En el pasado febrero se cumplieron 173 años de la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo, mismo que puso fin a la agresión de EU a cambio de entregarles 2 millones y medio de kms2 de nuestro territorio original. Manuel de la Peña y Peña, que tuvo que asumir la presidencia cuando el infame Santa Anna cobardemente abandonó la patria invadida, afirmó, con resignado patriotismo, que con el tratado no se perdía nada que no estuviera ya perdido por la ocupación militar, y se salvaba la nacionalidad, es decir: la existencia del país. No solo fue la primera gran tragedia del México independiente, sino el comienzo de muchas otras que se siguen registrando hasta nuestros días.

En efecto, en 2021 vivimos otra tragedia, como no veíamos desde la época de la Revolución de 1910, pues se han contagiado mas de 2 millones de mexicanos y fallecido mas de 180 mil por el Covid-19; confrontamos una brutal crisis económica; la pobreza se ha agudizado; la violencia es imparable; sufrimos los estragos del ignorado cambio climático, la polarización política provoca una peligrosa agitación social que no habíamos padecido en nuestras vidas, etc. Aunque las tragedias de 1846-1848 y de 2020-2021 son de distinto origen, tienen en común que fueron provocadas por un agente externo, y que la magnitud de su daño lo determinó la ineficaz y mala defensa contra el agresor; humano o viral.

La agresión del vecino fue inevitable, pues obedeció a la ambición expansionista del “Destino Manifiesto” enarbolado por la sociedad estadounidense desde la independencia de 1776. Aunque la responsabilidad del daño infligido a México principalmente recae en esa reprobable ambición, la culpa también es imputable a la clase política y militar mexicana, cuya ineptitud e irresponsabilidad contribuyeron a que la derrota fuera tan patética. No obstante que desde la independencia en 1821 se sabia que Texas estaba en peligro por estar despoblada, desatendida por el gobierno central y ambicionada por EU, poco se hizo, pues la cúpula política estaba mas ocupada en sus ambiciones de poder, que en los problemas del país. Merced a imparables golpes de Estado, cuartelazos, asonadas, revoluciones, etc., entre 1821 y 1846 tuvimos mas de 40 gobernantes… mas presidentes que años de independencia. Incluso durante la invasión estadounidense tuvimos 8 presidentes. Gracias al tenaz patriotismo de los negociadores del presidente de la Peña, y a las discrepancias en Washington sobre la dimensión de lo que nos quitarían, no se perdieron los actuales seis estados fronterizos.

Al igual que en el pasado, la actual invasión viral fue inevitable y, desgraciadamente, también la defensa contra el nuevo agresor fue errada e ineficaz, pues el problema se manejó conforme a conveniencias y ambiciones políticas. Los gobiernos que manipularon la pandemia con fines político-electoral, tienen el record de fallecidos: EU mas de 500 mil; Brasil más de 250 mil; México mas de 180 mil, Gran Bretaña más de 122 mil, etc. Los que, por el contrario, actuaron mas responsablemente con criterios científicos, lograron salvar muchísimas vidas: Taiwán solo 9 muertos; Nueva Zelanda 25; Australia 192; Corea del Sur 1,585; etc.

Otra gran tragedia ha sido la de padecer malos gobernantes, como el peor populista de nuestra historia, el dictador Antonio López de Santa Anna, que fue reprobable protagonista del antes citado fatídico episodio. Sin embargo y recordando que se le permitió ocupar la presidencia once veces, resulta certera -tanto para el pasado como para el presente- la afirmación de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen.

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