La histórica obsesión de EU por la seguridad se exacerbó con los ataques terroristas de 2001. Esos ataques confirmaron que, en la posguerra fría, las principales amenazas ya no son tanto estatales, sino de fuerzas asimétricas irregulares, como terroristas, carteles de la droga, crimen organizado, etc. Lamentablemente México adquirió mayor prioridad que la tradicional, pues albergamos muchos grupos delincuenciales. Si bien ello impulsó mayor cooperación en el conflictivo rubro de la seguridad, también provocó serias fricciones con los gobiernos de Bush y Obama, previéndose que igualmente ocurrirán con el de Biden. En efecto, al tiempo que, después de la nefasta era Trump, regresó la cordura y profesionalismo institucional a Washington, en México la inseguridad, criminalidad y violencia superaron lo que confrontaron Fox, Calderón y Peña Nieto.
La experiencia en el trato diplomático con los vecinos deja ver que están enviando mensajes de malestar, que se han minimizado, ignorado o no entendido. En su informe de 2020, la DEA afirma que la principal amenaza en materia de narcotráfico, son nueve cárteles mexicanos. El comandante de las fuerzas militares en América del Norte, general Glen VanHerck, afirmó que entre 30 y 35% de nuestro territorio es controlado por el crimen organizado. El exembajador de Trump, Christopher Landau, declaró que la 4T tiene una actitud pasiva frente a los carteles, dejándolos actuar para no distraerse de sus proyectos. Lo más contundente fue la sorpresiva visita del director de la CIA, William Burns, que nuestra exembajadora en Washington calificó de “inusual”, pero yo de “inquietante”.
El que el primer alto funcionario de Biden que nos visita sea Burns, que después de ir a Afganistán su segundo viaje sea a México, que llegue en un imponente avión militar C17, y que lo haga pocos días antes de las elecciones, no es casual. No fue un periplo de rutina y menos para preparar la próxima visita de la vicepresidenta Harris, pues semejante personaje no se ocupa de cuestiones logísticas y protocolarias. Aunque —como ya es costumbre— se minimizó su presencia, evidentemente patentiza que el problema que más preocupa a EU es la seguridad. Sin embargo, como la principal responsabilidad de la CIA es ser el espía global de la superpotencia para detectar enemigos o situaciones peligrosas para la seguridad nacional, al margen de problemas específicos como la migración, los cárteles o el fentanilo, su prioridad es la estabilidad del país.
La secrecía sobre la visita y la nula información difundida denotan que su misión fue importante e incómoda. Mi hipótesis es que a la CIA le inquieta la gran cantidad de focos rojos existentes; que el turbulento panorama se ha exacerbado por la grave polarización, encono y violencia de las campañas electorales, y que algún “incidente” adicional pueda desatar un estallido social. Ese incidente podría ser un conflicto postelectoral causado por una arbitraria impugnación de los resultados. Como ello pondría en riesgo la ya frágil estabilidad política, económica y social del país, se afectaría la sacrosanta seguridad nacional de los vecinos. Esa preocupación no es nueva: siendo secretaria de Estado, Hillary Clinton afirmó que México se estaba convirtiendo en Estado fallido. Tampoco sería la primera vez que EU exigiera a otro país elecciones limpias y trasparentes. En ese tenor, la visita de la vicepresidenta Kamala Harris un día después de las elecciones, tampoco es mera casualidad.
En conclusión: como acá se reviven usos y costumbres de la pasada centuria, allá resucitan las viejas visiones apocalípticas del México del siglo XX.
Internacionalista, embajador de carrera y académico.