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Texto: Mariana Rojas
Su madre, quien utiliza silla de ruedas, fue la inspiración de Dalyla Montúfar, joven activista mexicana que toda su vida ha trabajado de manera independiente por los derechos humanos, especialmente de jóvenes y niños con alguna discapacidad.
Comunicóloga de profesión, egresada de la Universidad Tecnológica de México, Dalyla tiene 25 años y vive en el Estado de México. Actualmente trabaja como analista global de diversidad e inclusión.
Su infancia se desarrolló en un ambiente inclusivo y altruista. La discapacidad que tiene su madre, Olga Montúfar, no ha sido impedimento para que sea presidenta de la Fundación Paso a Paso, asociación civil afiliada al Centro Mexicano para la Filantropía (Cemefi), organismo independiente, cuyo trabajo se centra en el apoyo, la defensa, la promoción de las personas indígenas con discapacidad y la lucha contra de la discriminación.
Cuando era estudiante descubrió su habilidad para hablar y expresarse. Las personas la escuchaban y se unían para ayudar a su causa. Así fue como aprovechó los medios digitales y las redes sociales para transmitir información, “nuestra voz es muy, muy poderosa, hay que saber dirigirla y ocuparla”, afirma Dalyla.
Su primer acopio independiente fue a los 18 años: una colecta de juguetes y ropa por el Día del Niño. Después de esto, Dalyla Montúfar se dio cuenta de que ayudar a otras personas genera un cambio muy grande y que en nuestro país hay mucha gente que necesita ayuda.
Los programas que organiza cada año comprenden la colecta de ropa y cobijas en invierno, para ser entregadas en las zonas indígenas otomí-tepehua o náhuatl, donde padecen temperaturas extremadamente bajas. Al mismo tiempo, organiza la recaudación de juguetes nuevos o en buen estado para niños en situación de calle de comunidades indígenas.
“Estar al lado de Daly durante las donaciones ha sido una labor tan maravillosa y titánica. He visto los desvelos y la dedicación que le pone a cada una, desde la colecta hasta la entrega, pone toda su alma, como ella dice, a ‘regalar sonrisas’. Me siento afortunado de que me haga sentir parte”, dice Saúl Cruz.
Jóvenes y niños de comunidades indígenas, con discapacidad y en situación de calle son los grupos que más busca apoyar por su alto nivel de vulnerabilidad, pero tampoco pierde la oportunidad de conjuntar fuerzas con asociaciones y rescatistas de animales.
“En algunas de nuestras entregas veíamos a niñas de ocho o nueve años, y al siguiente año las buscábamos para saludarlas y nos decían: ‘Ella ya no va a venir porque ya se casó, está embarazada’”, recuerda Dalyla.
“Y tú te preguntas: ‘¿Cómo puede ser posible que una niña ya no pueda ir a recoger sus juguetes del Día del Niño o de Navidad?’, pues porque ya están viviendo una vida que no les corresponde”, afirma. La cultura y las ideologías de cada comunidad son diferentes y hacen el proceso de apoyo complejo, porque no puedes ayudar a alguien que ve normal algo que tú consideras “injusto” o “inapropiado”.
Dalyla vivió tres años intermitentes en Nueva York por motivos laborales. En la ciudad más poblada de Estados Unidos y la que alberga a más pobres en sus calles, la activista independiente continuó con su labor altruista.
En su oficina se percató de cómo se desperdiciaba la comida. Ella pedía autorización a su jefe para poder salir y caminar por la calle hasta que encontraba cerca a alguna persona indigente que lo necesitara y se lo obsequiaba. Durante su estancia en Estados Unidos asistió a conferencias en las Naciones Unidas y en distintas sedes de embajadas.
Con ojos llorosos recuerda que una de las historias que más la impactaron fue en una comunidad donde encontró a niños con alcoholismo y a familias que consumían más aguardiente que agua o leche.
“Conocí a una señora que vivía sola con sus cuatro niñas, ella se alcoholizaba e iba a prostituirse, el problema fue cuando comenzó a prostituir a sus hijas para pagar su vicio. La más grande, de 16 años, vive con un hombre de 46 años. La niña contrajo una infección en uno de sus ojos, la llevaron al doctor porque estaba a punto de perderlo, debo aclarar que el hospital más cercano está a tres o cuatro horas de distancia. Ya en el médico se supo que la niña estaba embarazada”, recuerda Dalyla conmovida.
“Son temas tan complicados de asimilar, te rompen y son situaciones que duelen y se deben ir procesando y resolviendo”.
Anteriormente sólo se dedicaba a comunidades indígenas, con el tiempo ha llegado a hacer otro tipo de donaciones, como sustitución de pezones para las mujeres con cáncer de mama, microblanding en cejas, pelucas oncológicas para personas expuestas a quimioterapia, cajas de diálisis y sillas de ruedas.
A ella llegó un pequeño que necesitaba un tanque de oxígeno, recurso que es costoso. Para Dalyla todo es posible: mediante convocatorias exprés y el apoyo de las personas que conocen su trabajo, encontró rápidamente quién hiciera la donación.
“He visto a Dalyla mover cielo, mar y tierra para conseguir ropa y juguetes para niños en comunidades alejadas de cualquier tipo de comodidad; la he visto cruzar la ciudad, invertir su tiempo y dinero para recoger un vestido y así poner una sonrisa en el rostro de una niña con cáncer. Luego de ir y venir, todavía se da el tiempo de platicar con ellos, abrazarlos y verlos a los ojos. Dalyla es el altruismo con lentes de sol”, refiere el periodista Aldo Mejía.
El año pasado Dalyla organizó el evento llamado Nuestros XV años, el cual inició con una colecta de vestidos usados, pero en buenas condiciones para niñas que padecían cáncer. Finalmente se logró festejar a 13 pequeños, entre ellos dos niños, quienes también recibieron su traje para la fiesta.
Como en todas las causas que apoya Dalyla, la gente comenzó a buscarla para ayudar y le preguntaban qué era lo que necesitaba, fue así que hubo padrinos de último juguete, de pastel y otras cosas que contribuyeron a que las pequeñas hicieran su sueño realidad.
La primera celebración de este tipo tuvo lugar un sábado de diciembre de 2018 en la colonia Santa Isabel Tola, en la Ciudad de México, evento al que EL UNIVERSAL asistió.
Desde muy temprano los festejados comenzaron a llegar al salón Las Flores, donde varias maquillistas y estilistas voluntarias los esperaban para arreglarlos. Ya listos, pasaban por turnos al lobby del salón, donde un fotógrafo profesional, quien también donó su trabajo, les tomó la foto del recuerdo de su fiesta.
El evento comenzó con la presentación de los festejados, quien uno a uno fueron bajando las escaleras, para ser recibidos por su madrina de honor, Dalyla, la organizadora.
Uno de los momentos más especiales fue cuando los padrinos de último juguete entregaron los regalos, en medio de gritos y aplausos de los invitados. Los festejados los recibieron gustosos y emocionados.
“Tuve la gran bendición de conocer a Dalyla por medio de una fundación que ayuda a niños con cáncer y tuve la suerte de ser parte del evento de 15 años. En la fiesta me sentí muy feliz y disfruté al máximo cada momento. Muchas gracias por cumplir mi sueño, les voy a estar eternamente agradecida”, dice Miriam Ramos Escamilla, una de las festejadas.
No podía faltar la tradicional partida de pastel, Las mañanitas, el vals familiar, así como la coronación de las quinceañeras.
“Colaboré un poquito con la misión de la fiesta, Daly es una persona digna de admiración, puesto que pone el alma y corazón en lo que realiza. Fue muy emocionante verlos tan radiantes y contentos junto con su familia, un día memorable para todos. Ojalá todos nos contagiemos con esa empatía”, considera Mariana Ramírez, una de las donadoras.
#LoveBuiltThis (el amor construye) es el mensaje con el que Dalyla se inspira para seguir su labor. Su objetivo es acercarse a la gente para ayudar, pero a su vez quien conoce su trabajo la busca y la apoya. Una de sus metas principales es ayudar a cada vez más gente.
Ella es una de tantas personas que apoyan de manera independiente, con el ejemplo de su trabajo puede cambiar la forma en que vemos a los demás para comenzar a ser más recíprocos, tolerantes y empáticos.