La reunión entre los presidentes de México y EU fue atípica y bizarra porque ellos también son atípicos y bizarros. En efecto, en los últimos tres años y medio se rompió la regla de las entrevistas anuales por el embate de Trump, que tensionó las relaciones como no se veía desde la época de De la Madrid y Reagan. Abandonando su ostracismo internacional, el mandatario mexicano, al que no interesa la política exterior, no tiene una y en año y medio ni a la frontera se acercó, viajó a Washington en el peor momento. EU padece una crisis pandémica, económica y social-racial, y en la polarizante campaña electoral Trump va perdiendo. El primer encuentro debió ser una visita de Estado, pero se simplificó a una visita de solo un día, cuyo único propósito fue reunirse con el presidente mas antimexicano de los últimos tiempos, para poner en marcha el 7 de julio el nuevo tratado de libre comercio que había entrado en vigor el día primero.
Para mayor surrealismo, el festejo del tratado trilateral solo fue bilateral, se excluyeron los grandes temas de la relación binacional, únicamente se realizaron actos protocolarios, se ignoró a otros actores de peso como el Congreso, los demócratas, grupos hispanos, medios de comunicación, etc., y en un gesto populista, no viajó en el avión oficial que se oxida a alto costo en el hangar, ni en una aeronave gubernamental, sino en un vuelo comercial de siete horas, como si fuera dignatario de un país del quinto mundo, y no de una de las principales economías. La imperiosa invitación de uno, y la obligada aceptación de otro, no fue para una actividad de política exterior, sino de grilla doméstica relacionada con sus respectivos intereses político-electorales.
El clímax de lo inverosímil fueron los discursos en la Casa Blanca: jamás nuestros presidentes se habían prodigado tantos aduladores elogios, ni tantas falsedades. Trump afirmó que los vínculos se encuentran en su mejor momento histórico (¿?), y destacó la gran cooperación existente contra la actual pandemia (¿?). Lopez Obrador pronunció un buen discurso, que desgraciadamente remató con increíbles alabanzas a quien llegó a la presidencia insultando y golpeando a los mexicanos: hemos recibido de Trump cooperación, respeto y ayuda, agradeció que no nos presionara ni impusiera nada que vulnere la soberanía, ha sido gentil y generoso y no nos ha tratado como colonia. También le agradeció la ayuda para que compráramos ventiladores, como seguramente también agradecerá la desinteresada cooperación de los médicos cubanos que nos cobran sus servicios. Quien sataniza al neoliberalismo, alabó el T-MEC que es la máxima expresión del mismo, y a la inversión privada que ha obstaculizado durante año y medio. La fallida política de besos y abrazos para confrontar a los agresores internos y externos, solo patentiza debilidad que los incita a mayor agresividad. Lo único histórico del encuentro, es la bizarra claudicación ante el imperio, frente a lo cual los radicales de Morena y los camaradas de Cuba y Venezuela guardan ominoso silencio.
Para López Obrador el cónclave fue un éxito personal que estrechó la peculiar alianza sustentada en complacer a Trump, esperando salvar su tambaleante 4T mediante la “fifí” estrategia económica del Porfiriato de “engancharse a la locomotora yanqui.” La bizarra alianza solo durará hasta que le convenga al impredecible Trump, y permanezca en el poder. Cuando finalice, se pagará el precio de un pragmatismo oportunista que coyunturalmente convierte a Trump en pro-mexicano y a AMLO en derechista. Ese pragmatismo ilustra la solidez de las convicciones y valores de los populistas, cuyas ambiciones personales son lo primordial.