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De Tlatelolco, de la Línea 3 del Metrobús, hasta Perisur en la Línea 1, hay más de 30 estaciones. Un trayecto largo, pero el más directo hasta la casa de Karen. El reloj marcaba las tres de la tarde cuando esta mujer de 27 años decidió tomar esa ruta. El día en la capital era caluroso. La temperatura de abril estaba por encima de los 25 grados centígrados. Karen traía puesto un vestido que le llegaba unos centímetros arriba de las rodillas. En su camino escuchó “piropos” por parte de extraños. Antes de pasar el torniquete de entrada, un hombre se le quedó viendo por varios minutos. No le dio importancia. “Piensas que no va a pasar de que te vean y ya”, relata. Pero ese día una simple mirada se convirtió en un trayecto tortuoso.
Karen entró a la estación y observó al hombre entrar detrás de ella. La solución inicial: moverse al vagón exclusivo de mujeres. Un lugar seguro. Eso no lo detuvo. Durante más de una hora, incluso en el transbordo, esta joven se tuvo que cuidar de que el desconocido que la observó no se le acercara demasiado.
El Instituto de las Mujeres, ONU Mujeres y El Colegio de México se dieron a la tarea de analizar esta situación para entender las agresiones que viven las usuarias del transporte en la capital. “Esta iniciativa surge porque no hay estadísticas que te ayuden a visibilizar esta dinámica. Sin estos datos no se pueden crear estrategias de prevención, iniciativas o programas (…). Además, la violencia sexual que ocurre en la vida cotidiana de las mujeres en todas la ciudades del mundo es un tema desatendido”, asegura Yeliz Osman, coordinadora del programa Ciudades y Espacios Públicos Seguros para Mujeres y Niñas de ONU Mujeres.
Mediante la recopilación de datos de la Procuraduría capitalina, encuestas de Inegi y grupos focales, estas tres instituciones lograron mostrar un panorama poco alentador para las mujeres de la Ciudad de México. El objetivo fue que ellas identificaran el tipo de violencia que sufrieron en los últimos tres meses al usar el transporte de la capital: 93% afirmó que sufrió miradas lascivas; ocho de cada 10 padecieron chiflidos por su forma de vestir o apariencia; 70% toleró majaderías sexuales o incluso acercamientos desmedidos, y en 65% las mujeres respondieron que les “recargaron” el cuerpo. Así está marcado el día a día de las mujeres que usan desde el Metro hasta el Metrobús de la capital.
Karen ha padecido casi todas estas formas de violencia. Desde “piropos” hasta las miradas. El día que entró a la estación Tlatelolco nunca pensó que el señor que la vio fijamente en el torniquete se convertiría en su acosador por la siguiente hora y media. Durante el camino hacia el sur de la ciudad, esta joven intentó pensar que el hecho de que ambos fueran hacia el mismo destino no era más que una coincidencia. Por fin llegó a Perisur. Bajó sin mirar atrás. “Ese fue mi error”, acepta.
Caminó unos cuantos pasos y sintió que alguien iba detrás de ella a una corta distancia. Volteó y ahí estaba de nuevo el mismo hombre que la había incomodado con su mirada. El miedo se apoderó de ella. Aceleró su andar. Él hizo lo mismo. Nunca la volteó a ver, sólo seguía sus pasos. Karen no supo qué hacer, había más usuarios a su alrededor, pero en el fondo sabía que estaba sola.
Ocho de cada 10 mujeres que sufrió una agresión en el transporte público viajaban solas, según los datos reportados en el diagnóstico. El problema de la violencia en espacios públicos “se focaliza en ciertos transportes. Se da con mayor frecuencia en el STC Metro porque este tipo de personas aprovechan la aglomeración para robar o realizar acercamientos indebidos”, señala Georgina Cárdenas, investigadora en Políticas Públicas del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG).
Horarios y zonas peligrosas
Karen no viajó en la madrugada, ni siquiera en la noche. Ella tomó el Metrobús a las tres de la tarde. Una de las principales horas pico. Contrario a lo que se piensa, 40% de las agresiones (hostigamiento sexual, manoseo, exhibicionismo o intento de violación) fueron entre el mediodía y las seis de la tarde. El otro horario más riesgoso es a partir de la medianoche y hasta las seis de la mañana.
El diagnóstico identificó también los principales hot spots, es decir, aquellos puntos que concentran ataques sexuales cerca de transportes públicos masivos y por lo tanto se podrían catalogar como áreas con mayor riesgo para las mujeres en sus traslados en la ciudad. En las delegaciones Cuauhtémoc, Venustiano Carranza y una parte de la Gustavo A. Madero se identificó que las violaciones tienden a ocurrir en las cercanías de las líneas del Metro. Estaciones como Pino Suárez, Balderas, Pantitlán, San Lázaro y Tacubaya son las que presentan la mayor incidencia.
Para la realización del diagnóstico se hizo un análisis espacial de uno de los principales delitos contra la mujer: la violación. San Pedro Mártir, en Tlalpan; Jacarandas y Santa Marta Acatitla, en Iztapalapa; Nativitas, en Xochimilco, y San Miguel Teotongo, en Tláhuac, son las zonas que registraron el mayor porcentaje de este delito, de acuerdo con los datos recopilados a partir de la información proporcionada por la Procuraduría de la CDMX.
Cultura de la tolerancia
Después de vivir los segundos más largos de su vida, Karen vio de reojo cómo su acosador pasaba a su lado. El hombre bajó y lo perdió de vista por un momento. Pero en realidad no se había ido. Sólo se colocó en la parte baja de las escaleras con la mirada hacia arriba. Al verlo, lo único que se le ocurrió fue confrontarlo desde la parte alta. Un grito de “¡¿qué quieres?!” se escuchó en la estación. El agresor ignoró la pregunta y se fue. Los demás usuarios voltearon a observar la situación, pero ninguno se acercó a Karen.
Además de una nueva legislación sobre el tema, uno de los principales huecos es la permisividad de la sociedad sobre estos hechos. “Hay una cultura de tolerancia sobre este problema. Se normalizó el agredir a una mujer en la calle”, asegura Osman.
En los grupos focales también participaron operadores de transporte y en el reporte se especifica un dato sorprendente. “Algunos aceptaron disfrutar cuando ven a alguien acosar a las mujeres o simplemente no ven como su responsabilidad intervenir”, explica la representante de ONU Mujeres.
Este tipo de violencia se ha minimizado por el hecho de quedarse en frases ofensivas o incluso tocamientos. La perspectiva de los hombres es que es responsabilidad de la mujer; para ellos las miradas morbosas, chiflidos o piropos no son una forma de violencia sexual porque no hay golpes o una agresión física más fuerte, detalla la especialista.
Todos estos factores terminan generando un halo de impunidad en torno a este delito. La denuncia es un proceso lento, largo y no garantiza los derechos de las víctimas, es por eso que “los caballeros se dan el valor para seguir cometiendo este tipo de agresiones”, se especifica en el informe. Ocho de cada 10 capitalinas que fueron violentadas decidieron no denunciar, de acuerdo con los últimos datos de la ENDIREH, publicada por Inegi.
Karen fue parte de la estadística. El coraje y el miedo la paralizaron. Su solución fue tomar clases de defensa personal. “Igual y no tengo la fuerza suficiente, pero por lo menos estaré más lista si me vuelve a ocurrir”.