En la vastedad del universo de nuestras emociones, hay heridas que llevamos ocultas, como cicatrices invisibles que laten en lo más profundo de nuestro ser. Son esas heridas que no se ven a simple vista, pero que se sienten con la intensidad de mil tormentas. Nos acompañan en nuestro viaje por la vida, moldeando nuestras percepciones, nuestras decisiones y nuestras relaciones.
Son las heridas de la traición, el abandono, el rechazo. Esas heridas que, aunque no dejan marcas físicas, dejan un eco doloroso en nuestro corazón. Son las heridas que nos hacen sentir rotos, incompletos, como si lleváramos un peso inmenso sobre nuestros hombros.
Pero aquí está la paradoja de nuestras heridas emocionales: aunque nos duelen, aunque nos hacen llorar en la oscuridad de la noche, también nos ofrecen una oportunidad invaluable para crecer, para sanar, para transformarnos en seres más fuertes y compasivos. Nuestras heridas emocionales no nos definen, sino que nos moldean, nos hacen más fuertes, más resistentes, más compasivos. Nos enseñan lecciones dolorosas, pero necesarias
Imagina por un momento que nuestras heridas emocionales son como fracturas en un vaso de cristal. Al principio, nos hacen temer que el vaso se rompa por completo, que ya no pueda contener nada más que pedazos rotos. Pero si miramos más de cerca, descubrimos que es en esas grietas donde la luz se filtra, creando un patrón único de belleza.
Así es como podemos ver nuestras propias heridas: como grietas que permiten que la luz entre en nuestras vidas. Porque es en la oscuridad de nuestras heridas donde encontramos la oportunidad de sanar, de reconstruirnos, de aprender a amar más profundamente, empezando por amarnos a nosotros mismos.
Sanar, no es un camino fácil. Es necesario tener valentía para enfrentar el dolor, y para observar a nuestras heridas sin temor. La paciencia nos ayuda a sentir todas las emociones que surgen, incluso las más dolorosas. Se requiere compasión para perdonarnos a nosotros mismos y a aquellos que nos lastimaron, no porque lo merecen, sino porque deseamos liberarnos del peso del resentimiento.
Pero sobre todo, sanar nuestras heridas emocionales requiere amor. Amor hacia nosotros mismos, amor hacia los demás, amor hacia la vida misma. Porque es el amor el que nos sostiene en los momentos más oscuros, el que nos recuerda que somos dignos de felicidad, de paz, de plenitud.
De esta forma, a medida que progresamos; paso a paso, día a día, nos vamos recuperando de nuestras heridas. A veces avanzamos con determinación, con la fuerza de un guerrero en batalla. Otras veces, avanzamos con cautela, con la delicadeza de un niño aprendiendo a caminar. Pero siempre avanzamos, con la certeza de que cada paso nos acerca un poco más a la sanación, a la libertad, a la alegría verdadera.
Entonces, si alguna vez sientes que las heridas emocionales te abruman, recuerda esto: eres más fuerte de lo que crees, más valiente de lo que imaginas, con más amor de lo que puedas entender. Y en el fondo de tu corazón, hay una luz que nunca se apaga, una luz que te guiará hacia la sanación, hacia la plenitud, hacia el amor incondicional.
Así que sigue adelante, mi querida lectora, mi apreciado lector. Sigue adelante con la certeza de que tus heridas no te definen, pero tu capacidad para sanarlas sí lo hace. Y cuando llegue el día en que mires atrás y veas todo el camino recorrido, sabrás que cada lágrima, cada dolor, cada paso; costó, pero sirvió. Porque te condujo a ti, a tu verdadero ser, a tu auténtica capacidad de amar y ser una persona amada.
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