El 25 de junio de 1993, en Viena, Austria, culminó la reunión internacional que marcó un antes y un después en la historia de los derechos humanos: La Conferencia de Viena. En ella, además de reafirmar los principios fundamentales establecidos por la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, colocó en el centro de la agenda mundial la cuestión de los derechos humanos de las mujeres y niñas, al reconocer que son parte inalienable, integrante e indivisible de los derechos humanos universales.

El principal resultado de la conferencia fue la Declaración y Programa de Acción de Viena, un documento que proporcionó un marco para reforzar la protección de los derechos humanos a nivel global. Uno de sus logros más destacados fue el énfasis en la igualdad de género y los derechos de las mujeres.

Antes de Viena, los derechos humanos de las mujeres eran frecuentemente relegados al ámbito privado y, por ende, excluidos de la agenda pública y de derechos humanos. Esta separación entre la esfera pública y privada traía consigo que muchas formas de violencia y discriminación contra las mujeres, como la violencia doméstica, no eran consideradas violaciones a derechos humanos. Sin embargo, la conferencia fue un punto de inflexión; por primera vez, al reconocer que los derechos de las mujeres son derechos humanos, rompe con la idea de que las violaciones de estos derechos podían ser justificadas por costumbres o tradiciones culturales.

La Declaración y Programa de Acción de Viena expresa su profunda preocupación por las diversas formas de violencia y discriminación a las que las mujeres continúan enfrentándose en todo el mundo y la importancia de la labor destinada a eliminarla en la vida pública y privada, así como todas las formas de acoso sexual, explotación y trata de mujeres, discriminación y violencia que tienen su fuente en prácticas tradicionales o costumbres y prejuicios culturales.

Uno de los hitos específicos de la conferencia fue el respaldo a la creación de la figura de Relator Especial sobre la violencia contra la mujer, que se estableció al siguiente año. Este mecanismo ha sido crucial para visibilizar y combatir la violencia de género a nivel mundial. Asimismo, la conferencia instó a los Estados a ratificar la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) y a adoptar medidas para integrar la perspectiva de género en todas las actividades del sistema de las Naciones Unidas.

La conferencia también destacó la importancia de la participación plena y equitativa de las mujeres en todos los ámbitos de la vida política, civil, económica, social y cultural. Subrayó que el desarrollo sostenible y equitativo solo puede lograrse con la integración activa de las mujeres como agentes y beneficiarias.

A 31 años de Viena, es crucial reconocer los avances logrados y los desafíos persistentes. Aunque se han implementado muchas de las recomendaciones de la conferencia, la violencia y la discriminación contra las mujeres siguen siendo problemas endémicos en muchas partes del mundo y —en especial— en nuestro México. A tres décadas de la radiografía que Viena nos presenta sobre la condición de la mujer, podemos afirmar que es una imagen actual, por tanto, es nuestro deber continuar combatiendo la desigualdad, raíz de la violencia y discriminación que continúa lacerando a mujeres y niñas.

El legado de la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de 1993 es un recordatorio poderoso que la lucha por los derechos humanos es continua y que la igualdad de género es fundamental para lograr la justicia y el progreso de nuestra Nación.

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