El día 28 del mes Iyar del calendario judío, que este año corresponde al 21 de mayo, es el día en que hace 53 años Israel reunificó Jerusalén y estableció su control sobre la Ciudad Vieja, al finalizar la Guerra de los Seis días. El Día de Jerusalén fue declarado una festividad nacional y oficialmente se conmemora con ceremonias del recuerdo.

Para mí, Jerusalén es mucho más que esto.

Como un joven judío tradicionalista, Jerusalén siempre estuvo presente en mi vida. En el libro de rezos y durante las festividades judías cuando se recitan los pasajes sagrados, se acostumbra voltear hacia Jerusalén, recordando el Templo destruido y sus remanentes. Al finalizar el Día del Perdón, cuando al unísono se entona “el próximo año en Jerusalén”, desde las sinagogas al cielo. Al terminar el Seder de Pesaj —la cena ritual que marca el inicio de la Pascua judía— cuando millones de judíos alrededor del mundo finalizan la lectura de la historia del Éxodo con las mismas palabras y melodía “el próximo año en Jerusalén”. Durante la ceremonia religiosa de mi boda, cuando recité los versículos del Libro de Salmos: “Si me olvidare de ti Jerusalén, que mi diestra se paralice, mi lengua se pegue a mi paladar si no me acordare de ti, si no prefiero a Jerusalén por encima de mi gran regocijo”.

Durante mis estudios en la Facultad de Leyes de la Universidad Hebrea de Jerusalén, descubrí el verdadero encanto de esta ciudad. Sus barrios y colonias son testigos de las olas de inmigrantes judíos que llegaron a la ciudad (Nahalat Tzvi y Shaarei Pina, colonias fundadas por los judíos yemenitas que llegaron al final del Siglo XIX, el Barrio de Bukhari establecido en 1894 por judíos de Asia Central, entre otros) y la diversidad cultural de la vida judía en Jerusalén. Paseando por sus calles los viernes, ilustra su carácter interreligioso: campanas de Iglesias sonando, el muezzin llamando a la oración, los habitantes judíos yendo a los servicios de shabat en las sinagogas. Al atardecer, las palabras inmortales de la canción “Jerusalén de Oro” (por una de las compositoras más aclamadas de Israel, Naomi Shemer) revela su esplendor: “El shofar (antiguo cuerno usado para propósitos religiosos) llama a acudir al Monte del Templo en la Ciudad Vieja. Y de las cuevas en las rocas, miles de soles brillan de nuevo”.

En el otoño de 1988 inicié mi carrera diplomática y cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores se mudó a su localización actual —El Barrio Gubernamental— diariamente observaba la Suprema Corte, La Knesset (el Parlamento israelí), la Oficina del primer ministro y el Banco Central, en camino al trabajo.

En 1996, de regreso de mi primer nombramiento en el exterior, participé en las festividades oficiales que marcaron los 3 mil años de Jerusalén como capital del Reino del Rey David. Como Director de Asuntos Religiosos del Ministerio de Relaciones Exteriores tuve muchas oportunidades de intercambios con jefes de diversas denominaciones cristianas, de aprender acerca de sus desafíos y escuchar sus preocupaciones. Me sentí orgulloso de nuestro compromiso de garantizar el acceso a los lugares santos y asegurar la libertad de culto de todas las religiones, al mismo tiempo que reconocíamos las sensibilidades que se derivan de la coexistencia (como el frágil status quo de la Iglesia de la Natividad).

Años después estuve a cargo de la relación del Ministerio con la UNESCO y esto descubrió para mí una nueva faceta de la ciudad: la multidimensional arqueología e historia de Jerusalén (de los periodos Neo-Asirio, Egipcio, Neo-Babilonio, Persa, Griego, Romano a las Cruzadas, Árabe, Mameluco, Otomano, Británico). La Conservación y restauración de sitios arqueológicos sensibles más de una vez provocaría controversias tanto interna como internacionalmente.

Hay un dicho sobre Israel: “Demasiada historia y muy poca geografía”; ciertamente aplica a la milenaria Ciudad Vieja de Jerusalén que tiene tan solo un kilómetro cuadrado de superficie. Esta ciudad tan reverenciada a través de los siglos aún excita la fantasía de muchos, que en casos extremos hasta son diagnosticados con el Síndrome de Jerusalén.

La primera referencia a la Ciudad Vieja de Jerusalén aparece en el 2000 A.C. en los escritos de la Cueva Egipcia (Ashamam/Rushalimam) y en las cartas El Armana del Siglo XIV A.C. enviadas por los Canaanitas a Egipto (Ursalim). En las raíces de estos viejos nombres se puede descifrar las palabras del hebreo moderno Salam/Shalom que significa Paz y Shalem que significa Completo. Es imperativo encontrar la manera de salvaguardar este “Completo” de la Ciudad y evitar las separaciones y barreras políticas internas para asegurar la Paz y la Justicia para todos los creyentes de Jerusalén.

Embajador de Israel en México

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