Todos en algún momento de nuestra vida tenemos etapas de mucha tensión, emocional, mental, hasta sentimental; provocado por saturación laboral o escolar, según sea el caso o incluso los dos. También el estrés pudiera ser incitado por problemas familiares, con nuestra pareja o simplemente porque las cosas, muchas veces, no salen como nosotros deseamos. Son precisamente esas circunstancias las que nos hacen proyectarnos hacia fuera y hacen que salgan de nosotros esa parte que no quisiéramos que saliera o por lo menos no de una manera que no podemos controlar.

Como personas somos propensos a transitar por momentos complicados en la vida, de los cuales, la gran mayoría no estamos preparados para ellos y realmente no podemos estar preparados en todos los infinitos escenarios por lo que pudiéramos vivir. En lo que si debemos ser prevenidos es en nuestra salud emocional y mental, para poder ser resilientes ante las tempestades de la vida, pero también saber reaccionar adecuadamente y no lastimar a las personas que amamos y están a nuestro alrededor, muchas veces no es quien no la hizo sino quien no la paga y eso tampoco se vale.

Por ejemplo, cuando nos encontramos en un estado de enojo, muchos tendemos a elevar nuestro tono de voz. Conozco un cuento que en lo esencial nos dice: cuando dos personas se aman, se hablan muy suave y con un tono de voz bajo, porque no necesitan hablar fuerte o con un volumen elevado debido a que sus corazones están demasiado cerca como para no escucharse o sentirse. En cambio, cuando hay un enojo de por medio entre dos o más personas, lo que hacen es distanciarse sus corazones, debido a esto, las personas cuando peleamos elevamos la voz, porque por más que griten esos corazones ya no pueden escucharse. Tenemos que aprender que por más enojados que estemos, debemos controlar nuestras reacciones para no lastimar a los que están a nuestro alrededor, no digo que no debamos enojarnos, al final de cuentas son emociones que son parte de nosotros como seres humanos, pero debemos tener control y canalizar esas emociones. La invitación es siempre a accionar y no tan solo reaccionar.

Una canalización adecuada de nuestras emociones, ya sean placenteras y las no tan satisfactorias, nos hará no equivocarnos, o por lo menos hacerlo cada vez menos. Es como cuando reaccionamos de manera desproporcionada por algo aparentemente insignificante, no es por eso por lo que explotamos, sino por algo que ya traíamos con nosotros y permitimos que se nos acumulara esa emoción, y ahora salió con algo aparentemente sin importancia. Cuando esto nos sucede es necesario hacer una pausa y buscar la raíz de nuestra inconformidad, al final tenemos que ver nuestras emociones como un termómetro que mide la temperatura de lo que tolero y de lo que no, de lo que me agrada y de lo que debo evitar en mi vida.

¿Recuerdas cuando fue el encierro obligado por la pandemia? Muchas relaciones se fracturaron de una manera definitiva, en otras brotaron algunas fisuras que no se notaban antes, así como también hubo relaciones que mejoraron mucho. Todo esto, no fue por el encierro en sí, fue por los sentimientos y emociones que ya estaban ahí, pero que no se notaban o no se quisieron ver en su momento por el ritmo de la vida. Esto es otro ejemplo de cómo debemos de ir cultivando nuestras emociones, jamás evitarlas y mucho menos acumularlas.

Los metales más valiosos son forjados en el fuego, y es ahí en el fuego de las experiencias donde se forja nuestro carácter, el cual nos hace tener una buena salud emocional y mental. No se trata controlar o reprimir nuestras emociones, sino que estas fluya de manera adecuada; reconociendo y aceptando lo que nos quieren comunicar, estar atentos al mensaje que nos brindan, porque una vez que tenemos ese autoconocimiento lograremos entender el porqué de nuestro comportamiento hacia los demás o ante las circunstancias que vivimos.

¿A qué le dejas el control?

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