veces porque me regañaron por no haber cumplido con el plan”, confiesa con un ligero tono de amargura.
La pequeña de ocho años está a punto de cumplir 12 meses en la clínica y no ha conseguido superar el sobrepeso. Al contrario de lo que ella misma esperaría, su peso aumentó en este tiempo. Seguir un régimen ha sido complicado. Además, le cuesta mucho realizar actividades físicas. Sus pulmones le juegan en contra: “Me gusta hacer ejercicio pero me canso mucho corriendo”, admite con tristeza. Es por eso que su mamá se convirtió en su compañera de caminatas.
En la clínica de obesidad, los adolescentes son quienes presentan mejores resultados. “Les importa cómo se ven y toman más responsabilidad sobre su salud. Los niños pierden el compromiso porque la familia se involucra en las decisiones”, dice Villalpando.
Cada día un paciente nuevo
Karla, de 10 años, está sentada en un pequeño cubículo. Un moño color rosa sostiene una media coleta. Es su primera vez en la clínica. Hace unos días su padre observó que su cuello se tornaba más oscuro. “En muchas ocasiones la obesidad provoca estos cambios. Las mamás creen que el cuello está sucio, pero al darse cuenta de que no se les quita los llevan a dermatología y de ahí los transfieren con nosotros”, comenta Villalpando.
Las primeras dos consultas son las más sencillas. Los menores se sienten observados y bajan su consumo de alimentos chatarra. “El problema viene cuando regresan a su medios habituales. Las modificaciones no se pueden hacer de manera permanente. Eso ha hecho que nuestra tasa de éxito a largo plazo se quede en tan sólo 5%”, advierte el médico.
Además de los hábitos de los niños, el ambiente en el que se desenvuelven es fundamental en los tratamientos. El padre de Karla también tiene sobrepeso. Antes de que comience la primera consulta, admite que teme que eso dañe la salud de sus hijas.
En ese mismo pasillo, Sofía camina con su mochila en la espalda. Es día de consulta. Los doctores bromean con ella y le dicen que seguro es experta en el “plato del buen comer”, la pequeña asiente con una ligera sonrisa, pero en secreto admite que hay verduras, como el jitomate, que aún no le gustan.