La actual pandemia obliga a que la salud sea prioritaria en la agenda mundial, y en la política exterior. Aunque ello fue reconocido desde el siglo XIX, pocos gobiernos han adoptado la “Diplomacia para la Salud Global.” El concepto surgió en 1851 de la Primera Conferencia Sanitaria, celebrada en París para enfrentar la pandemia de cólera que asolaba a Europa. El encuentro concluyó que: 1-como las naciones ya eran interdependientes, solo podían combatir las pandemias mediante cooperación internacional; 2-como las pandemias ya eran trasnacionales, no solo eran un problema medico-sanitario, sino también político, que debían abordarse por la vía diplomática, y 3-la mejor estrategia era la prevención a través del distanciamiento social y la cuarentena. Estas útiles conferencias se repitieron al registrase nuevos brotes contagiosos de peste y fiebre amarilla, y aunque fueron eficaces, provocaron -como actualmente- el malestar empresarial por los perjuicios causados por las cuarentenas. La exitosa cooperación fue interrumpida por la Primera Guerra Mundial, que no solo la impidió, sino que contribuyó a propagar la peor pandemia de la historia: la Influenza Española que aniquiló alrededor de 100 millones de personas.
Como al crearse la ONU en 1945 se estuvo consiente que la salud de los pueblos era esencial para el mantenimiento de la paz, en 1948 se fundó la Organización Mundial de la Salud. Este organismo especializado de la ONU recogió la valiosa experiencia de las 14 conferencias sanitarias, y amplió el alcance la DSG para que no solo se ocupara de brotes pandémicos, sino también de la salud global. Si bien en esos años su estado ya era malo, a pesar del gran avance de la medicina su situación se ha deteriorado: como se ha concentrado la riqueza en pocas manos, la pobreza y las enfermedades que la acompañan, se han agudizado. En nuestro próspero siglo XXI anualmente mueren: 17 millones de personas por enfermedades infecciosas y parasitarias que son curables; 4 millones por desnutrición; 3.5 millones por VIH/SIDA; 11 millones de niños por problemas menores de salud; un infante cada 30 segundos por paludismo, etc. En países pobres hay un doctor por cada 36,000 habitantes y el promedio de vida es 35 años… en los ricos uno por cada 6,000 y el promedio de vida supera los 70 años.
Los países que dan prioridad a la salud en su política exterior (como EU, Canadá, Gran Bretaña, Suiza Brasil y Cuba), contribuyen a atenuar esa tragedia, despliegan una labor humanitaria y solidaria, ayudan a solucionar problemas sanitarios antes de que lleguen a sus fronteras, y ganan simpatía, agradecimiento y prestigio. La DSG parte de una estrecha colaboración entre los ministerios de salud y relaciones exteriores, quienes delinean un programa de acción que incluye el nombramiento de agregados de salud en embajadas claves, la negociación de acuerdos de colaboración con otros gobiernos, el envío de brigadas medicas, intercambios de expertos, donación de medicamentos e insumos médicos, cursos de capacitación, becas, etc.
A pesar que México tiene gran experiencia en este tipo de cooperación con sus vecinos del Sur y del Norte, no ha incorporado la DSG a su política exterior. Quien fundamentalmente se ha ocupado de la DSG es el Instituto Nacional de Salud Pública, aunque solo en el ámbito medico y no en el diplomático. Como los problemas pandémicos y de salud ya serán apremiantes y prioritarios en el avenir, México debe aprovechar su presidencia pro tempore en la CELAC, para ampliar nuestros horizontes diplomáticos promoviendo y fortaleciendo la DSG en América Latina.
Internacionalista, embajador de carrera y academico