Al cuerpo lo hienden las emociones que le afectan en el mundo. El mundo está habitado y definido por corporalidades: cuerpos que sienten y son sentidos en maneras muy diversas. Estas profundas afectaciones son una intensificación del cuerpo. El cuerpo y los afectos se entrecruzan y se corresponden para dar paso a la reescritura del mundo. La política, atravesada por las emociones, es una respuesta a ello. Los movimientos sociales y los quiebres en la historia, así como la reivindicación de otras categorías desde lo político, se manifiestan en las reescrituras, esos palimpsestos y marginalias revolucionarios: las apropiaciones sobre las corporalidades para hacer esta otra historia otra.
El pasado viernes 23 de agosto de 2024, dentro de la Cámara de Diputados, la Comisión de Puntos Constitucionales aprobó en lo general el dictamen de la reforma que plantea la desaparición de órganos autónomos como el Cofece, IFT, INAI y el Coneval. Estos últimos han servido para poder hacer incidencia basada en evidencia y desarrollar políticas de atención hacia temas tan urgentes como la pobreza extrema, por ejemplo. La desaparición de estos organismos representa un peligro para una parte importantísima dentro de la definición de la democracia: la rendición de cuentas. En la defensa a estos organismos resalta una frase: lo que no se mide no se puede mejorar. Y del otro lado, resurgió ese mantra que repite la “oposición” a borbotones: disfruten lo votado.
Sobre la frase “disfruten lo votado” se sostiene un ánimo antidemocrático. El voto no es un cheque en blanco que otorga poder absoluto e irrestricta fidelidad. Al contrario, es vital implementar y fortalecer mecanismos de rendición de cuentas y transparencia que aseguren que el Estado actúa en beneficio de la población y no de intereses particulares. La democracia requiere una vigilancia constante y un compromiso activo por parte de las personas ciudadanas. La democracia, en su esencia, es mucho más que votar; es un proceso continuo de construcción colectiva. En ese proceso de construcción colectiva se enraízan emociones que movilizan la política. Salir a las calles para manifestarnos es, también, un fortalecimiento de la democracia. No se termina en las urnas.
Es curioso ese desfile de afectaciones y emociones que surgen a partir de momentos como este. Una necesidad de colocarse en un lugar definitivo para no moverse nunca de ahí: estás con ellos o estás con nosotros. Una imperiosa obligación de la dicotomía blanco y negro. “Hazte responsable de tu voto”, dicen algunos comentarios en redes sociales. Pareciera que está prohibido tener criterio. El criterio se entiende, más bien, como la negación de los matices desde afuera que coloca a las personas en la tibieza.
Y aquí es donde, me parece, se hace presente aquello que no ha entendido la “oposición”: las emociones de las personas. Históricamente, la creación de la alteridad social confiere extrañeza o marginalidad. La subordinación a partir de los afectos confiere muchas veces el ambiente idóneo para la creación de verticalidad y poder. Tengo la intuición de que quienes enuncian el mantra “disfruten lo votado” son las mismas personas que difundían en redes sociales imágenes en las que decían que iban a dejar de darle propina al mesero después de ver los resultados de las últimas elecciones. En esa intuición, reafirmo: la “oposición” no supo construir una oposición digna y congruente. Háganse ustedes responsables.
Sí estamos resentidos por la desigualdad, por el debilitamiento de la democracia, por la desesperanza hacia el futuro. Respondemos con resentimiento y con dolor. Sentir dolor es una forma de activar la memoria y traerla al ámbito de la acción política. La herida como una forma de hacer política, como una ranura en el presente. Desde aquí, es necesario situarnos.