Recientemente la Cámara de Representantes aprobó el juicio político contra el presidente Trump, que el Senado realizará a partir de enero. Los únicos cargos serán abuso de poder y obstrucción al Congreso, que provienen de su última aberración externa. Presionó al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, para que iniciara una investigación contra el hijo de su principal contrincante demócrata a la presidencia, Joe Biden, quien trabajó en la empresa estatal ucraniana Burisma Holdings, cuando Biden fue vicepresidente de Obama. La presión llegó al chantaje: condicionó recibir a Zelenski en la Casa Blanca y entregarle 391 MDD en ayuda militar, a la realización de dicha investigación, que perjudicaría la candidatura de su oponente.
Semejante conducta justifica el impeachment, pero no es la única. En la campaña de 2016, Trump, su familia y colaboradores incurrieron en una anómala forma de vincularse con los rusos para derrotar a Hillary Clinton. Los Trump tenían una vieja asociación con la oligarquía y la mafia rusas: su dinero sucio fue lavado en el emporio inmobiliario de la familia. También existen evidencias de que Rusia ofreció jugosos negocios en el sector energético, si el futuro presidente eliminaba las sanciones impuestas por Obama. Como resultado de la prolongada investigación del Fiscal Robert Mueller, varios colaboradores de Trump renunciaron o fueron encarcelados al comprobarse que sí hubo injerencia rusa en el proceso electoral. Aunque no se encontraron pruebas sobre la colusión directa de Trump, no fue exonerado. A pesar de la increíble traición que encarna el Russiangate, fue el Ucraniangate el detonante del impeachment.
Al margen de los cargos imputados desde el ángulo político y jurídico, coexisten muchas conductas nocivas que descalifican la presidencia de Trump desde la perspectiva ética, moral, de honestidad, de honorabilidad, decencia, respetabilidad, eficiencia, liderazgo, prestigio, credibilidad, patriotismo, etc. Su pasado plagado de negocios turbios, empresas fracasadas, quiebras fraudulentas, deudas no liquidadas, pago de impuestos no revelados, escándalos sexuales, etc., se reflejó en su forma de gobernar, pues observó el mismo comportamiento desprovisto de valores y principios. Como su brújula fue el interés personal y la ambición desmedida, su presidencia ha sido tóxica, contaminadora de la política interna y externa del país.
En lo interno, gobernó populistamente para su base, complaciéndola con posturas racistas, xenófobas, sexistas y polarizantes, pero en realidad benefició más al 1% que concentra la riqueza, al que pertenece. Compulsivamente twitteó, jugó golf, vio televisión y mintió (15 veces al día en promedio). Incurrió en conflictos de interés y nepotismo para acrecentar su fortuna. Agredió a las instituciones, la prensa, la Constitución y la democracia, agudizando las fracturas sociales.
El record externo es similar. Sin visión geoestratégica, justificó con su lema America First el aislamiento, nativismo y unilateralismo que torpedearon la arquitectura internacional creada por los propios EU, el liderazgo del país, y los esfuerzos multilaterales para enfrentar los problemas globales. Golpeó por igual a rivales, aliados y amigos, supeditando los intereses de la superpotencia a sus ambiciones y caprichos. Confundió —como otros populistas— los intereses nacionales con los personales.
En síntesis, como no estaba capacitado para el puesto, el resultado fue una disfuncional presidencia tóxica, que contaminó lo interno y lo externo. Independientemente del resultado del juicio político, su legado destructivo será difícil de borrar y reparar.
Internacionalista, embajador de carrera y académico