La frustración de un adulto se refleja en los gritos y en los golpes que da, dice sin titubeos la sicóloga Leticia Márquez Pineda. Apacible, se sienta en un sillón de su consultorio mientras un pajarito vuela sobre ella, y entonces ríe.
“Un día dejamos la ventana abierta y semetió. Está lastimado, todavía no puede volar”. En este consultorio, Leticia y su hermana Teresa han recibido a niños y familias que quieren reencontrar el camino luego de sufrir maltrato y discriminación.
“Aquí vienen niños que tienen miedo, que han sido humillados en la escuela. Al principio se preocupan porque creen que aquí también los vamos a regañar, pero después no se quieren ir”.
Leticia y Teresa son dos sicólogas especialistas en terapia infantil. Fundaron la asociación Semillas de Amor luego de que Teresa se sometiera a una fecundación in vitro que no tuvo éxito, y en el segundo intento perdiera a sus gemelos.
A raíz de ese evento comenzó a investigar y encontró que los tratamientos aumentaron las posibilidades de un nacimiento prematuro. “Nos dimos cuenta de que tres cuartas partes de los nacimientos prematuros se pueden prevenir, y con ello la discapacidad. La parálisis cerebral infantil, por ejemplo, se va instalando si no se interviene”, comenta Teresa.
Se estima que cada año nacen en el mundo unos 15 millones de niños prematuros, es decir, nacen antes de que se cumplan las 39 semanas de gestación. La cifra va en aumento, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Cabe destacar que las tasas de supervivencia de niños prematuros varían entre los distintos países. La OMS realizó un estudio en 184 naciones y encontró que en familias de bajos ingresos, al menos la mitad de los bebés nacidos prematuramente muere porque no se les aportó calor suficiente, no hubo apoyo a la lactancia materna ni se les administró atención médica para combatir problemas respiratorios.
En cambio, en países de ingresos altos, casi todos los bebés prematuros sobrevivieron. No obstante, la organización encontró que en naciones de ingresos medios se cuenta con tecnología, pero no se usa de manera eficiente y esto ocasiona que los bebés sobrevivan, pero desarrollen discapacidad.
Las hermanas Márquez Pineda enfocaron todos sus esfuerzos en la atención de niños de nacimientos prematuros. Cuando uno de ellos llega al consultorio, hacen una valoración inicial y, si es necesario, lo canalizan con especialistas.
Para que los niños cuenten su historia, las sicólogas plantean diferentes escenarios. “Yo les digo, ‘niños, hoy vi una noticia sobre una maestra que le jaló el cabello a un niño, le gritó y le pegó’.
Entonces les pregunto qué opinan, y así, sin obligarlos, cada uno habla sobre su experiencia. Hemos tocado temas como discriminación, discapacidad e inclusión”, dice Leticia. Con ayuda de Peke y Blue, dos perros de raza pequeña, y Tweety, el pajarito que rescataron, los niños aprenden a respetar todas las formas de vida.
La señora Fany Millán es una de las mamás que asiste con sus hijos a la fundación. Fany llevaba su primer embarazo sin complicaciones. Pero su bebé Uriel no respiró cuando nació y supo que algo estaba mal cuando el médico tuvo que moverlo para que llorara.
Uriel nació con inmadurez cerebral moderada, que le provoca problemas de aprendizaje y conducta. A los 10 años, sus maestros de la primaria decían que no tenía el razonamiento de un niño de su edad.
“A veces la maestra decía que Uriel no le ponía nada de atención, que sólo por lapsos cortos y que no adquiría ningún conocimiento”, recuerda Fany. Por recomendación de la escuela, llevó a su hijo a la fundación, donde conoció a Leticia y a Teresa hace seis años.
“Las sicólogas me preguntaron cómo fue el embarazo. No sabíamos bien a ciencia cierta qué era lo que tenía Uriel”. El tiempo pasó y Fany tuvo dos hijos más, Érik y Odeth, que también reciben atención.
“Érik tiene una discapacidad más severa a nivel genético”, dice Fany, “se llama Síndrome de X Frágil con rasgos autistas. Y cuando Odeth era pequeña, convulsionó. No dejaba de convulsionar y la pusieron en coma”.
Fany y su familia viven en Naucalpan. Es ama de casa, su esposo trabaja como policía y lo que gana no les alcanzaría para pagar todos los estudios médicos y las terapias que sus hijos requieren.
Naucalpan es un municipio del Estado de México donde la mitad de los habitantes no tiene acceso a la seguridad social y tres de cada 10 personas no pueden alimentarse adecuadamente, de acuerdo con el informe anual sobre la situación de pobreza y rezago social del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Cuando llegaron a Semillas de Amor, hace seis años, las sicólogas les explicaron que todo el material, consultas y terapia corrían por parte de la fundación, que gracias a donativos hoy puede atender a 20 familias.
A la fundación han llegado personas que por su condición económica no se alimentaban de manera saludable, afectando más la salud de los niños. Otros no comprendían que con gritos y golpes estaban maltratando a sus hijos. Aquí las familias aprenden que educar con violencia no es la solución a sus problemas.
La primera sesión es únicamente con los adultos. “No juzgamos, ni criticamos, ni regañamos. Tenemos muy claro que son seres humanos haciendo lo posible con lo que tienen. En la medida que van comprendiendo qué es lo que tienen sus hijos, disminuye el maltrato infantil”, comentan las sicólogas.
Varias familias viajan desde el Estado de México a la colonia Popotla, en la Ciudad de México, donde se encuentra la fundación. La mayoría hace importantes gastos en transporte y algunas han abandonado el tratamiento cuando ven que sus hijos mejoran.
Fany, una de las mamás beneficiadas, comenta que todos los materiales y terapia corren por cuenta de la fundación. Pero hay algo que le preocupa. El síndrome de X Frágil que Érik tiene no está incluido en el seguro médico de su papá. “Dicen que no entra en el cuadro, y por fuera el estudio es muy caro”, lamenta.
Sin embargo, le alegra que sus hijos hayan mejorado desde que visitan a Tere y Leti. Érik y Uriel, de 10 y 16 años, respectivamente, estudian en el Centro de Atención Múltiple número 28, donde reciben atención especializada, además de las terapias en la fundación.
“Uriel está mucho mejor. Antes casi no hablaba, era muy tímido, pero ahorita ya habla más. A veces le leen cuentos y le hacen preguntas que en el momento no sabe cómo responder, pero al salir de la terapia ya las responde”, comenta.
Odeth, la niña de 12 años, asiste a una secundaria pública. Su mamá sonríe cuando dice que gracias a los ejercicios de la doctora Leti la niña ha mejorado su escritura. Fany aprendió a tenerles paciencia y sabe que todo es cuestión de tiempo y esfuerzo.
Para las sicólogas Teresa y Leticia, la fundación hace más que ofrecer terapia, talleres y vincular a las familias de escasos recursos con médicos para que puedan recibir atención especializada. “Por desgracia, el crimen organizado les abre los brazos. Por eso tratamos de impedir que un problema de salud se convierta en un problema social”, opinan.
En una consulta infantil realizada en 2012 a más de 500 mil niños y jóvenes mexicanos, se determinó que a uno de cada 10 adolescentes el crimen organizado les pidió formar parte de sus actividades, de acuerdo con el Informe sobre violencia, niñez y crimen organizado, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
“Uno de nuestros sueños es que un día no haya más niños y niñas que sufran en la escuela. Que no existan más niños de cuatro o cinco años que deseen morir, o que piensen que son tontos. Aquí se les aclara que no vienen a más de lo mismo de la escuela. Todo nuestro trabajo es lúdico, con juegos de mesa y manualidades”, dice Leticia.
Hace unas semanas, las familias recibieron un taller de chocolatería y decoración para potenciar sus habilidades manuales, pero también para que en el futuro inicien su propio negocio y puedan obtener un ingreso extra.
Teresa narra cómo cambió la actitud de Érik después de esta actividad. “Al principio no te veía a los ojos, no se acercaba. Ese día cambió el contacto, incluso abrazó a mi hermana”, relata emocionada.
Con los talleres pretenden que los niños desarrollen su independencia en la medida de lo posible, para que en el futuro no se conviertan en una carga para sus familias, y el día que no estén sus papás puedan valerse por sí mismos.
Las sicólogas explican que la mayoría de los niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad se caracterizan por un coeficiente intelectual superior a la media de la edad. “Pueden tener 10 años y ser brillantes en clase, pero con la conducta es de un niño de siete años. Entonces por eso los empiezan a tachar de flojos, de no querer estudiar ni aprender, cuando en realidad es un trastorno neurológico, del neurodesarrollo”.
Teresa hace una reflexión sobre el respeto a la infancia. “Un maravilloso Día del Niño va a ser cuando en la familia, en la escuela y en la sociedad comprendamos lo que es respetar los derechos de nuestros niños y niñas. Entonces ellos se van a sentir seguros, felices, dignos, respetados y amados”.
Dicen que en la fundación nunca hacen fiestas por el Día del Niño, porque para ellos todos los días deben ser Día del Niño.