Los recientes cambios en la dirigencia cubana pasaron desapercibidos, pues la entrañable Cuba ya es irrelevante en el siglo XXI, y sus cambios nada cambian.
A sus escasos 89 años, Raúl Castro heredó el cargo de Primer Secretario del Partido Comunista al presidente Miguel Díaz-Canel, pero como no fue un cambio generacional voluntario, sino obligado porque los revolucionarios históricos ya murieron o están por hacerlo, se eclipsan los Castro pero no el castrismo. El saldo de la utopía tropical transformada en una dictadura totalitaria de más de medio siglo, es patético: un pueblo empobrecido que padece penurias, represión, aislamiento, atraso tecnológico y científico, etc.
La Guerra Fría concluyó hace más de 30 años, pero la anacrónica Cuba permanece como un subdesarrollado país tercermundista de aquella época. Cuba, al igual que Corea del Norte, son reliquias del pasado que subsisten porque se benefician de la tiranía sus líderes déspotas, la servil burocracia, partido comunista y ejército. Bajo su brutal opresión se ha amansado a generaciones enteras, incapacitándolas para liberarse.
Otro ejemplo de fallida utopía fue la del sanguinario Pol Pot y sus Kmer Rouges (1968-1999), que pretendieron convertir Camboya en una idílica república agraria de campesinos comunistas, que implicó aniquilar todo lo citadino, moderno, capitalista y a un cuarto de la población.
Esos autócratas fueron herederos de Hitler, Mussolini y Stalin, quienes enseñaron, a derechas e izquierdas, los métodos fascistas para alcanzar el poder. Todos son carismáticos, teatrales, narcisistas, mesiánicos y populistas, que se creen destinados a cambiar el rumbo de sus países. Con su limitado intelecto y equilibrio mental, conciben irracionales utopías personales, secundadas por serviles que saben cómo alabar los enfermizos egos de sus respectivos führer. Son astutos agitadores que oportunistamente manipulan los malestares de la población.
Como señala Françoise Furet en su gran libro, “El Pasado de una Ilusión”, la gran expectativa de que el comunismo en la URSS y en Europa del Este, fuera una nueva forma de democracia acabó siendo una de las tiranías más despiadadas de la historia.
No obstante el fracaso de esos experimentos causantes de pavorosas tragedias, las desigualdades socioeconómicas en América Latina propician el surgimiento de caudillos que ofrecen seductoras fantasías. El militar golpista Hugo Chávez inventó el socialismo bolivariano del siglo XXI, que tras 15 años de dictadura traspasó al exchofer de autobuses y sindicalista del Metro, Nicolás Maduro.
Esta otra utopía tropical tiene el gran mérito de convertir un país rico en pobre, ineficiente y represivo. El 90% de los venezolanos vive en pobreza; padecen hambre, desnutrición, desabasto generalizado y una inflación de 5,500% El salario mínimo es de un dólar, que equivale a 3,060 bolívares; ya es el país más pobre y corrupto de AL, y uno de los 5 más corruptos del mundo. La ONU y la OEA reportan más de 18 mil ejecuciones extrajudiciales, sistemática violación de derechos humanos, crímenes de lesa humanidad y un feminicidio cada 38 horas. Prevalece la criminalidad, pues la policía, fuerzas armadas y Guardia Nacional participan en el contrabando y el narcotráfico a través del cártel castrense de “Los Soles”; en 2020 EU acusó a Maduro de narcoterrorista y ofrece 15 millones de dólares por su captura. Más de 6 millones —casi 20% de una población de 29 millones— han abandonado el país. Esa es la “chulada” creada por el socialismo bolivariano que, al igual que Hitler, ofreció a confiados votantes una dictadura disfrazada de ilusas utopías.
Internacionalista, embajador de carrera y académico