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Los ritmos en la pista anulan los pesares, las parejas se inundan en sudor y dejan que sus pasos los lleven a donde sólo la música habla. El merengue suena, las luces neón trasforman los rostros, iluminan las cabezas engominadas y los zapatos de charol. Entre la vorágine de ajetreos, Marisol Mendoza da vueltas; su silueta pierde el contorno, se difumina con los movimientos de cintura. Ella es una musa sonidera, una aparición que disfruta dejándose engullir por el baile.
Fotografía: Cristopher Rogel, Lucía Godínez y Carlos Mejía
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Marisol o “Mari”, para sus conocidos, es comerciante y ha destinado cuatro años de su vida a promover el trabajo de las mujeres en el mundo de lo tropical; es hija de Sonido Duende y dice que no sabe bailar, aunque sus pies demuestran lo contrario. “Quiero que la gente sepa que hay sonideras, que existen”, para ella es importante que la luz haga visible el rostro femenino que también toca, manda saludos y hace danzar a la “banda”.
El escritor Jesús Cruzvillegas, en su libro Pasos Sonideros , menciona que fue en 1950 cuando esta tradición nació en barrios como Tepito, Lagunilla y Peñón de los baños. En aquellos tiempos hacer una fiesta era muy caro, algo casi inalcanzable para un gran sector de la población. Su solución fue lógica: poner aparatos de sonido en las vecindades y disfrutar, olvidar que la fortuna no solía pasearse por aquellas zonas.
El movimiento se extendió por todo México, convirtiéndose en un lenguaje popular. A estos bailes de candela y sabor se les denominó Tibirís, por la canción el Tibirí, tabara de Daniel Santos. Al respecto, el cronista Carlos Monsiváis escribió: “Los tibirís se hacen cargo de los ritmos que el rock no admite: la cumbia, el merengue, el vallenato, la rumba, lo que al movilizar las caderas a la antigüita evoca la sentencia de la publicidad: eres latino y tu sangre es liviana y ardiente”.
Este modo de celebrar representó una suerte de fortaleza germinada a partir del folclor. Los sectores más pobres se apropiaban del espacio público sin pedir permiso; porque era su suelo, el pasadizo que atravesaban todos los días para ir a trabajar o a comprar las tortillas. Si la sociedad no les daba cabida, no importaba, porque ellos zapatearían en donde se les antojara.
Tonatiuh Cabello, fotógrafo y miembro de Proyecto Sonidero, asegura: “Lo que más me llama la atención es su anarquía: en el inició de todo cerraban calles, se colgaban de los postes como si fueran electricistas y conectaban sus cables. Era su forma de manifestarse y una resistencia al modo tradicional de hacer una fiesta”.
Además de apoderarse de diferentes superficies, algunas de las características principales de estos guardianes de la cumbia son: representar a un barrio, tener un nombre artístico, un logotipo, hablar y enviar saludos entre las canciones: “ ¡Un saludo para toda la raza chingona del Peñón de los Baños!, vámonos con esta rola matancera que suuuuuuena”.
“Cuando estoy tocando siento un orgasmo”
Durante la época sesentera la mujer ya figuraba entre las cabinas: Sonido la Changa de Ramón Rojo y Sonido la Socia de Guadalupe Reyes Salazar fueron creados a la par; ambos precursores cargaron con el peso de abrir camino a los que vinieran después.
Marisol relata: “La Socia hizo muchos bailes , llegó a tocar toda la semana y apareció en discos de acetato, pero no sobresalió por su condición de mujer. La ocultaron; hace apenas 6 años que sacan de nuevo su historia, resulta que todos la conocen. Ahora que ya no está viva llegó el momento de hablar de ella”.
De acuerdo a registros de la propia Marisol Mendoza, hay 43 sonideras en México y Estados Unidos (EEUU), lo cual representa a menos del 1% de toda la corriente. Ella creció en el ambiente cumbiambero, fue testigo presencial del apoyo y la participación activa de las esposas o madres de los sonideros. Rememora que mientras su padre se subía a los arboles a quitar las trompetas, su mamá lo esperaba con las manos abiertas para cargarlas o tejía carpetas para cubrir las bocinas .
Cuando una chica decidió ser la cabeza de un sonido y trenzar su voz con el micrófono, el respaldo masculino no fue reciproco. Se portaron misóginos, no querían tocar con una mujer, les chiflaban e insultaban: “¡ mejor vete de prostituta o a lavar los trastes! ”.
Datos de El Consejo Nacional para Prevenir la discriminación (CONAPRED), dio a conocer que gran parte de la violencia contra las mujeres es resultado de la discriminación que sufren laboralmente. En nuestro país la mujer gana 18.3% menos que su contraparte masculina, realizando el mismo trabajo. El hecho encuentra sus causas en la visión estereotipada de lo femenino, afectando la economía y oportunidades de las mexicanas.
“Mari” presenció como las asistentes también se negaban a bailar si era alguien de su mismo sexo quien ponía las melodías. Esta fue la situación que la llevo a formar el colectivo Musas Sonideras, una alternativa para dar a conocer los rostros, las palabras y las armonías femeniles.
Con su piel morena, cabello brillante y labios rosados, Abigail Sánchez Puebla, La Reina Rumba , también persiste en el aguante desde su trinchera. Ella es la primera sonidera transgénero , se para sostenida por la seguridad de sus tacones y desde su cabina anuncia: “Vamos con un tema rico sabroso que suena así: yo también te amo, chiquita mami”.
Muchos la llaman la Mamazona , cuenta que le gusta cotorrear con sus seguidores y tiene una estética cerca de metro Rosario. Apenas hace dos años decidió unirse a las filas “pachangueras”, animada por la surrealidad del baile: “Cuando toco yo me excito, me da una adrenalina muy cañón”, declara con una sonrisa en los labios.
La Reina Rumba se vive a través del Tibirí sin importarle las murmuraciones; cuando escucha música se siente una versión verdadera de ella misma pero electrificada. La sostiene aquel instante en el que se esfuman las horas y quedan canciones clásicas con las que los barrios se identifican y contonean: Caretas, Pedro Navajas, El gran Varón, Esperma y Ron, entre tantos otros.
Atravesando la misma senda, Beatriz Vargas de la Rosa, Sonido Diversidad, busca poner en alto el nombre de la comunidad LGBT . Ella es la primera gay que se sumerge en este núcleo Tibirí Tabara . Vive en Huixquilucan y nació en cuna sonidera: “tengo tíos y primos que se dedican a esto. Yo empecé como DJ en Ecatapec, pero después elegí este camino y ya llevo dos años”.
Su semblante refleja seriedad cuando encuentra el momento de explicar las dificultades de enfrentarse a un medio “cien por ciento machista ”. Tiene la certeza de que muchos hombres aún no están preparados para ver a una mujer desempeñarse en un trabajo que en otros tiempos era únicamente para ellos: “me ha costado el doble del esfuerzo normal. Luego dicen: ´¡Ay esa vieja ni sabe de música!´ Es difícil la aceptación hacia una mujer y también hacia una persona gay”.
Para Beatriz un sonidero es quien se come sus dolores para hacer bailar a los demás. Con su papel bien enraizado, eleva un aullido de solidaridad y recuerda su canción preferida, una cumbia colombiana titulada Negra, Ron y Velas : “¡ Ay! bailando cumbia se amanece, bailando cumbia se amanece, con una negra, ron y velas”.
En contraste, Guadalupe Tlacomulco es Lupita La Cigarrita de Sonido Radio Voz. Ella representa al mágico Tepito y en la infancia aprendió a bailar escuchando a la Sonora matancera: le encantaba menear su cuerpo con compases tropicales, pero su mamá no la dejaba ir a las tardeadas, no aceptaba que su hija bailara en la calle. Con todo, Lupita se escapaba a las fiestas. Fue así como descubrió que su camino lo dictaba una musicalidad inminente, a la que no podía darle la espalda aunque lo intentara.
Actualmente tiene 60 años, se reconoce como alguien impuntual porque “le vale madres” y prefiere estar en su casa con sus nietos. Lupita se pone a bailar en medio de la calle, sonríe y hace las reminiscencias del pasado: Su exmarido era tepiteño y ella le propuso que ambos se lanzaran como sonideros, pero él le “daba largas”. Guadalupe lo apoyó para que se hiciera de un nombre y triunfara, pero cuando ella pidió ayuda la respuesta se atascó en el silencio. Los años pasaron hasta que llegó el 2002, una mañana normal en la que salió al mercado y en el camino se encontró al mero mero Sonido
Caribali:
- Ándale, déjame tocar- le pidió
- Sí, al rato te lanzas a cabinear
La Cigarrita fue al mercado, volvió a su casa para preparar la comida y se apresuró para llegar a su primera tocada profesional. Ya su cuerpo guarda los recuerdos de 16 años de experiencia: “Ya hasta mis hijos se dedican a esto: Héctor de Sonido Lavoe y Ángel de Sonido Campos. La primera dinastía en la que madre, padre e hijos son del movimiento”, se enorgullece.
Para ella, ser sonidera es como intimar con su pareja: “Cuando yo estoy tocando me pasa lo mismo que a una mujer cachonda, me transformo, siento un orgasmo: el micrófono me besa, la música me acaricia y termino bien empapada”.
Está orgullosa de los sitios donde posó sus pies, de nunca haberse rendido pese a los fugaces chiflidos del público. Lo único que lamenta es no haber vislumbrado toda su capacidad: “ Si cuando era una niña hubiera sabido que ya había una sonidera, yo me hubiera dedicado a esto antes, desde que era una señorita, pero como era un trabajo de hombres, de machos, pues no pensé que yo podía hacerlo”.
Como muestra de aprecio al oficio que se entrega al suburbio, a lo recóndito, a las avenidas con todo y sus puestos de garnachas, Lupita La Cigarrita escribió La Oración del Sonidero: “Gracias por darme el don de ser sonidero./ Gracias también porque con esta profesión he aprendido a amar a todo el mundo./ Gracias porque para nosotros los sonideros no existen razas ni fronteras (…)”
¡Ya llegó la Tira!
Los espacios para las mujeres son reducidos en este ambiente , los eventos más pequeños y menos multitudinarios. En contraposición se puede observar cada vez más aceptación, inclusive, muchos sonideros han ofrecido su cobijo a las nuevas féminas.
A la par, el artista plástico Benito Salazar con su libro Apariciones Marianas y La cineasta Joyce García con su documental Yo no soy Guapo , han prestado su arte para ayudar en la difusión de compañeras como: Ivonne Samano de sonido Batichica, Erika Yesenia de Sonido la Chikis Salsera, Jaqueline de Sonido la dama, Marisol Nava de Sonido sol salcita y Sonido Sharon, la más joven de todas con 18 años de edad.
Actualmente les queda seguir en pie para que sus logros se vuelquen a la victoria; les queda continuar en la manifestación constante, “a veces ignorando los saludos, para mejor pronunciarnos solidarias con las que sufrieron abuso sexual, acoso, con las familias que perdieron a una musa en manos de la violencia feminicida, de un agresor que sigue libre”, manifiesta la promotora sonidera.
Cifras oficiales detallan que de enero a diciembre de 2017, se registraron 671 casos de feminicidios . Por otro lado, en los lapsos de 2012 a 2015, al menos 7 mil 649 mujeres fueron asesinadas, violadas, asfixiadas y golpeadas hasta morir sin ser reconocidas como víctimas de feminicidio. Marisol sostiene que ella presta su voz en nombre de todas las hermanas que fueron silenciadas.
La segunda batalla que deben librar afecta a todo el gremio, pues las autoridades y sociedad en general han satanizado a los bailes. Jesús Cruzvillegas alerta: “Se ha reconocido el valor cultural y tradicional de los sonideros, como parte importante de las identidades barriales en diferentes puntos de la ciudad de México; pero, está tradición se encuentra en peligro, debido a la privatización del espacio público”.
Los tepiteños han sacado sus estéreos a los patios cuando los granaderos cancelan una tocada. El grito de guerra es fácil de reconocer: “¡Aguas, ya vienen la Tira!”. Frente a las macanas incrédulas de los “puercos”, los vecinos han disfrutado de sus rolas matanceras, para demostrarles a las autoridades que nadie puede callar ese ritmo que se apodera de sus almas. “Cuando llegan los policías yo les he dicho: ´no se vayan, quédense a velar´. Antes, en 1970 las autoridades cuidaban el baile, ahora nos dejan morir solos”, recrimina Lupita.
“A los políticos no les gustan los sonideros, siempre y cuando no estén en elección, en esos momentos a los que más recurren para ambientación es a ellos”, ironiza Tonatiuh, aunque acepta que esto último es una culpa compartida. Pasa que la autoridad se cierra a estudiar la situación y los sonidos “compiten tanto, que esto repercute mucho en la unión”.
Su fuerza de trabajo se ha desvanecido en la hoguera de la discriminación. La mayoría de personas los rechazan por considerarlos “ nacos ” o “ gente jodida ”. En 2014, cuando El Vive Latino aceptó las presentaciones de sonideros dentro del festival, muchos jóvenes reaccionaron de manera ofensiva: “Ni siquiera juzgaban por la música, para ellos el problema venía de la pobreza, del color de piel. Imagínate, quien iba a pensar que un Punk se burlaría de la situación económica de otro; que un rockero haría de menos a alguien por su raza, cuando se supone que son grupos combativos”, lamenta el fotógrafo Tonatiuh Cabello.
Las sonideras no abandonan la esperanza, para ellas es la música un desfogue total. Su pelea se multiplica para volverse cada vez más grande, pero no se dejan intimidar. Marisol Mendoza sostiene: “Hay que recordar que para ser un chingón, hay que pasar por muchas chingaderas”.
El movimiento debe persistir porque la música y la vida están aquí y ahora. Porque los barrios sobreviven, se contorsionan y saborean. Porque los sonideros vibran con su fantasía popular. Porque existen mujeres sonideras brincando en una vecindad, bailoteando con un vallenato; las observas detrás de una cabina, poniendo flores en su altar, animando al público a dar sus mejores volteretas. Las podemos sentir, oler y escuchar cuando gritan de rabia, cantan de alegría o gimen por una cumbia sabrosa: ¡Riiiiicooo sabor cumbiambero!
FUENTES:
Benito Salazar, Tonatiuh Cabello, Guadalupe Tlacomulco, Marisol Mendoza, Abigail Sánchez Puebla, Beatriz Vargas de la Rosa. Pasos Sonideros de Jesús Cruz Villegas. Sonideros en las aceras, véngase la gozadera de Proyecto Sonidero. Los Rituales del Caos de Carlos Monsiváis. Reportaje: Las muertas que no se ven, el limbo de los feminicidios.