Texto: Nayeli Reyes
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Azúcar, huevo, leche, mantequilla, vainilla, harina, compañeras, feminismo, reflexión, charla, abrazos y dos psicólogas. Estos son algunos ingredientes para elaborar un panqué en Las Panas. No es cualquier masa, lleva un relleno sorpresa: la lucha contra la violencia de género.
“Las penas con pan son menos” es un dicho que se toma en serio en este taller. Aquí las mujeres aprenden a elaborar conchas, chapatas, roles de canela, pizza y cerca de 20 recetas distintas, mientras son guiadas por las psicólogas Rosalía Trujano y Alicia Salgado para adquirir herramientas de sororidad (solidaridad femenina), empoderamiento económico y auto-reconstrucción.
Las Panas es un proyecto social que comenzó a hornearse hace tres años, cuando Rosalía Trujano se reunió con amigas para hacer pan en su tiempo libre. Ahí, en la cocina, ella se dio cuenta de las posibilidades en torno a esta actividad: “podíamos crear lazos mucho más entrañables. Nos pasábamos tips, pero también nos contábamos tristezas, alegrías…”
Foto: Nayeli Reyes
La idea ha ido creciendo. Ahora hay dos tipos de talleres: gratuito y cobrado. El primero está dirigido a mujeres con pocos recursos económicos, la convocatoria se hace “de boca en boca” en una zona determinada para formar redes de apoyo en ese sitio. El segundo está abierto a mujeres de todos los sectores y sostiene la iniciativa.
“Hacer pan es un pretexto para reflexionar sobre temas como nuestra posición como mujeres en nuestra comunidad, el rol que nos asignan, cómo vivimos las violencias y reconocernos como compañeras”, cuenta Xóchitl Quezada, una de las primeras generaciones y actual voluntaria de en Las Panas.
Alicia Salgado se asoció con Rosalía hace cerca de un año. A su parecer son muchos los obstáculos para este tipo de proyectos, la falta de apoyo es una constante; sin embargo, uno de los principales problemas es el machismo: algunas de las participantes dependen de una figura machista, a veces ellos les impiden asistir.
Foto: Cortesía Las Panas
Las Panas es un espacio seguro en un país donde el 66.1% de las mujeres de 15 años y más han sufrido al menos un incidente de violencia emocional, económica, física, sexual o discriminación a lo largo de su vida, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016.
“Es algo que siempre tratamos de rescatar: un espacio sólo para mujeres porque justo se necesita”, dice Alicia. “Compartimos otros saberes: hablar de la violencia, de lo que vivimos y empezar a crear herramientas como grupo para poder seguir viviendo en esos contextos”, cuenta Rosalía.
Reconciliarse con la cocina
Es un viernes por la mañana y las panaderas aprendices llegan corriendo a la colonia Santa María la Ribera. Se saludan, se ponen sus mandiles, se sirven un cafecito, leen la receta del día, platican sobre su ánimo, Gabriela comenta una buena noticia: ¡ya vendió su primer pedido! Diez chapatas hechas con mucho desvelo.
La profesora voluntaria les cuenta su secreto para obtener un panqué esponjoso. Ellas miden los ingredientes. Una pizca aquí, otra por allá. Suenan carcajadas. Algunas permanecen en silencio, ciernen la harina con la mirada fija en ese desierto blanco, quizá imaginando que por ahí se cuelan las tristezas.
Batir, amasar, esperar…Mientras el horno se precalienta Alicia les pide a todas que piensen en lo que se nos prohíbe hacer por ser mujeres. Las restricciones toman forma en pedazos de papel y las pegan alrededor de una silueta dibujada en la pared.
“No disfrutar del sexo”, “no ser soltera con más de 30 años”, “no usar escote”, “no puedes ser más brillante que tu pareja”, “no dejes a tus hijos para divertirte”, “no salir de noche”, no, no, no, ¡no!…El tema del día es violencia.
Foto: Nayeli Reyes
Para Carla estar en grupos por y para mujeres es sanador: “me gusta elaborar el pan, pero también las redes que se han tejido entre compañeras…nos juntamos, hacemos pan, platicamos, amasamos, es como una terapia”.
Carla no siempre se sintió tan cómoda como ahora en la cocina. Cuando era niña solía esconderse debajo de la mesa para evitar preparar la comida para todos en la casa con su abuela, “yo lo veía como un tormento…era muy elaborado, cansado”.
Para Judith cocinar también era una imposición, por ello lo evitó lo más que pudo en su hogar. Después de más de un año en Las Panas ella reconoce situaciones particulares de violencia, “me ha permitido ir liberando algunas cosas que presionaban…me hacen sentir mejor”.
Algunos significados han cambiado para Judith: “Me estoy reconciliando con la cocina a través del pan y eso se siente muy bien…sigo sin cocinar, pero sí hago pan”, apunta sin prisas, como su panqué que se infla en el horno.
Foto: Cortesía Las Panas
¿Por qué justamente pan? “La primera idea es resignificar y recuperar los espacios que antiguamente teníamos para las mujeres, los espacios que se nos otorgaban: la cocina, la estancia para coser, etcétera. Ahí se compartían secretos. Las madres y las abuelas les compartían todos sus saberes a las mujeres más jóvenes”, explica Rosalía.
Además, se promueve el emprendimiento, ellas adquieren algunas habilidades para hacerlo. En una de las sesiones una contadora brinda asesoría para sacar los precios y todo necesario para vender pan. Incluso se ofrecen las instalaciones para producir, sólo deben cooperar con gastos como el gas. El taller es un primer acercamiento al empoderamiento de las mujeres.
Eres lo que horneas
Huele a pan. En los moldes ya se asoman los panqués recién nacidos. Algunos apachurrados, otros inflados, rebosantes, tostados o ligeramente chapeados por el bochorno del horno.
Sobre la mesa cada una de las panaderas comparte un pedazo de sí mismas. Cada pan es diferente. Alicia cuenta que eso siempre sucede aunque los ingredientes y procesos son exactamente los mismos.
“Que cada pan sea reflejo de cómo nos sentimos”, expresa Alicia, “en su pan dicen todo, su pan va a hablar por ustedes, es su reflejo. Si no les queda bien es porque algo traían, no lograron dejarlo fuera y ahí está, le pasaron la energía al pan”.
Foto: Nayeli Reyes
A los talleres de Las Panas han acudido cerca de 90 mujeres. Antes de mudarse a la sede actual los cursos se impartían en Fray Servando Teresa de Mier, por el barrio La Merced, pero la pequeña cocina se volvió insuficiente debido a la cantidad de asistentes.
Ellas planean ser una panadería social. “Queremos tener un espacio donde podamos emplear por cierto tiempo a las mujeres, que se preparen, que se capaciten con nosotras, no sólo en técnica de pan, sino justo en todas las herramientas, que puedan trabajar en la panadería, fortalecerse en todos los sentidos y ellas hacer su emprendimiento si quieren la panadería o lo que quieran, pero que tengan un espacio seguro”, detalla Rosalía.
Foto: Nayeli Reyes
¿Cómo es que las mujeres habitamos un entorno tan hostil? No logramos salir intactas. Según ENDIREH 2016, en México el 46% de las mujeres que han enfrentado violencia en pareja (uno de los múltiples ámbitos) reportaron consecuencias psico-emocionales: problemas de alimentación, nerviosos, angustia o miedo, insomnio y especialmente tristeza, aflicción o depresión.
“Este camino apenas empieza. Después de llegar a reflexiones entre nosotras y ver el cambio de paradigma en toda la sociedad por razones horribles como la violencia de género, no creo que ninguna de las mujeres que ha llevado este proceso —no precisamente con Las Panas, sino con otras mujeres en estos espacios de resistencia— vuelvan a ser las mismas”, dice Rosalía.
“Panas” no es sólo un juego de palabras, en el sur así se nombra una relación muy cercana, entrañable. Foto: Nayeli Reyes
Las socias del proyecto también han cambiado. Rosalía se acercó al feminismo a raíz de estos círculos de mujeres, “a mí me costó muchísimo nombrarme como feminista porque creo que es realmente más que una palabra, es un estatus mental, político, social, algo que implica una deconstrucción a cada rato”.
“No soy la misma”, reflexiona Alicia, “hay todo un camino de aprendizaje en cada sesión… no sólo es para ellas, también va de regreso, somos como espejo, va y viene, he crecido mucho como persona, como mujer muchísimo más”.
La cocina se queda vacía. Sólo permanece el aroma de un panqué capaz de recordarnos que no estamos solas, un bizcocho que puede comerse las tristezas.
Un viernes al mes en Las Panas se organiza una venta de pizzas solidaria. Los fondos recaudados son para sostener la capacitación gratuita de mujeres de pocos recursos. Foto: Cortesía Las Panas