Se habla mucho de salir de nuestra zona de confort, pero hace unas semanas una gran amiga me hacía un comentario que considero bastante atinado: “¿Y si en vez de pretender salir, la hacemos más grande?”. Algunas veces tendremos que salir, otras, tal vez si pudiéramos hacer crecer nuestras zonas de confort y así en plural, porque no solo tenemos una, hay varias en las que vivimos. A los seres humanos nos resulta reconfortante desenvolvernos en ambientes donde conocemos lo que sucede, aunque en ocasiones no sea tan bueno para nosotros, pero al final de cuentas es lo que conocemos y eso nos basta, para quedarnos ahí.
Según la ciencia, el miedo es la emoción principal del ser humano, y lo desconocido es el temor fundamental. Este temor a lo desconocido ha sido una herramienta evolutiva que nos ha ayudado a la supervivencia, en la actualidad estamos menos expuestos a las intemperies de la naturaleza, tal parece que tenemos que cuidarnos de las intemperies emocionales, de las relaciones humanas, de esas interpretaciones reales o no, que tenemos de nuestro entorno y de quienes nos rodean.
Existe un común denominador de las relaciones sentimentales actuales, debido a que se viven como un capitalismo emocional donde las personas son fácilmente sustituidas por otras y esos lazos sencillamente se van haciendo perecederos. Al parecer, así como en el ámbito tecnológico, se tiene arraigado ese término de “obsolescencia programada”, lo mismo sucede en las relaciones, pareciera que ya todo tiene fecha de caducidad.
Aquí es donde tendríamos que pensar si nos atrevemos a tener relaciones más profundas y duraderas o preferimos lo opuesto, por supuesto que puede ser algo que no conozcamos y es claro que al no conocerlo tengamos esa sensación de temor a experimentar algo diferente. También es normal sentir ese cierto miedo, y nos invadan muchas preguntas al estar frente a personas que de alguna manera superan las barreras que nosotros mismos hemos creado y otras que a lo mejor imitamos solo para salvaguardarnos emocionalmente y no salir lastimados.
Las personas no estamos exentas a equivocarnos, se gana o se aprende, pero jamás se pierde, y a lo mejor esta reflexión que les comparto podría salir contraproducente y hay quien salga con heridas. Dicen que el dolor es parte de la vida, así que no pasa nada, al contrario, obtenemos experiencia, pero sobre todo es una prueba irrefutable de que estamos vivos y sentimos, tampoco es que para comprobarlo sea necesario sentir el dolor y sufrir, por supuesto que no es el punto, y siempre me he manifestado a favor del equilibrio.
Espero y no caigamos en la neofobia, que es el miedo incontrolable a las nuevas experiencias, en cualquier ámbito, y que nuestro temor no sea más grande que nuestro deseo de sentir, de experimentar, ¡de vivir!, podemos sorprendernos, pero solo si nos dejamos sorprender, ¡atrévete a sentir!
Soy de los que piensa que los “hubiera” sí existen, pero, solo para atormentarnos. Cuando estoy frente a una decisión de cualquier índole, y hay dos o más posibilidades, trato de proyectarme a futuro y analizar con mucho cuidado cuál es el “hubiera” que me va a pesar más en un futuro, cuál es ese “hubiera” que me dolerá más y en función de eso poder tomar la mejor decisión. Reconozco que pensar también puede ser una manera de detenernos, tanto análisis suele generar parálisis, a veces solo tenemos que sentir y hacerle caso a nuestro corazón.
¿Estás con la disposición de salir o de hacer crecer tu zona de confort? ¿Te atreves? O ¿prefieres seguir dónde estás? Es de valientes expandirte en emociones y sentimientos y buscar relaciones reales y profundas, tal vez te llegue a gustar. En un mundo donde prevalece la forma, ser esencia, es una completa rebeldía.
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