En mi articulo del 27 de mayo me referí a utopías fallidas surgidas con grandes esperanzas de cambio, democracia y prosperidad, que acabaron siendo brutales dictaduras en las que lo único que se reparte equitativamente es la pobreza, la represión y el sufrimiento. A las fallidas utopías de Cuba y Venezuela se agrega la de Nicaragua, cuyo caudillo guerrillero se transformó en otro típico dictador latinoamericano.
Daniel Ortega traicionó la revolución sandinista que inició para derrocar la legendaria dictadura de los Somoza. Pero no tardó en emularla: copió su nepotismo (su esposa es la poderosa vicepresidenta), su afición por la riqueza, su ambición por acaparar el poder del ejecutivo, del legislativo, del judicial, del ejercito, de la policía, de los grupos de choque, de la política (es presidente del partido oficial FSLN), etc., con el fin de perpetuarse en el poder. Tras el triunfo de la revolución, gobernó como coordinador de la Junta de Reconstrucción Nacional (1981-1984), y como presidente de 1985 a1990, de 2007 a 2012, de 2012 a 2017, y de 2017 a 2022. Como no son suficientes 24 años, busca reelegirse en las elecciones de noviembre. La justificada inconformidad popular provocó, desde 2018, una brutal represión: entre 400 y 500 muertos, 1,300 desaparecidos, y en este año 129 detenidos que incluyen candidatos presidenciales, periodistas, empresarios, exguerrilleros sandinistas, defensores de derechos humanos, etc.
Su dictadura también es una traición para México, pues ninguna otra nación despego tantos esfuerzos para defender la prometedora revolución sandinista, que incluso nos ocasionó serias fricciones con el gobierno de Reagan. López Portillo le dio abierto respaldo político-diplomático, dinero y petróleo. Miguel de la Madrid impulsó al “Grupo de Contadora”, conformado por México, Colombia, Panamá y Venezuela, que medió entre Nicaragua y sus vecinos centroamericanos aliados a EU, para solucionar pacíficamente sus controversias. Ello se oponía a la solución bélica de Reagan, destinada a derrocar al gobierno sandinista para evitar una nueva Cuba, mediante fuerzas contrarrevolucionarias (la “Contra”) financiadas y armadas por la CIA en Honduras. Por ende, Washington saboteó los esfuerzos de Contadora, y los radicales del gobierno de EU, que argumentaban estábamos solapando otra dictadura comunista, presionaron al gobierno mexicano para debilitar su liderazgo en Contadora, surgiendo una grave crisis bilateral. Se equivocaron en lo de comunista, pero no en lo de la dictadura.
Para los diplomáticos que colaboramos en la defensa de la revolución sandinista y de Contadora frente al fanático anticomunismo de los reganautas, es decepcionante la tibia posición sobre el dictador tropical que nos traicionó. México no respaldó la condena a las atrocidades de Ortega aprobada por la mayoría de los miembros de la OEA, ni la del Consejo de Derechos Humanos de la ONU también aprobada por abrumadora mayoría. El desatino se justifica reviviendo la arcaica interpretación restrictiva priista de la no intervención, que se aplica selectivamente, pues en la crisis de Bolivia de 2019 fue oportunamente ignorado. Seguimos navegando sin brújula, imitando la tónica interna de un día decir una cosa, y otro lo contrario. Nuestro aislamiento se agudiza porque se anteponen a los intereses nacionales, meras ocurrencias ideológicas que nos alejan de nuestros socios prioritarios que son democracias solidas. Por el contrario, nuestros votos y
posiciones nos alinian con (¿admirados?) gobiernos autoritarios como los de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, China o Rusia…”dime con quien andas, y te diré quien eres.”